Pendiente de un hilo
Tu espalda es deliciosa; ni se digan tus labios. Disculpa si a veces me sobrepaso.
Seguro has sentido los pétalos de una rosa. Son suaves, divinos, se adecúan a cada poro de tus dedos cuando los sostienes. Así es como siento tu piel.
La centella que saluda mis iris cada vez que hilvanas tus palabras con sus paisanas es un amenaza para mi cordura.
Pudiera quedarme noventa días adherida a ti. Hasta más. Es que hablamos de amor.
Sí, te amo.
Te amo.
Es la primera vez que te lo digo. Horas antes de la alborada pasada casi se me escapa. Bien que aprisioné mis cuerdas vocales, quién sabe si ahorita estuviera pensado en que se trató de adrenalina. Pero quién sabe si no, si hubiera llegado a la conclusión de que no fue solo eso porque ahora mismo lo estoy sintiendo.
Te amo.
Te amo, pero estoy a punto de espantarme, de nuevo. Estoy en una fina línea. Me siento de maravilla. Pero, mi amor no es suficiente. Mi sola disposición tampoco puede ganar esta carrera. Te necesito a ti. Necesito el acuerdo. Necesito la certeza completa.
Sin dudas, te creo cada palabra que recitas sobre lo que sientes. Si fuera mentira no te develarías como lo haces ante mí. Si fuera mentira ni rozaras la seriedad.
Pero si no eres capaz de darme todo solo a mí, te dejo ir. Te amo, pero te dejo ir.
Me duele solo pensar en la idea de hacerlo, por eso anhelo que tomes mi decisión. La de confiar, la de apartar todo lo demás, la de ser feliz, juntos tú y yo.
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