Fueron muchos los engañados
Editorial #297: El fin del mito
Mucha gente luce sorprendida por la debacle del proyecto socialista en la región; no debería. El desenlace que tienen las “revoluciones” era totalmente predecible. No podía haber sido diferente dado sus orígenes.
Las dos últimas décadas del siglo pasado tuvieron una característica común en varios países: gobiernos ineficientes, corruptos y desconectados con las bases populares de las naciones, que no solamente fracasaron en sus gestiones, sino que también generaron un sentimiento “anti-sistema” en las sociedades. La gente quería un cambio sin importar cuál.
Eso creó una oportunidad de oro para diferentes organizaciones de izquierda con características en común: ansiaban desmedidamente el poder y estaban dispuestas a usar cualquier herramienta populista para alcanzarlo.
Así lo hicieron y a principios de los años noventa se aglutinaron en lo que llamaron el Foro de Sao Paulo, una organización regional que congregó a movimientos sociales y partidos políticos que, con la excusa ideológica de la “justicia social” y la “igualdad”, buscaban llegar al poder en sus respectivos países.
Tuvieron éxito. Guiados por los Castro desde Cuba, primero lo hizo Hugo Chávez en Venezuela en 1999, Lula da Silva en Brasil en 2002, Néstor Kirchner en Argentina en 2003, Evo Morales en Bolivia en 2006 y Rafael Correa en Ecuador en 2007.
Con el paso de los años se haría evidente que la mayoría de ellos no buscaba “una mejor vida para los más necesitados”. Tampoco, como solían repetir, “querían a los pobres”; en realidad los querían pobres; los necesitaban pobres para lograr su objetivo real: mantenerse en el poder. Fueron hábiles, porque pocos se dieron cuenta de que este movimiento iba a usar las vías democráticas para destruir la democracia.
Pero nada es eterno, menos la mentira. En pocos meses, la región está dando un giro fundamental en su destino. Comenzó a finales del año pasado, con la llegada de Mauricio Macri a la Presidencia de Argentina, terminando con 12 años de kirchnerismo. Pocas semanas después, la contundente victoria de las fuerzas democráticas de Venezuela en las elecciones parlamentarias, puso de rodillas al chavismo. Luego, la derrota de Evo Morales en Bolivia en el referéndum a través del cual buscaba reelegirse una vez. Mientras tanto, la popularidad de Dilma Rousseff sigue picada en Brasil y las acusaciones de corrupción contra Lula también la salpican. En Ecuador, Rafael Correa se dio cuenta de que intentar aferrarse al poder podía haberle salido tan mal como a su compañero Evo, y decidió despedirse de la Presidencia al terminar su mandato el próximo año.
Lo más irónico de todo es que una de las razones por la cual estos líderes populistas llegaron al poder fue el agotamiento de la gente con los políticos corruptos. Los vientos de cambio que hoy llegan y sacan a la luz la verdad demuestran que nunca ha existido en nuestros países mayor corrupción que la vivida en los últimos años. El remedio fue significativamente peor que la enfermedad.
Fueron muchos los engañados. Algunos por demasiado tiempo. No podemos olvidar que incluso actores de oposición en Venezuela admiraban a Lula y lo calificaban como ”el modelo a seguir”; como el exponente del “socialismo bueno”. Su detención en días pasados para que declare por graves hechos de corrupción en los que aparentemente está involucrado derrumba esa idea.
Por eso lo que hoy está pasando es tan importante. No solamente por el bien de nuestras sociedades y el futuro de nuestras naciones. Sino también porque lo que estamos viviendo es el fin de un mito.
Un fin que recién comienza.
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