Restar, la involución

Ilustración: Lúdico

La división que hoy vive la sociedad venezolana no es un resultado azaroso. Por años, por muchos años, el Estado y sus adulantes se encargaron de fomentar la resta social, indispensable para comprender esa división marcada en lo real y también en lo figurado interpretativo que se padece.

 

Las diferencias; característica propia de la democracia, de la diversidad, de la pluralidad, de la complementareidad, se comenzaron a vender a los ciudadanos como el pecado original de un pueblo que se negó a reconocerse, en medio de toda esa carga emotiva que en esencia tiene el encuentro entre los diferentes.

 

Un pueblo mestizo, rico por el sincretismo religioso, cultural, emocional, racial y de toda índole, comenzó, por el capricho pendenciero de un obnubilado y sus secuaces, a querer desprenderse de esa realidad sencilla y cautivante; y de la noche a la mañana, se introdujo en un discurso excluyente, que reniega de las verdades más absolutas que por estas tierras se tengan.

 

Somos diversos, somos amplios, somos distintos; y así nos hemos entendido por siglos, así nos apareamos, así nos conocimos, así nos divertimos, así nos descubrimos y redescubrimos, indagando en nuestras pequeñas o grandes diferencias, para nutrirnos entre todas ellas y moldear no un ídolo de pies de barro, sino una sociedad robusta, en la que cada uno cuenta, cada uno tiene oportunidades, cada uno protagoniza su destino, y con él, protagoniza el destino de todos, en la fuerza de una unión que va mucho más allá de un discurso aglutinador, envolvente y manipulador.

 

Somos, ¡Qué pena!, víctimas de una resta nefasta.

Los espejitos y el oro; que tanta carga negativa nos trajeron en los días de la escuela, son el reflejo inequívoco de una casta que supo, por los métodos propios de cada cultura y civilización, conseguir fórmulas para subsistir, para negociar, para imponerse, para doblegar, para crecer juntos.

 

Extraerse de la realidad de aquellos siglos, y de la actual, para explicar conductas presentes, es anacrónico, e incluso irrespetuoso para con los autóctonos, con los guardianes de una civilización que vio en cada espejo un vestigio real de progreso; y en contexto, una oportunidad de negociación, de intercambio, de supervivencia.

 

El mundo ha cambiado, la globalización es un hecho, la información se adueñó de nuestros días, y es muy difícil –en la ciencia de la verdad- establecer hoy un paralelismo cultural entre aquel intercambio entre civilizaciones viciadas y puras y lo que por estos días se vive.

 

Restar es excluir. Por mucho, Venezuela resta.

Menos producción, menos incentivo a la educación, menos propuestas científicas, menos crecimiento industrial, menos actividad de capitales foráneos, menos capacidad de compra, menos potencialidad para el empleo, menos poder adquisitivo, menos fortalecimiento a la conciencia social, menos intercambio cultural, menos fomento de las actividades investigativas, menos presupuesto para la exploración en la diversidad de áreas del conocimiento, menos apertura para el avance social.

 

Restar es la involución.

Cada vez que las cifras descienden; independientemente de los ítems que reflejen, se marchita una posibilidad de encontrar un objetivo común para el país. Cuando se resta, en vidas humanas, en puestos ocupacionales, en camas de hospitales, en pupitres en buen estado… el plan B se potencia, se activa, se desarrolla.

 

Restar, como política de Estado, es una fórmula probada para establecer la improvisación, la rapiña del sálvese quien pueda, y la entronización de los sectores que dividen, a fuerza de resta continuada.

 

De tanto restar nada importa la involución, porque esa involución suma rastrojos, migajas, dádivas, favores y esperanzas, que en conjunto, no hacen más que dar opciones a la resta nacional, esa que se evidencia en los anaqueles vacíos, las montañas de basura, en los innumerables huecos de las calles, en la complejidad de la indigencia, en la abultada cifra de muertes violentas.

 

¿Es posible restar más? Por supuesto.

 

Restar en un país que se debate entre la desesperanza aprendida y la esperanza malentendida como forma de vida es lo más sencillo del mundo.

Cada medida sin fundamento lógico, cada planteamiento de odio, cada retaliación por la aplicación del apartheid político, cada sentencia amañada, cada insulto exprofeso se convierte en signo identificador de una sustracción de valores y principios individuales que terminan en la involución colectiva.

 

La anarquía y el caos del tráfico, de las juntas de condominio, de las sociedades de padres y representantes, de las reuniones de clubes, de los concejos comunales, no son más que la muestra evidente de esa resta sistemática convertida en retroceso social, para que no se establezcan soluciones sino que se potencien los problemas.

 

El país de la denuncia y el diagnóstico se nos volvió resta segura.

La impunidad, en cuanto a la práctica del delito, en cuanto a la denuncia sin pruebas, y respecto al análisis y propuestas sin garantías de éxito ni aplicabilidad, se convirtieron en el ingrediente base para la resta y su consecuente involución.

 

La falta de aplicación de justicia, en el sentido más estricto del término, deja sin sanciones a los impunes que van por la vida falsificando expedientes, modificando reglas, manipulando sumarios, reescribiendo leyes o constituciones, reinterpretando sentencias y sometiendo bajo el yugo de la manipulación de Estado a un país que lejos de adentrase en la superficie leguleya de la política barata, requiere del establecimiento de figuras referenciales que le permitan su avance , porque lo entiende como un bien básico; pero que aporte recursos para la investigación nacional acerca del uso racional de esos desechos como instrumentos de crecimiento social, bien por la figura del reciclaje, bien por su conversión mediante la inversión industrial en un nuevo tipo de energía. 

 

@incisos

Ilustración: Lúdico

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