La crisis en Venezuela simplemente no perdona

No espero que estas palabras resuenen, simplemente quiero que sean leídas, sobre todo por aquellos que viven en una realidad ajena a la nuestra. Para estar ajeno a esta situación no hace falta precisamente estar en otro país, porque sí, hay personas que aun niegan lo complicado que es vivir en Venezuela, buscando una justificación para esta mala gestión de gobierno…

La historia del deterioro de nuestra nación comienza mucho antes de mi nacimiento, incluso antes de la llegada al poder del mismísimo Chávez; la historia no miente, quedo escrita, y pensadores como Arturo Uslar Pietri lo predijeron, pero sin embargo, aquí estamos, metiendo la pata cada vez más profundo en el barro.

Cuando Chávez llegó al poder  esta servidora apenas tenía unos escasos 4 años de edad, una época en la que lo más importante para mí era no perderme el episodio de “Pokemon” y no dejar que mi prima me hiciera trampa en algún juego, pero aún así desde 1999 tengo vagos recuerdos de los mismos ciclos.

Recuerdo el 11 de abril del 2002 (6 años), día en el que estaba toda mi familia estaba reunida en la sala, impactada por lo que ocurría en la tele; recuerdo cómo mi hermana lloraba al ver tanta violencia en las calles y aún tengo en mi mente como todos se lamentaban de lo que ocurría, sin embargo yo seguía sin entender que era exactamente qué era lo que estaba pasando, solo que debía ser algo muy malo.

Recuerdo el referéndum revocatorio de 2004 (9 años), mis padres y mi hermana tuvieron que hacer una cola que duro muchísimas horas, la ansiedad por saber cuáles serían los resultados y la decepción de la derrota, sin contar ese miedo de que el gobierno sepa que firmaste para intentar derrocarlo.

Recuerdo las elecciones presidenciales donde salió victorioso el fallecido Chávez, el referéndum de la reelección indefinida, la victoria de Nicolás Maduro y cabe resaltar que aún recuerdo esa sirena que se hizo tan popular con el cierre de RCTV; hecho con el cual lloré a pesar de tan solo tener 12 años, edad en la que uno no comprende muy bien esas cuestiones políticas y sociales.

Esos acontecimientos siempre estuvieron acompañados de lo mismo: una gran marcha épica donde miles de personas salían a manifestar su descontento para luego culminar las noches con un gran cacerolazo, incluso, recuerdo como vendían en la autopista cacerolas pregrabadas, en las que uno solo debías colocar la corneta en la ventana y poner a todo volumen el cd.

Vimos desde muy jóvenes grandes cifras de muertos en las noticias, la mayoría causadas por muertes violentas; los asesinatos por hampa se volvieron comunes pues nunca fue algo nuevo para nosotros ver tanta violencia en las calles.

Mientras que los millenials de otros países se preocupan por cuál es la mejor cámara en un celular, esa que les proporcione buenas fotos para su Instagram, a nosotros nos ha tocado ver cómo se devalúa la moneda, cómo la vida se vuelve cada vez más cara y cómo los productos desaparecen de los almacenes; independientemente de lo vitales que sean para la vida humana, ni siquiera podemos recordar lo que es ver un supermercado lleno de productos de diferentes marcas; una juventud que se divide básicamente entre los que escaparon, los que no pueden escapar y los que se quedan a luchar.

En el 2017 todo ha sido mucho peor que antes, pareciera que hemos tocado fondo, que no se puede estar peor… de verdad espero que no se pueda estar peor… las protestas eran una bomba de tiempo que no se tardaba en estallar; los muertos, la tristeza, la desesperación, toda esa sobrecarga hizo a que tomara la decisión de no intoxicarme con información, de llevar la vida con calma, distraerme y ver el camino desde otra perspectiva… claro, ¡cómo que si fuera posible!

Lo que no sabía en ese momento es que la crisis siempre te afectará, todo comienza con esas historias de “le paso al amigo de un amigo”, esos cuentos de gente pasando hambre, pasando trabajo con alguna enfermedad, muriendo lentamente por culpa de la crisis y cuando piensas que sabes la peor parte no te esperas aquella sorpresa que no se hace esperar.

Ahí es cuando el destino te da una buena cachetada de realidad y se vuelve imposible de ignorarla. En el mes de enero me tocó despedir a gente importante en mi vida, entre ellas mi hermana mayor, es cuando empieza a ser real, tus amistades y familiares se están escapando del país por un futuro mejor… ¿Qué hago aquí en Venezuela?, ¿por qué no he escapado aún?, ¿soy tan fuerte para dejar todo atrás?, ¿volveré a ver a mi familia de nuevo si me voy?… Migrar nunca ha sido fácil pero a veces es la mejor opción que se puede conseguir.

Posteriormente en el mes de abril mi tío paterno empeora su enfermedad que ya tenía tiempo arrastrando consigo, aquí todo se vuelve cada vez más turbio…

Mayo fue un mes difícil para los Valero, Barinas (el pueblo natal de mi padre) enfrentó una ola de saqueos y delincuencia nunca antes vista, entre aquella anarquía resultó afectado el hospital dónde se encontraba mi tío; además de la dificultad para encontrar medicinas, aquella sala de emergencias fue saqueada y el acceso a la ciudad se hizo casi imposible por unos 3 días.

Los medicamentos alcanzaron precios totalmente surreales, la situación en el hospital se volvió una verdadera película de terror, a pesar de ello se hizo todo lo posible por mantenerlo con vida hasta que finalmente, el 12 de junio de este año, la vida de Guadalupe José Valero se apagó, dejando un gran dolor y frustración entre todos nosotros, el tío Lupe seguiría con vida si la situación del país fuera distinta…

El 13 de junio mi padre y yo, muy temprano en la mañana, emprendimos un viaje de 8 horas con el poco dinero con el que disponíamos para darle el último adiós. Al adentrarnos en el interior del país se puede notar como la calidad de vida es cada vez peor, autobuses y autos particulares accidentados  por todo el camino, fuerte vigilancia militar cada ciertos metros, deterioro en las calles, rastro tras otro de una difícil realidad.

Una vez en Barinitas (nuestro pueblo), las cenizas de aquellos saqueos se dejaron notar, casi todos establecimientos permanecían cerrados y los pocos abiertos tenían muy poco que ofrecer, las personas usan el gas con extrema precaución pues además de ser difícil de encontrar su precio es muy elevado, claro, sin contar aquellos problemas de toda la vida, falta de agua y constantes cortes de luz, algo cotidiano en la vida del barines.

De regreso al terminal para emprender el viaje de vuelta a Caracas, un señor abordó la camioneta para pedir dinero para su hija, la niña se encontraba recluida en un hospital necesitando con urgencia un medicamento que costaba 83.000bs, no nos extrañaría que fuera verdad pues eso más o menos costaban las medicinas que el tío Lupe necesitaba.

Luego de una semana de golpe tras golpe, agradeciendo que el autobús (ni de ida ni de vuelta) no se accidentó en el camino, llegue por fin a mi casa y mientras me recuesto en mi cama me pregunto… ¿cómo llegamos a tocar fondo de esta manera?, ¿cuántas familias no están pasando por una situación similar?, ¿qué tan mal podemos llegar a estar? Y sobre todo… ¿Qué haremos si algún día que ni Dios lo quiera volvemos a ver a un familiar caer en una enfermedad así?

No escribo esto para dar lastima, lo hago para rendir un homenaje a mi tío, que su historia se sepa, esto no suele salir en los periódicos, no nos empatizamos con simples estadísticas o números de la morgue, les apuesto que estas cosas pasan todos los días; ningún medio tendría espacio suficiente para contar cada muerte ocasionada por la crisis.

La crisis hospitalaria es más grave de lo que pensamos, esto no le pasó a un amigo de un amigo, le paso a quien está detrás del teclado escribiendo estas palabras.

Que en paz descansen mi tío Lupe y todos aquellos que murieron por esta crisis, una tragedia de la cual no estamos tan enterados hasta que la vivimos en carne y hueso, pero que a pesar del dolor tenemos la esperanza que esto puede mejorar.

Dicen que no hay mal que dure 100 años…

Ana Daniela Valero
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