Bolivia y el umbral de su muerte (transitoria)

Bolivia está atravesando una crisis económica profunda que parece no tener solución y que podría derivar en una cesación de pagos (default). Si ello ocurriera, el débil equilibrio político podría romperse y desencadenar una severa crisis política. 

Con un modelo que nunca tuvo méritos reales, Bolivia está al borde del colapso. Los ingresos del país son insuficientes para financiar las cuentas públicas, generando sucesivos déficits fiscales durante la última década. En 2023, el déficit fiscal alcanzó el 7.5% y se espera un 7.8% para 2024. Por otro lado, en 2023 el país presentó un déficit en cuenta corriente del 2.7% del PIB, un déficit en cuenta financiera del 6.5% del PIB, un endeudamiento soberano total equivalente al 80% del PIB, reservas débiles equivalentes al 4% del PIB, corrupción galopante (puesto 123 en el CPI de 2023), instituciones y democracia débiles (puesto 106 en el Democracy Index de The Economist Intelligence Unit), clasificación de riesgo CCC+ por S&P y posibles correcciones a la baja, entre otros. 

El espejismo de éxito del modelo actual tuvo que ver con un superciclo en el precio de las materias primas durante ciertos periodos de las décadas pasadas. Sin embargo, al no existir un impulso real en los pilares de la economía ni en las instituciones, sino más bien un continuo deterioro de lo poco que existía, se llevó al país a la situación presente. El gobierno actual fracasó en la renovación de contratos clave de gas, no tuvo éxito en exploración de carburantes, endureció las condiciones para el desarrollo de la minería privada fomentando la usurpación y proliferación de los yacimientos por cooperativas llevando la actividad a niveles precarios, no aprovechó la crisis de fertilizantes durante la pandemia para revivir los negocios de urea y amoniaco, despilfarró millones de dólares tratando de desarrollar tecnologías para producir carbonato de litio a escala industrial y competitiva, y derrochó miles de millones de dólares en proyectos o «elefantes blancos» que nunca repagaron su inversión inicial, entre otros errores. 

Bolivia es un país pobre que no genera suficiente dinero para solventar sus obligaciones. Gran parte del esfuerzo está centrado en financiar los subsidios a combustibles líquidos, el servicio de deuda soberana y los gastos administrativos del Estado. No existen proyectos públicos o privados en carpeta que puedan revertir esta tendencia. La inversión extranjera en Bolivia fue de USD 280 millones en 2023 y casi 0 en 2022 (números ínfimos), comparado con decenas de miles de millones de dólares que fluyeron y fluyen a países vecinos. El Estado no tiene la capacidad de ejecución ni las ideas para generar un cambio. Por otro lado, los pilares actuales de la economía están en franco descenso. Las reservas de gas certificadas, que serán anunciadas en algún momento de 2024, podrían situarse entre 2 y 8 TCF, dejando espacio para producir gas al ritmo actual por 3 a 12 años. Dada la demora injustificada del Estado en hacer públicos dichos datos, se asume que no serán buenas noticias. La minería tradicional no tiene ningún proyecto serio en carpeta. Los exportadores de soya tratan de levantarse después de constantes abusos de parte del regulador durante muchos años. Hoy, la economía informal explica el 90% de la actividad nacional. 

En resumen, vamos a estrellarnos contra una muralla más pronto que tarde. 

Los primeros efectos ya se perciben debido a la ausencia de dólares en la economía. La falta de dólares ha provocado que la banca equipare el costo de las transferencias al exterior al precio del dólar paralelo existente hoy en día. La mayor fuente proviene de los exportadores que también aprovechan de vender sus dólares a un costo elevado a la banca y a privados.  El Estado, a través de la ASFI, trata de frenar la salida masiva de capitales. El poder adquisitivo de las personas se va licuando aceleradamente sin tener alternativas de preservación de valor. El nivel de reservas internacionales es bajo y la capacidad de emisión de deuda es limitada. Se van acabando las herramientas para contener un colapso. Parafraseando al líder liberal argentino Milei: ¡“No hay plata!”. No hay plata para financiar un Estado ineficiente y corrupto; no hay plata para solventar la demanda interna de divisas internacionales. La única esperanza que le queda al gobierno de turno es aprobar en congreso la contratación de deuda multilateral que entregará una bocanada de aire antes del colapso.  Digo la única esperanza, ya que si mágicamente logran resolver el gran desafío metalúrgico de las impurezas de los salares para producir carbonato de litio a capacidad industrial, tomaría años desarrollar dicha industria de manera seria y eficiente.  No se ha escuchado de ninguna otra iniciativa ambiciosa que cambie el curso económico nacional actual.

Finalmente, el partido político más importante del país está dividido en dos, generando luchas internas que refuerzan la incertidumbre económica. Las luchas de poder exacerban al mercado sin esperanza de lograr acuerdos para dar un giro al rumbo del país. La inversión extranjera evita Bolivia dado el alto costo de oportunidad implícito, es decir, poco retorno para demasiado riesgo. Los estados proteccionistas y autoritarios suelen ahuyentar las inversiones y Bolivia no es la excepción.  Si la economía colapsara, se desataría una crisis política simultánea, probablemente llevando a un desorden total.  Todo esto muy cerca de un año electoral. Quizás este escenario pueda ser una oportunidad para generar un cambio fundamental. 

El modelo económico y político actual impuesto en 2005 es un fracaso. No existe ningún elemento o camino en discusión que pueda salvarnos de un colapso. Los bolivianos debemos dar un golpe de timón urgente antes de que esta situación nos arrastre a un espiral sin fin como el que se vive en Cuba, Venezuela, Nicaragua, entre otros ejemplos ilustres de su tipo.

La práctica nos indica que el camino al éxito de las naciones viene por la apertura a los mercados, respeto al estado de derecho, instituciones sólidas, democracias inclusivas, facilidad de generación de negocios, tamaño del estado de acuerdo con los recursos y necesidades de su realidad económica, alta participación del mundo privado y limitación del estado a la regulación de los mercados (con excepciones acotadas). Es decir, todo lo contrario, al modelo boliviano vigente. Bolivia vive el umbral de su muerte (transitoria) con la esperanza de renacer y girar hacia un modelo que permita generar riqueza y desarrollo para todos sus habitantes.  Depende de nosotros mantenernos alerta para identificar a quienes ofrezcan una alternativa al modelo vigente y elegir un mejor camino para nuestro país.

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