¡Los linchamientos están de moda!
Hace unas semanas salió la noticia de que habían quemado vivo a un joven en Catia por, presuntamente[1], haber robado una camioneta.
“Lo que es moda, no incomoda” es algo que suele decir mi abuela, pero la verdad es que esta “moda” de los linchamientos es algo que debería incomodarnos a todos los venezolanos, no solo porque pone en evidencia la descomposición social en la que está inmersa nuestra sociedad hoy en día, sino que además representa un peligro potencial para todos los que somos ciudadanos, seamos delincuentes o no, culpables o inocentes.
Para entender el peligro de la ola de linchamientos que se están dando, primero debemos saber que en las sociedades existen dos tipos de controles para mantener el buen funcionamiento del contrato social. Estos son el control social formal (policía, tribunales de justicia, el ministerio público y el sistema penitenciario) y el control social informal (vínculos sociales con la familia, el vecindario y la escuela).
No es secreto que en Venezuela el control social formal es cada vez más ineficiente (por no decir inexistente), debilitado justamente por la centralización que ha llevado a cabo el gobierno nacional, sin mencionar los altos índices de corrupción que van desde las más altas cúpulas hasta la panadería de la esquina.
Es gracias a esta ineficiencia de las autoridades, que tenemos altos niveles de criminalidad e impunidad en todos los ámbitos, lo que produce que la población viva con miedo y desconfianza hacia los otros, los demás que los rodean; causando una especie de ensimismamiento e individualismo en la vida cotidiana del venezolano.
Luego tenemos el control social informal, el cual también se ha visto afectado por lo anteriormente mencionado, agregándole también una ruptura en las relaciones familiares causadas por la gran tasa de embarazo precoz, la ausencia o abandono por uno de los padres del núcleo familiar, las pésimas condiciones del sistema educativo (pensum, infraestructura, etc.) y finalmente, la poca solidaridad entre vecinos a causa de la desconfianza que existe hacia los otros. Sumado a esto y más recientemente, también podemos incluir el tema de la escasez de alimentos y medicinas, traducidos en una incertidumbre constante que obliga a parte de la población (los que aún tienen los recursos) a adquirir estos productos a través de “chanchullos”, sobreprecios o redes de conocidos.
Así pues, sin instituciones formales e informales a las cuales recurrir, los ciudadanos se han visto en la necesidad de tomar la justicia por mano propia para defenderse de la delincuencia. El problema está en que si bien tenemos una delincuencia descontrolada, eventualmente tendremos a los linchamientos como un mecanismo de “control” descontrolado, valga la ironía.
Permítanme ilustrar con un ejemplo: vas caminando por la calle, te tropiezas con un tipo cualquiera y resulta que está obstinado-molesto-no le caíste bien o lo que sea. Te acusa de que lo atracaste, se empieza a reunir un montón de gente a tu alrededor mientras tú tratas de explicar lo que en realidad pasó. Entre el griterío y las acusaciones sientes el primer golpe y en un dos por tres, estás amarrado a un poste en Sabana Grande mientras te están rociando con gasolina.
¿A quién acudir? ¿Cómo probar tu inocencia? ¿Cómo enfrentar a la psicología de las masas? ¿Cómo razonar con la euforia colectiva?
He ahí el detalle.
El problema con los linchamientos es justamente su naturaleza “espontánea”, en la cual no hay ningún tipo de razonamiento o control, además de que el mismo se legitima por la euforia y malestar colectivo. Sumado a esto, tenemos toda la frustración y resentimiento del día a día, que ven oportunidad de ser canalizados a través del ensañamiento con el que está siendo linchado.
¡OJO! No me mal entiendan. Con esto no quiero decir que me encanta vivir en un régimen de impunidad y violencia, donde el hampa es la que manda. Es necesario tener en cuenta la responsabilidad del gobierno por no cumplir sus funciones y ser el máximo delincuente dentro de este parapeto bautizado PATRIA nueva; pero es verdaderamente preocupante ver la cantidad de videos de linchamientos por las redes y, más terrorífico aún es ver cómo hay personas que celebran ver a un hombre moribundo ser pateado en una de las calles del este de Caracas, pues eso solo quiere decir que lo que queda de civilización[2] en Venezuela se ha esfumado y nosotros somos en gran medida responsables.
Así que más allá de la euforia colectiva y la arrechera que nos da vivir en la injusticia (y sí, da arrechera e indignación) debemos detenernos un momento y reflexionar, ya ni siquiera en el país que queremos ser, sino en el monstruo en el que nos estamos convirtiendo.
[1] Según la R.A.E. por presunción, acción y efecto de presumir.
[2] Según la R.A.E. estadio de progreso material, social, cultural y político propio de las sociedades más avanzadas.
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