El arte de la guerra

Hace poco tuve una conversación por Whatsaap con un amigo que me decía que aquí no existía  guerra porque no había ejércitos enfrentados, quise responderle pero no pude, se fue la electricidad y me quedé sin WIFI.

Quizás el amigo tenga razón si se atiene a las teorías académicas sobre la guerra, pero no dejo de asombrarme  al ver que alguien que haya tenido que sufrir las agresiones de un régimen comunista, piense de esa manera. Pero para  entender esto habría que repensar los actos de guerra y verlos no solo como una emisión de balas por ejércitos enfrentados, más bien,  habría que echar un vistazo a la semántica bélica y a cómo se desarrolla en los nuevos tiempos políticos y sobre todo, cómo manipula este concepto, la ideología perversa del socialismo/comunismo.

Para ponerlo sencillo,  podríamos decir que una guerra simplemente es un conjunto de agresiones sistemáticas y sostenidas de un sector, grupo, institución, país e incluso, de una persona individual hacia otro. Pero el meollo del asunto quizás está en las armas y en las consecuencias.

En la Edad Media, se luchaba con espadas y cuchillos; en el siglo XVIII ya existían las balas y la pólvora, fusiles, cañones etc., y fue justo con este tipo de armas que se libraron las batallas libertadoras: Waterloo,  Carabobo, independencia de los EEUU, entre otras.

En el siglo XX tuvimos la I y II Guerras Mundiales, también la Guerra de Vietnam de la que tenemos el recuerdo de un gigantesco hongo de humo sobre Hiroshima por la explosión del arma más poderosa que jamás se había visto: la bomba atómica. En fin, son numerosos los relatos y películas en los que se evidencia, que efectivamente, fueron enfrentamientos militares.

Todas esas armas han sido y son impactantes, mortales,  pero llegamos al siglo XXI y nos encontramos con otras armas: bacteriológicas, electrónicas, pero mucho más mortal, el arma de la violencia gubernamental representada en grupos armados, destrucción de los servicios básicos, generación de epidemias,  hambre inducida.

Tenemos  la guerra de un régimen que desestructura al Estado y lo lleva a la decadencia para que arremeta contra  los ciudadanos. No son dos ejércitos, pero son dos fuerzas, dos poderes. El primero, con el poder de fuego y el poder político para manejar la vida de los otros, y el segundo, solo con el poder que le da la constitución y su condición de ciudadano.

En Venezuela no hay una guerra convencional: ejércitos, aviones bombardeando, etc, pero la guerra está ahí, silenciosa, latente. El régimen avanza sigilosamente  como una víbora, y saca sus armas: cortes de electricidad prolongados, cortes de agua por meses, tumba la conectividad, desinforma, niega medicinas y espera a que sus víctimas mueran.

Si propiciar las condiciones para que un paciente renal fallezca porque cortan la electricidad, no es un acto de guerra, no sabemos entonces, qué más podría ser. Si negar hasta el cansancio la entrada de ayuda humanitaria (medicinas y alimentos) no es una guerra, tampoco sabemos cómo llamar a eso. Si burlarse del dolor ajeno (muertes, enfermedad, hambre) bailando frente a las cámaras de TV, no es guerra, tampoco sabemos qué nombre darle, porque la humillación, igualmente, es  guerra.

El genocidio silencioso y en cámara lenta, también es un acto de guerra, miles de venezolanos han muerto por desnutrición y otros miles están en esa vía. Los comunistas conocen muy bien de hambrunas inducidas, el  Holomodor en Ucrania, fue su Ópera Prima, y las réplicas son: Venezuela Cuba, la China de Mao. Miles de venezolanos han muerto porque no pueden comprar medicinas para sus tratamientos y otros más, porque no las consiguen.

Pero el régimen aparenta fortaleza, es uno de los principios del arte de la guerra, pero de igual manera, los ciudadanos debemos resistir, fortalecernos ante la inclemencia, tratar de producir  con todas las limitaciones, no abandonar nuestras rutinas lo más que se pueda. Resistencia es la opción y recordar siempre: el que ríe de último, ríe mejor.  

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