El complejo de inferioridad insatisfecho del independentismo catalán

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Cuando en 1714 las tropas borbónicas ganan la guerra, someten a la Corona de Aragón de los Habsburgo y suprimen las instituciones catalanas por decreto del Rey Felipe V, a nadie se le pasaría por la mente que esto servirá de excusa, tres siglos más tarde, para pedir la independencia de lo que en su momento fue el Condado de Cataluña.

Se les olvida un pequeño detalle a los actuales independentistas catalanes: Tras la conquista musulmana de la Península Ibérica, la figura que utilizaron para dominar este vasto territorio fue el establecimiento de guarniciones militares en lugares como Barcelona. Más tarde, en el Siglo VIII, el Imperio Carolingio francés gana esos territorios que hasta ahora poseían los musulmanes, y es allí donde nace la demarcación territorial conocida como “condados” (entre ellos el catalán), que respondían directamente ante los monarcas carolingios; y al mismo tiempo se configura la famosa Marca Hispánica, que es una franja territorial que iba desde Pamplona hasta Barcelona, y no es sino hasta dos siglos después que el imperio francés va cediendo lentamente la administración local a los representantes de la aristocracia autóctona. Esto, por sí mismo, va creando un mestizaje cultural hispano-francés interesante, que se denota incluso en la actualidad, en los vestigios franceses y latinos que posee el idioma y las costumbres catalanas.

El hecho de la Marca Hispánica es clave a la hora de rebatir los argumentos de quienes hoy en día enarbolan las banderas de la independencia catalana e instauran un discurso sembrado de odio y resentimiento hacia los españoles, basándose en un hecho absolutamente fantasioso sobre la otrora e inexistente preponderancia de Cataluña, o llegando a aseverar que en algún momento fue un reino o una nación a la altura del Reino de Aragón. Cataluña era un condado, y por tanto estaba bajo la administración de un Conde supeditado a las órdenes y designios de la corona francesa y luego de la aragonesa, y rendía cuentas a éstas. No hubo jamás un reinado de Cataluña; es falso, como lo son cada uno de los argumentos de los secesionistas, que pretenden desmembrar España borrando siglos de historia.

No hubo, ni siquiera, una unidad para aquellos años, de constituir a Cataluña como un reinado. Recordemos que, ante la caída del imperio Carolingio de Carlo Magno, la situación a lo interno de los condados era de absoluta inestabilidad y de continuas guerras intestinas por obtener el control de los territorios.

Tampoco es cierto que, debido a su relevancia, al momento de integrarse a la Corona Aragonesa, ésta haya cedido autonomía al Condado Catalán. Esta es otra de las afirmaciones que hoy por hoy ensalzan parte de un mito que no encuentra sustento en ningún documento de historia. Si bien es cierto que Cataluña conserva sus propias leyes dentro de Aragón, esto no da pie a pensar que surgió como parte de un arreglo por la importancia del condado.

Siglos después, con la unión de los Reyes Católicos y con la adhesión de la Corona de Aragón al Reino de Castilla, los nobles aragoneses pujaron por el mantenimiento de sus leyes para no verse perjudicados por las elevadas cargas fiscales que suponía su pertenencia al reino. Esto fue lo que llevó a la guerra civil de los ocho años que comenzó en 1640, y que surgió como un levantamiento de la oligarquía en contra de la unión de las dos coronas, y es acá donde empieza a surgir la idea de la utópica república catalana.

Los catalanes se opondrían a principios del Siglo XVIII a la llegada de un rey de la Dinastía Borbón, y la Guerra de Sucesión de 1700 obliga, como lo mencioné en las primeras líneas, a la ocupación de Aragón por parte de las tropas borbónicas de Felipe V. Es discutible si los Reales Decretos de Nueva Planta, fueron un castigo a Cataluña [de nuevo los catalanes sintiéndose el ombligo del mundo]. En realidad, Felipe V era un monarca bastante centralista y déspota que no iba a consentir que se conservaran dentro de su Reino distintas leyes, y ello explica la supresión de la Generalitat y otras instituciones catalanas que se habían formado desde el Siglo XV; pero también la supresión de otras entidades que no tenían que ver con Cataluña.

Los transcurrido a partir de allí es un cúmulo de sentimientos cargados de patriotismo y utopías; de contrariedades y de incompatibilidades, porque algo como la secesión, que en algún momento de la historia fue enarbolada por la nobleza y la aristocracia catalana, luego se recogió en agrupaciones y sindicatos de proletarios, estudiantes, grupos reformistas, conservadores, federalistas y hasta anarquistas, pero que al mismo tiempo y con todo ello, eran curiosamente  republicanos, unos más independentistas y separatistas que otros.

Tres veces se ha intentado frustradamente proclamar la república catalana: en 1873; luego en 1931 y finalmente el intento autoritario de 1934. Cada una de ellas en riña con las leyes, para no hablar de estado de derecho porque está claro que durante una buena parte del Siglo XX España careció de ello.

Al nacionalismo catalán, se le reconoce su férrea lucha contra las dictaduras militares de Primo de Rivera y de Francisco Franco durante el Siglo XX, pero el autoritarismo intrínseco que encarna su propia razón de ser, de sostener una falsa pretensión y nadar en contra de la corriente, hace pensar si en el fondo no arrastró parte de la brutalidad de estos regímenes.

Hoy, nuevamente arremeten contra España. Atentan contra el estado de derecho, y envisten a sus instituciones y a sus ciudadanos con un ánimo falseador, manipulador y canalla. Hoy nuevamente enarbolan la bandera de la vergüenza que tanto le criticaron al totalitarismo. Yo solo espero, que Puigdemont corra con la misma suerte de Companys, sin el paredón de fusilamiento, desde luego; pero todo parece indicar que la ley llama al Gobierno Español de conjunto con el Senado, a aplicar el artículo 155 del mandato constitucional y complacer, otra vez, ese complejo de inferioridad insatisfecha que poseen los catalanes… Pero lo que no puede ocurrir jamás, es que esto quede impune.

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