Mi papá recorrió “El Niágara en bicicleta”

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“Me dio una sirimba un domingo en la mañana

Cuando menos lo pensaba

Caí redondo, como una guanábana, sobre la alcantarilla”

Juan Luis Guerra

 

Uno se despierta un día cualquiera sin imaginar que los infortunios de la vida y del país le van a alcanzar. La realidad, supera nuestras peores pesadillas. Ese día ya no es un día cualquiera, es el principio de un sinfín de acontecimientos que nos muestran, de primera mano, la catástrofe en la que estamos inmersos.

La primera vez en mi vida que escuché la palabra diálisis tenía alrededor de doce años, a esa edad los problemas parecen mucho más pequeños de lo que son, por lo que de manera descontextualizada parece sólo uno de esos asuntos aburridísimos de adultos. Más de diez años y algunas muertes después, la palabra cobra un sentido de horror.

“Hija, las noticias no son muy buenas. El doctor me dijo que probablemente haya que dializar”, soltó mi mamá. Y esa fue la sentencia. Me sentí pequeña, mínima.

En la casa contamos económicamente con poco más de dos sueldos mínimos, lo que en Venezuela alcanza apenas para mantenernos con lo básico. La suma de un seguro de vida para cualquiera de nosotros sobrepasa, por mucho, nuestro presupuesto. Por lo que vivimos, al igual que la mayoría de los venezolanos, pidiendo a nuestros Dioses una manito para que “no vayamos a enfermarnos”. Y es que la odisea de pasar por un hospital público le aterroriza a cualquiera.

Pero llegó el momento, alrededor de 350 mil bolívares diarios en una clínica no es una cantidad con la que cuente un venezolano promedio. El amor y las ganas de proteger a tus seres queridos no son suficientes para pagar las cuentas. Por lo que procedimos a llevar a mi papá al Hospital Universitario de Caracas, ya que había un conocido de un conocido que nos podía ayudar a ingresarlo, el mismo cuento de siempre.

 

“Me llevaron a un hospital de gente (supuestamente)

en la Emergencia, el recepcionista escuchaba la lotería

(¡treinta mil pesos!)

¡Alguien se apiade de mí!

grité perdiendo el sentido”

 

¿Piedad? la única forma de que se apiaden de un paciente en cualquier hospital del país es que llegue muriéndose o que tenga “palanca”, por suerte teníamos sólo la segunda y en poco menos de 24 horas mi papá entró por emergencia. Más tarde me enteré de un señor con mucha menos suerte, que tuvo que esperar tres días para ingresar. Y eso es quedarse corto. En Venezuela la atención médica es cualquier cosa menos atención.

Cuando al fin entré a visitar a mi papá lo conseguí en un pasillo al igual que muchos otros pacientes, hay camillas en todas partes, no se dan abasto; puedo hablar de la indignación que sentí al ver a mi papá allí, pero eso es pura banalidad. Por lo menos estaba ahí; y es que nos hemos convertido en el país del “por lo menos”, no sólo nos conformamos con eso sino que además lo celebramos.

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“No me digan que los médicos se fueron

no me digan que no tienen anestesia

no me digan que el alcohol se lo bebieron

y que el hilo de coser

fue bordado en un mantel”

 

Como en cualquier hospital del país, la mitad de los exámenes médicos hay que ir a hacerlos en lugares privados, la institución no cuenta con los recursos necesarios. Ni hablar de los tratamientos, puedo dar fe de que los familiares de al menos los 4 pacientes en la sala en la que un día después entró mi papá, estaban encargados de conseguir los medicamentos porque con la escasez los hospitales no están ni remotamente dotados, si no los consigues –que es lo más probable- sólo queda esperar, pero en emergencia qué puedes esperar: ¿la muerte?

Todo este panorama puede ser aún peor, y tiene como nombre: racionamiento de agua en Caracas. Por lo que antes de salir de la casa ya no nos preguntamos si se nos queda la cédula o el dinero, lo primordial es verificar los bolsos para estar seguros de que llevamos agua suficiente para el aseo personal de mi papá. Dentro del hospital, cada familiar desfilaba con su potecito de 2 o 5 litros de agua.

Lo más triste de todo este asunto no ha sido conseguir un hospital -o el país- en condiciones inhumanas, lo peor ha sido el trato inhumano por parte de los médicos, enfermeros y los guardias de seguridad. Entre tanto examen, se ha descartado por ahora – y afortunadamente- la diálisis de mi papá, creo que fue más por nuestra terquedad de querer estar seguros, porque si fuera por el personal encargado lo hubiesen dializado el primer día que llegó.

La objetividad y el desapego médico en Venezuela se ha convertido en un “trato basura”, en el que no se valora la vida humana. Es verdad eso de que nos hemos convertido en monstruos.           Sé que en las condiciones en las que está el país es difícil tener vocación médica, pero no hay excusa que valga; ustedes, doctores, no sólo salvan vidas, también las quitan y las cambian. Por eso aplaudo a los pocos médicos que valoran la vida y hacen que el infierno de pasar por un hospital público sea un poco más llevadero, gracias por darnos esperanza.

A Venezuela sólo me queda recitarle la siguiente frase de Elvira Sastre (La Maga): “aguanta, te salvaremos los supervivientes”.

Anyelmary Fassano
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