Las primeras veces
Por Mario Guillermo Massone
@massone59
Somos arrojados a la existencia sin aviso. Nuestra madre nos da a luz y, ¡súbito!, se levanta un velo que cubría nuestros sentidos y nos separaba del mundo. La cortina del vientre se levanta y comienza el primer acto de la obra de nuestra vida. Nacemos para ser expuestos, en nuestro para siempre mortal, ante el mundo y sus seres. Y no entendemos y no nos entendemos. Poseemos entendimiento pero aún no entendemos. La disposición racional aún se está calentando para arrancar su motor, y el tiempo nos iniciará en la experiencia humana. Nacemos desnudos de racionalidad. Aún no hay práctica.
Recién nacidos no tenemos la menor idea, no poseemos conciencia, de lo que son, por ejemplo, el arte, la gramática, la paz y la guerra, la verdad, la justicia y la injusticia, la teoría, la amistad, la técnica, los principios, navegar a un destino voluntario y libre… Nacemos sin una orientación inicial. ¡Nacemos desorientados! Nacemos tan pero tan desorientados que no sabemos ni lo que somos ni quiénes somos. ¿Aunque sea nacimos sabiendo que somos?, me pregunto.
Quisiera tanto poder recordar vívidamente ese instante en que vi por vez primera, con mis ojos, el mundo y puse las miradas iniciales en los seres y las cosas. El primer árbol, la primera reunión de personas, mi primera mirada del cielo, la imagen de mi primer reflejo frente a un espejo. ¡La primera belleza erótica de mujer! También sería fabuloso recordar el primer sonido del primer mar que nos acobijo en sus aguas, sentir el vaivén de las primeras olas, la interacción de nuestra sensación con el primer olor de una buena cocina, la impresión del dolor en un dedo causada por la primera espina, primera de muchas por venir. Querido lector, ¿alguna vez te has preguntado cuál habrá sido, y que aún es, la primera canción del primer cantante que te deslumbró? ¿De qué estaba rellena tu primera arepa? ¿El primer regaño? ¿El primer caballo?
Aunque no lo recuerdo, aunque hurgo en los archivos de mi memoria y no aparece la carpeta con esos registros, intuyo que el estado de mi capacidad de asombro, ante esos primeros eventos de la existencia, ha de haber sido de una superlativa intensidad vital. Además, creo, que al ver a un hijo uno aprende mucho de los que no se recuerda de sí mismo y que, sin embargo, fue.
El vientre materno no nos anuncia. No nos anuncia cuándo seremos arrojados al mundo. ¡Ni siquiera nos anuncia que seremos arrojados a él! Y por su parte: ¡el mundo! ¿Estaría esperándonos…?, ¿o sería una recíproca sorpresa entre uno y el mundo? Porque nacer es cosa seria. Pasamos a formar parte. A ser parte. El nacimiento es el primer abreboca de lo circundante. Circundados nos hallamos por lo que comenzamos a ver y por lo que estamos por ver. Por lo que viene.
Al menos yo, no recuerdo la sensación del instante en que fui arrojado por primera vez en un salón de clases. Ni siquiera está disponible una imagen en mi memoria. ¿Cómo me habré sentido? No sé si tener o no memoria de esos eventos iniciales, recuerdos de esas primeras veces, sea útil para algo. Pero en la vida no todo es utilidad, así que esa pregunta la dejo de lado. Además, no tengo los recursos para una respuesta. ¡Pero como quisiera recordar las primeras veces!
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