CRÍTICA GENERAL
Por Javier Ignacio Alarcón
Bastaría con revisar las editoriales de Guayoyo en Letras. Una semana antes de las elecciones, Miguel Velarde publicó su Somos Mayoría: pocos artículos reflejarían tan bien como éste el espíritu que circulaba entre las filas opositoras, un triunfalismo prudente, pero un triunfalismo sin lugar a dudas. Sin decirlo, sin si quiera mencionar a ningún candidato, se insinuaba claramente la idea de que la oposición era mayoría. Frente a esta editorial, una semana después, María José Castro publica su Parábola de los ciegos en un tono más o menos literario y evidentemente alegórico, invitándonos a reflexionar sobre lo ocurrido el gran día.
No estoy tratando de menospreciar estos artículos. Ambos están bien escritos, ambos plantean ideas válidas y ambos las desarrollan de una manera efectiva. Se pueden cuestionar sus planteamientos, pero eso no es lo que estoy tratando de hacer. Quiero dejar claro: un excelente artículo, muy coherente en sus argumentos, puede caer igualmente en este triunfalismo. Me viene a la cabeza, por ejemplo, un artículo de Oropeza, Creo que no vamos a ganar, publicado en Al Grano. En éste se describían de manera excelente algunas de las estrategias políticas del gobierno durante la campaña. Sin embargo, concluye con una reflexión que hoy, un mes después de las elecciones (este artículo ha sido redactado a finales de octubre), queda muy mal parada: “la calle, las últimas encuestas, y las reacciones de desesperación y perplejidad del propio presidente y sus burócratas, que no se explican cómo el pueblo ya les dio la espalda, son la mejor evidencia que la realidad política cambió, y el país se asoma a un amanecer distinto”.
Me permito hacer un margen para aclarar que no todos los artículos dieron este giro después de las elecciones, pasar de un tono triunfalista a uno reflexivo. En su ¿Qué esperabas, Venezuela?, Giulio Vita mantiene el mismo tono y defiende las mismas ideas que había defendido meses antes de octubre. Por otro lado, Andres Volpe escribió Irracionalidad de masa: con un tono maniqueísta plantea argumentos cuestionables, en mi opinión, pero indudablemente coherentes con el discurso que siempre ha presentado en sus artículos. Aunque, cabe señalar, que este último es una queja frente a lo ocurrido, a diferencia de los anteriores, en lo cuales predominaba un tono pedagógico.
¿A qué viene esta revisión (muy efímera, sobra decir) de los artículos que se publicaron en la revista, antes y después de las elecciones? Para empezar, creo que se podría realizar este mismo análisis en cualquier periódico o semanario o canal de televisión (opositor) y daría un resultado similar. Pero semejante estudio excedería las pretensiones de este artículo. Más allá, ¿por qué este paso de un triunfalismo relativamente confiado a un tono reflexivo y desesperanzado?
La respuesta es evidente: porque la oposición no ganó el siete de octubre. Mi cuestionamiento, sin embargo, apunta hacia lo que ocurrió antes de las elecciones, al triunfalismo. Durante nueve meses, incluso desde antes, la mayoría de los analistas opositores cantaron una victoria segura. Si alguien se hubiera limitado a ver la realidad a través de los medios de comunicación opuestos al presidente, no hubiera sido capaz de entender el resultado de las elecciones. Y, sin embargo, es mi opinión que era previsible. Hubiera sido suficiente conversar con un opositor más o menos sobrio para saber que esa seguridad que reflejaban los analistas y los medios de comunicación no tenía un fundamento real.
No me atrevería a decir que la victoria del presidente era algo evidente. Quizás no. Ciertamente todo el escenario se mostraba más oscuro que de costumbre y la esperanza, aunque fuera pequeña, pudo haber cegado a muchos opositores (incluidos los analistas).
Sin embargo, alguien que se dedica, en teoría, a pensar la realidad del país, no debería haber pasado por alto que la victoria de la oposición no era clara. Yo nunca me hubiera atrevido a decir que éramos mayoría, tampoco que las calles eran evidencia de que el país se estaba asomando a un amanecer distinto. Quiero insistir, yo no tenía la certeza de que el candidato opositor sería derrotado, pero sí era capaz de ver que sus posibilidades eran escasas.
Si omitimos la tesis de que todos los analistas de oposición estaban cegados por la esperanza y que sus afirmaciones eran, quizá no acertadas, pero sí honestas (podría aceptar que algunos lo estaban, pero no todos, eso es absurdo); si pasamos esto por alto, debemos enfrentar el hecho de que estaban haciendo propaganda política. No apunto a los artículos citados previamente (fueron citados como simples ejemplos del triunfalismo) ni a ninguno en particular: cada quién sabe qué ha escrito o por qué lo ha escrito. En otras palabras, no hago una acusación directa a nadie. Pero hemos dejado que el espacio del debate sea distorsionado por la propaganda política.
Esto ha estado ocurriendo desde hace años, no es una situación reciente. Mas las elecciones pusieron en evidencia la grieta que ha aparecido entre lo que dicen los analista y la realidad que vivimos. Ahora, no me limito a la oposición, los analistas del oficialismo también están dedicados a hacer propaganda.
No podemos acusar a Capriles de haber expresado una absoluta seguridad en su victoria: él, como político, tenía la necesidad de transmitir confianza. Nadie votaría por un candidato que dijera: “creo que quizá podemos ganar, no sé, pero tal vez”. Además, era parte de su estrategia. Más allá, que el candidato hiciera propaganda era algo, no sólo previsible, sino evidente y necesario. En cambio, es mi opinión que sí debemos exigirles a los analistas que se distancien de sus posturas políticas para realizar sus análisis.
No pretendo una absoluta objetividad. En más de una ocasión he hecho saber lo que pienso sobre esa supuesta imparcialidad: es una ilusión. Pero existe una brecha muy grande entre un análisis en el cual se hace evidente la posición del analista y uno cegado por esa opinión, uno en el que los lectores podemos llegar a sentir que el único propósito del artículo es hacer propaganda.
La oposición ha caído en el mismo juego que ha criticado al oficialismo: toda su maquinaria comunicativa se ha transformado, consiente y/o inconscientemente, en una maquinaria propagandística. No es extraño que ya la gente no confíe ni en los analistas: estos han demostrado no presentar una reflexión sobria de la realidad. Aun hoy sigo leyendo artículos que idealizan al candidato opositor, buscando construir un “líder” opositor, omitiendo muchos de sus defectos (que los tiene y le sobran) y utilizando las mismas herramientas del gobierno. Aun hoy sigo sintiendo que están haciendo propaganda.
Realizar una crítica general en este artículo sería demasiado pretensioso, pero puedo limitarme a señalar que es necesario realizarla. Los pensadores venezolanos se balancean entre una “aristocracia” intelectual, que a veces hasta prefiere mantenerse al margen de la política y no decir nada sobre el tema, y una maquinaria propagandística que termina corroyendo la confianza que se les pudiera tener.
No quiero sonar como un apocalíptico, afirmando que la única solución es buscar una nueva generación de analistas (lo cual pareciera inútil, los analistas más jóvenes no parecen ser más que una copia de sus predecesores). Sin embargo, ya lo había dicho antes, necesitamos repensarnos y reinterpretarnos, los puntos de vista que poseen los analistas actuales no pasan de ser lugares comunes que, huelga decir, están caducos.
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