Me niego a creer que todos en las fuerzas armadas estén llenos de violencia y odio

Más que un ruego es una súplica desesperada, un llanto atravesado en mi garganta que se expresa en forma de grito, que implora apoyo para salir de la impotencia, un llamado hacia la compasión de nuestros niños, de nuestros jóvenes, madres, adultos mayores, de nuestra gente, toda. Quiero creer que en nuestra milicia aún hay personas sensatas y con un profundo amor a la patria y al rol que les toca ejercer para la salvaguarda de nuestro país.

No concibo que la mayoría de los militares estén cegados por el poder o por lo acomodaticio del acceso a viviendas, alimentos y demás beneficios materiales, que aun existen militares con valores, entendiendo  esa palabra valor como el apego a los más profundo ideales y creencias de justicia, compasión, solidaridad, libertad y amor.

Me niego a creer que  pueden estar cegados por la ingobernabilidad o gobernabilidad a la fuerza de un grupo que ostenta el poder basado en la violencia, la muerte y la represión, donde no ha sido suficiente el vivir las horas negras del hambre, la miseria, la carencia de medicamentos, la inseguridad sino que ahora se viola el legitimo derecho a la protesta desesperada de una inmensa mayoría que pide cambio y, que si bien pudiera,  en la fantasía de mentes perversas creer que esa mayoría no es tal, se niegan a buscar el camino de la paz mediante un conteo electoral… en el nombre de Dios, díganme que no todos son así.

He visto el sadismo en los rostros de militares al golpear a los ciudadanos e incluso darles muerte, algunos hasta tomándose selfies victoriosos de las barbaries que cometen.

¿Será que existen algunos que consideren que esto no es justo? ¿Será que pueden entender que la población no puede salir sola de la dictadura porque no disponemos de armas?, y digo armas no porque sea lo que deseo, nada más lejos de mi sentir, yo aún fantaseo con el amor y el entendimiento, con la justicia vestida de elecciones donde la mano de Dios además se haga sentir.

Debajo de cada uniforme de un militar, sea cual sea su rango, hay un ser humano común. Debajo de cada uniforme hay un hombre o mujer, un padre o una madre, un hijo, un tío… un ser que siente y padece el dolor, la enfermedad. Los uniformes no son una armadura que desdobla al ser humano para convertirlo en un súper héroe que jamás sufrirá de aquello que, a diario, amenaza en contra de los civiles, debajo de cada uniforme hay un(a) venezolano(a) que tiene el deber de garantizar el orden y la paz y jamás será la violencia el camino y por lo tanto deben rebelarse a la orden nefasta de atacar a su gente y recordar las palabras de nuestro libertador: «Maldito el soldado que apunta su arma contra su pueblo»

Hoy, de rodillas ante Dios le pido le muestre a nuestros militares que el poder, el verdadero poder no está en lo material, está en la justicia, el servicio, la honestidad, la integridad, la defensa de la humanidad y haga que intervengan esta vez para protegernos y no para atacarnos; que les duela cada muerte, cada venezolano desesperanzado, las largas horas de cola para medio sobrevivir, que les duela su país y decidan ser protagonistas de la gloria que merece Venezuela y su gente más que cómplices de una dictadura perversa que ha beneficiado a pocos y dañado a la mayoría.

En el nombre de Dios,

Liliana Castiglione
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