De diásporas y errancias

Cuando escuché por primera vez la palabra diáspora, tendría alrededor de 14 años, no entendía mucho, pero la imagen mental que tenía sobre eso, era completamente diferente a lo que mi padre se esforzó por explicarme, incluso,  con ejemplos bíblicos. Para mí, una diáspora era algo así como una libélula, un pequeño insecto bello y frágil o tal vez, como una bailarina.

Ha pasado el tiempo, y aunque se lo que significa, no logro quitar de mi mente aquella imagen de la temprana adolescencia. Y es que una diáspora significa movimiento, como la libélula, una diáspora es un conglomerado de personas que se desplazan como una bailarina, con un montón de tristezas en la espalda y una maleta de sueños en el corazón.

Uno de los desplazamientos más recordados de la historia es la diáspora judía, cuando los israelitas fueron expulsados de su tierra y comenzaron a dispersarse por todos lados, siendo maltratados y en muchos casos asesinados, dando lugar a la frase: “el judío errante”, porque la errancia, como llamaba Mariano Picón Salas al exilio, es justamente, el destino más inmediato de los  expulsados de su propia casa.  

Salir de la casa-país, no estaba en el diccionario de los venezolanos, a menos que fuera por placer,  o tal vez, salir a estudiar, pero siempre para regresar a casa. Hoy, salir del país, no es un capricho, tampoco es un placer, salir del terruño es una necesidad, una acción desesperada de sobrevivencia, porque si te quedas, mueres.

La diáspora venezolana es escandalosa, propia de un país en guerra;  han salido de Venezuela aproximadamente 1.5 millones de personas que llegan por diferentes vías a los países vecinos y los que más pueden, saltan el charco. Todos  tienen una historia de penurias que contar: enfermedades sin medicinas, hambre sin comida, familiares muertos por el hampa, escasez de dinero, sin empleo, sin transporte, sin gasolina, las calles desiertas. El caos y la nada.

Salir a trabajar se convirtió en una verdadera tortura, no sólo porque los salarios son irrisorios al lado de la hiperinflación, sino porque no hay transporte suficiente, las unidades que se dañan no pueden ser reparadas porque no hay repuestos, y  el mantenimiento es casi imposible por lo elevado de los precios.

Comer es un lujo, las caraotas pasaron de ser, el alimento de los pobres, a exquisitez suntuaria, no hay quien pueda preparar un pabellón completo en Venezuela.

El país cada día nos expulsa con más fuerza. Y sigue el goteo, mensualmente renuncian un promedio de 50 profesores en cada una de las universidades, los estudiantes que están a punto de graduarse no esperan su título, salen en desbandada huyendo del hambre, muchos de ellos no tienen un plan de vida para cuando lleguen a su destino, solo quieren salir del infierno.

Las familias, fracturadas,  padres que deben dejar a sus hijos con familiares para  buscar empleo en otro país, hasta que puedan llevárselos. Parejas que se separan sin esperanza de volverse a unir porque si no se van juntos, el que se queda, luego no puede salir. La desesperanza ronda todos los hogares venezolanos y al final, la única salida es la huida.

Pero,  cómo no nos dimos cuenta de que este era el destino que nos esperaba cuando Chávez comenzó a expropiar tierras, empresas, etc. Cómo es que tantos venezolanos aplaudieron la destrucción de la estructura económica y productiva del país. ¿Acaso no se le veían las costuras a los grandes experimentos sociales que hizo el difunto? Por qué los venezolanos hemos sido tan inmediatistas. Pero el cinismo y la saña con que se ha tratado este problema,  supera las respuestas a todas estas interrogantes.

La diáspora venezolana es consecuencia de la irresponsabilidad, tanto de políticos, como  de ciudadanos comunes, que ven en cada seudolíder o caudillo la ganga de su vida. La vista gorda, es un mal que  debe ser erradicado, también el oportunismo por tres centavos y la justificación de la corrupción. Nadie pensó en el país,  y ahora, ¿cómo salimos de esto quienes nos quedamos?

La reconstrucción de Venezuela en el aspecto económico no va a ser difícil, lo difícil es la reconstrucción de la identidad, de la moral y la ética, la tarea más ardua es construir un nuevo ciudadano;  responsable, meritorio y dispuesto que no espere del Estado, dádivas, un ciudadano que crea en el trabajo, el estudio y el emprendimiento.

Venezuela es recuperable, no esperemos  a que llegue,  Un  día después de mañana.

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