Recuerdos
Por Michelle Bolet
@MichelleBolet
-¿Quién soy? ¿Qué es esto?… ¡¿Un hospital?! ¡¿Qué hago aquí?!
En ese preciso instante entró una enfermera en la habitación:
-¡Sr. Méndez! por fin ha despertado, hoy es un hermoso día, más tarde podríamos dar un paseo por el jardín, ¿le parece?.
Simplemente me quedé en silencio, la chica sonrió y salió de la habitación. No podía entender lo que ocurría; ¿Por qué estoy en un sitio como este?, ¡Soy un hombre sano, siempre lo he sido! … espera un momento… ¿siempre? No comprendo… ¿Por qué no logro recordar mi pasado? ¡¿Qué está pasando conmigo?!
Pasaron algunas horas, y seguía sumergido en mis pensamientos, en aquella habitación intentando pensar, recordar algo pero… nada. Con cada minuto que pasa me consume una angustia, un terror… me siento solo, a la deriva, con un sendero sin comienzo ni final.
Junto a mi hay una pequeña mesa, con varias fotografías: hay un hombre un poco mayor, moreno, con algunas canas… parece ser feliz. Está en un lindo campo, jugando con unos chicos, todos sonríen y se divierten. En otra de las imágenes hay un grupo familiar, aparecen los mismos chicos y el mismo hombre… ¿Quiénes son estas personas?, ¿Por qué están estas fotos aquí?, no podía entenderlo.
Necesitaba distraerme, ya estaba frustrado. Así que me levanté y fui al baño que se encontraba a unos pocos pasos; al entrar me acerqué al lavamanos y mojé un poco mi rostro para refrescarme. Frente a mí había un espejo, y al levantar el rostro quede impactado, estaba petrificado… El hombre de las fotografías, ¡era yo! ¿Cómo era eso posible?, no recuerdo nada de eso, no recuerdo a esas personas, ni siquiera recordaba mi rostro.
Decidí regresar a mi cama e intentar relajarme, tratar de no pensar, pero era imposible. No sé cuánto tiempo pasó, ¿Unos minutos?, ¿Unas horas?; continuaba petrificado, sumergido en mi mundo, un mundo vacío.
De pronto, se abrió la puerta y un grupo de personas totalmente desconocidas entró a la habitación y me rodearon; asustado me levante para poder escapar. No me permitían salir; en medio de golpes y empujones me acostaron de nuevo a la cama y llamaron a los doctores. Me pidieron que me tranquilizara, ellos eran buenas personas y no me iban a hacer daño.
Escuchaba como aquel grupo de personas lloraba, me miraban con dolor. No comprendo, ¿Por qué?, ¿Quiénes son? … ¡Eran las personas de las fotografías!,¡Sí!, Puedo recordarlo: los chicos, los hombres y mujeres de esas imágenes, pero ¿Qué tienen que ver conmigo?.
Luego de unos minutos, y con la ayuda de unos calmantes la situación se tranquilizó. Uno de los doctores se acercó a mí para explicarme:
-Sr. Méndez, soy el Dr. Rodríguez y quiero comentarle que diariamente tenemos esta charla…
<<Espera, ¿Qué?, ¿Diariamente? No… ¡No puede ser! ¡Ni siquiera sé quiénes son todas estas personas! -pensó el paciente, un poco estresado y desesperado->>
-… no somos tus enemigos, y estas personas tampoco lo son… ellos son sus familiares y amigos más allegados, han venido a visitarlo, están preocupados por usted y su salud. Deben pasar por esto cada día todos los días, es algo muy doloroso para ellos, pero lo aman, y aunque no los recuerde, esperan que cada segundo para usted sea el mejor.
-¿Mi… familia? … ¿Recuerdos?
El Sr. Méndez era un mar de emociones encontradas, estaba intentando comprender la situación, no sabía qué sentir ni qué pensar, creía que aquello debía ser verdad, que esas personas darían su vida por él, aunque él ni siquiera recordara sus rostros.
El Dr. Continuó explicando, Méndez llevaba mucho tiempo en aquel hospital, padecía de una enfermedad llamada Alzheimer y con cada día que pasaba la condición empeoraba; ya comenzaba a ser grave, por esta razón no reconocía ni a sus familiares y amigos, no recuerda su pasado y algunos pacientes ni se reconocen así mismos al mirarse en un espejo.
-No puede ser… -comentó Méndez perplejo-
Dicha condición es terrible, los pacientes pueden no tener control sobre sus propios músculos, tienen incapacidad para retener nueva información, recordar información personal, pueden perder el vocabulario o dejar de comprender palabras comunes, se desorientan y cambia notablemente su carácter.
El Sr. Méndez o mejor dicho José, era un hombre de 62 años, fuerte, fornido y saludable; todo en su vida marchaba bien, tenía cuatro hijos maravillosos, tres nietos, una esposa a la que amaba y una gran casa en el campo, en la que adoraba pasar tiempo con su familia y amigos.
Aunque todo parecía perfecto, algo diferente comenzaba a suceder con él; tenía pequeñas pérdidas de memoria, que con el tiempo se volvieron más notorias; le costaba realizar tareas cotidianas y simples, se alteraba su capacidad de razonamiento. Surgió algo llamado apraxia (descontrol sobre los músculos), constantemente cambiaba su carácter, y se desorientaba con facilidad.
A medida que transcurría el tiempo, cada uno de los síntomas empeoraba; el desgaste cerebral cada día era mayor. Nadie imaginaba que podía ser Alzheimer, una alteración compleja de causas desconocidas, es algo que simplemente ocurre.
Su familia y amigos se encontraban preocupados; y enterarse de que José poseía esta enfermedad fue algo desgarrador.
Todo se complicó con el tiempo, y aunque fue algo muy difícil y doloroso, decidieron dejarlo en el hospital. Llegó al punto de no reconocer a sus allegados, se tornaba agresivo, resultaba dificultoso cuidarlo. Pensaron que los doctores manejarían mejor la situación. Amaban a José, era su padre, esposo, abuelo, amigo.
Lo visitaban todos los días; ya era normal que no los recordara. Les dolía, pero lo adoraban. Aunque para José eran unos extraños, para ellos él seguía siendo parte de su familia, parte de su vida.
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que está relacionada con el olvido, perder la memoria, los recuerdos, los gustos, intereses, amigos, familiares, ideales, experiencias… la vida. Intentas comenzar cada día, pero todo es igual, tal vez peor. Con cada día olvidas más detalles, te sientes solo, estás vacío. Para ti no existe nadie, para otros tal vez existes, pero no eres parte de ellos, ni ellos de ti. Cada día, tanto el paciente como sus allegados, deben vivir con la agonía; con la cruda realidad de que por más que lo intentes, no podrás recordar. Nada será igual.
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