Algunas relaciones entre fuerzas armadas y cambio político
Por Werner Corrales Leal
@wernercorrales
Desde 1945, para explicar en Venezuela por qué y en qué dirección participan los militares en los cambios políticos mayores, hay que entender el juego que se ha dado en cada circunstancia entre tres factores que pivotan en la cultura militar: los valores y creencias de la cultura castrense misma;la realidad de los marcos institucionales vigentes; y la permeabilidad que ha tenido la frontera entre la vida de los militares y el mundo de los civiles.
Mientras no hubo disonancia abierta entre las normas y ordenes que debían cumplir los militares, por una parte, y por la otra los valores y creencias reales de la cultura castrense, los militares estuvieron firmemente dispuestos a apoyar al régimen existente. La disposición cambió cuando las disonancias fueron muy evidentes. Pero esa no fue la única clase de factores que intervino. Mientras mayor fue la permeabilidad de las fronteras entre la vida del militar y el mundo del civil, también más alta se hizo la capacidad de los militares de sentir o percibir lo que sentían los civiles en las circunstancias específicas, y compartían con ellos más aspiraciones, padecimientos y juicios, aunque esas coincidencias no se hiciesen públicas.
Viviendo hoy una grave crisis, que deberá resolverse por la consolidación o por el cambio del presente modelo de Estado, es importante aprender lecciones de la participación que han tenido las FFAA en los desenlaces de las mayores crisis políticas de los últimos 70 años.
¿Qué sucedió en 1945 y 1958, y en los golpes de 1992 que nos llevaron a la tragedia de hoy?
El 18 de Octubre de 1945 estalló un golpe militar que se venía preparando por meses, en el cual la disposición de los conjurados se alimentaba de una disonancia abierta que percibían entre los valores de las nuevas FFAA profesionales e institucionales, cultivados desde la Academia y estimulados día a día en los cuarteles y clubes de oficiales, por una parte, y la realidad del poder de las altas jerarquías “gomeras” que persistían en las FFAA por la otra; una contradicción entre la transición a la institucionalidad castrense proclamada por los gobiernos de los generales López Contreras y Medina Angarita, y las maniobras que se operaban para mantener en la cúpula militar a los jefes del viejo régimen. Puede decirse que para la época la interpenetración entre los mundos de las jóvenes élites militares y civiles era alta, y que ellas compartían gran parte los componentes de un “proyecto modernizador”… Los entonces jóvenes dirigentes de AD se sumaron al golpe de los jóvenes militares creyendo que sobre la ola modernizadora militar podían construir una república democrática moderna.
Pero el desenlace final de la aventura que se inició en Octubre de 1945 fue que la parte democrática de la experiencia duró apenas 3 años porque los militares volvieron a insurgir, esta vez contra el gobierno de Rómulo Gallegos y una Constitución que no se llegó a sembrar en la cultura castrense ni en las academias, porque nunca los civiles tuvieron el poder real para hacerlo. En el fondo porque el proyecto modernizador que unió a civiles y militares en 1945 no tenía como objetivo fundamental desarrollar el poder civil y porque AD pretendió una “revolución” que desafiaba el orden social del proyecto militar, que siempre monopolizó la influencia sobre las FFAA durante el trienio.
Para el 23 de Enero de 1958 se había cumplido casiun año de presión civil creciente en la que participaban organizaciones de partidos como la Junta Patriótica, la Iglesia Católica, los colegios profesionales, los trabajadores y los empresarios. Ante esas presiones y las manifestaciones de Enero cuyos protagonistas fundamentales fueron los jóvenes estudiantes de entonces, las Fuerzas Armadas decidieron quitarle el apoyo a la dictadura militar. ¿Por qué lo hicieron?… ¿Qué peso tuvieron en ello la permeabilidad y las clases de disonancias comentadas?
En primer lugar, según relatan altos oficiales hoy retirados que eran activos para aquel momento, los militares percibían y comentaban la contradicción creciente que había entre los valores de honestidad y de “democracia real” que proclamaba el régimen, por una parte, y por la otra la corrupción campante y las pretensiones de prolongarse en el poder que mostraba Pérez Jiménez. Pero no venían preparando un golpe ni acariciaban un nuevo proyecto de poder militar como en 1945; reaccionaron como institución para quitarle el apoyo al régimen corrupto que había hecho fraude en el plebiscito de 1957, que era ampliamente rechazado por la sociedad civil. Adicionalmente, varios historiadores destacan el hecho de que prácticamente toda familia militar que vivía en Caracas tenía un hijo golpeado en manifestaciones, un hermano que había interrumpido sus estudios por el cierre de la Universidad, o un pariente perseguido “por andar metido a político”. Los ciudadanos clamaban públicamente por una suspensión del apoyo al dictador, y hubo oído a ese clamor entre los militares.
Tan no había un golpe preparado de antemano por los militares, que el oficial designado para presidir la Junta de Gobierno el 23 de Enero, Wolfgang Larrazábal, era un marino sin comando de tropas, quien venía de presidir el Instituto Nacional de Deportes y el Círculo de las FFAA, y que dos de los miembros que integraron la primera Junta de Gobierno, coroneles perezjimenistas, duraron horas en ella y fueron sustituidos por civiles.
Aquella actuación de las FFAA respondió sin duda a una alta disonancia percibida por los militares entre los valores castrenses y la realidad, y a una empatía considerable entre el mundo civil y el militar… El desenlace del 23 de Enero fue cuarenta años de democracia y veinte de una institucionalidad y una calidad de vida que mejoraron sostenidamente día a día.
Las intentonas de golpe militar de 1992 no fueron exitosas ni fueron las únicas sucedidas en los cuarenta años de la república civil, todas las cuales fueron dominadas por las mismas FFAA con base en su apego a valores y virtudes militares como el honor, la disciplina, la lealtad a la Constitución y la sujeción al poder civil, dominantes en la oficialidad de la época, y a la gran permeabilidad que se logró entre los mundos civil y militar desde los primeros veinte años de la democracia, lo que hacía que la mayor parte de los oficiales compartiese el apego de los civiles a la democracia representativa.
Pero la intentona militar había convocado a una gran cantidad de oficiales jóvenes que respondieron a la evidente disonancia que ya existía a fines de los años 80 entre las promesas del proyecto de país democrático, los valores de honestidad y la Constitución por una parte, y por otra la miseria en que había caído más de la mitad de la población, y la corrupción creciente que se daba tanto en el establishment político como en todos los poderes del Estado. Esa misma iniciativa se convirtió más tarde en gobierno y derivó en el régimen más corrupto que ha vivido Venezuela, el proyecto de poder totalitario que nos ha hundido en la más grave crisis de la historia.
Las tres experiencias comentadas muestran como similitudes que responden a disonancias entre los valores y creencias castrenses y los marcos institucionales reales, así como a la interpenetración entre la vida de los militares y el mundo de los civiles. Y destaca además como muy importante la diferencia que hay entre los desenlaces de mediano-largo plazo que tuvieron la experiencia de retiro del apoyo militar de 1958, y las dos de golpe militar, de 1945 y 1992. La primera transitó hacia la democracia y las otras dos hacia dictaduras; la conclusión es evidente, nunca más un golpe militar.
¿Cómo parecieran alinearse los factores en la situación actual?
El régimen chavista está formalmente constreñido por una Constitución que prescribe una institucionalidad republicana de poderes autónomos y unas FFAA con funciones y organización muy distintas a las que existen en la actualidad. Si bien esto identifica que podrían producirse percepciones de disonancia en el seno de las FFAA, también es cierto que el gobierno chavista hizo varias “limpiezas de oficiales institucionalistas” desde 2002 y que en las academias y la práctica cuotidiana de los establecimientos castrenses se ha introducido sistemáticamente “valores revolucionarios”, lemas que exaltan el liderazgo y la doctrina del fallecido comandante Chávez, y reinterpretaciones non conformes del rol constitucional de las FFAA.
Estará por verse si al régimen chavista le funciona como neutralizador permanente de las disonancias la misma estrategia cultural que emplearon los desaparecidos gobiernos castrenses de derecha, que re-expresaron en sus momentos las lealtades a la Constitución y las leyes en términos de proyectos de país que buscaban desaparecer el comunismo o alinear a los militares con el “Acatamiento a los supremos fines del gobierno de las FFAA”. Estrategias que también emplearon los regímenes que intentaron consolidar estados totalitarios, tanto en el Siglo XX como en lo que va del Siglo XXI, que intervinieron la cultura castrense con conceptos y lemas que pretendieron convertir en valores la lealtad al líder supremo o el compromiso con la revolución.
Pero me arriesgo a creer que hay valores que difícilmente pueden ser borrados de las tradiciones castrenses, algunos de los cuales persisten en todas las FFAA del mundo desde el Siglo XV y los más recientes desde el Siglo XVIII. Valores muy preciados como son el honor, la lealtad y por sobre todo la consagración exclusiva al servicio de la Patria, a la defensa de su integridad y su soberanía. Creo que es difícil vivir la angustia de pertenecer a una Fuerza Armada que no esconde la sumisión de sus jefes a los designios de otro país, o algunos de cuyos más altos oficiales son sistemáticamente señalados de conexiones con el tráfico de drogas y el blanqueo internacional de capitales. También creo difícil que todos los oficiales, a pesar de la ideologización permanente a que puedan estar sometidos, ignoren la vigencia de leyes mundiales que hacen imprescriptibles ciertos delitos contra los derechos humanos en los cuales ellos pueden incurrir por cumplir órdenes ilegítimas del presente régimen.
Finalmente, he reiterado en muchas partes que la primera necesidad que tenemos los venezolanos es compartir una visión de país por la cual luchar juntos. Encontrarnos entre civiles y militares, reconocernos mutuamente y dejar de repelernos es una necesidad para la reconciliación y la paz, para que los militares sientan lo que estamos sintiendo treinta millones de civiles y para que vibren como la mayoría de nosotros con el proyecto de construir una nueva democracia para todos.
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