Dos palabras y un destino

El hambre tiene cara de perro, decía mi tío Félix, pero esta expresión no estaría completa sin agregarle: bravo. Y es que el hambre como necesidad del cuerpo es imperiosa, nadie puede decir, voy a esperar a que pase el hambre. Nadie supera el hambre sin  consecuencias graves para su cuerpo.

Para los cristianos, el cuerpo es el templo del alma,  pero los comunistas siempre han tratado de profanar ese templo para aniquilar al alma y para ello, nada mejor  que disciplinarlo y someterlo a través del hambre. Ellos lo saben bien, el poder debe atravesar el estómago para arrodillar la voluntad.

No es la primera vez que un país regido por un sistema comunista  llega a niveles de hambruna. Lo ocurrido entre los años 60 y 70 en Cuba, aunque no se hizo público de inmediato,  fue hambre y miseria, que no se denunciaron oportunamente porque no existían redes sociales, ni organismos internacionales como la CIDDHH, además, porque Latinoamérica vivía encandilada con los destellos de  democracia comunista que irradiaba Fidel y su camarada el Ché.

Sin embargo, Cuba guardó las formas con la libreta de racionamiento, normalizó el hambre, silenció a los alzados,  y ellos siguieron en el poder felices para siempre. Pero no ocurrió así en Ucrania entre 1932 y 1933, cuando Stalin en un afán por colectivizar la economía y atornillarse de por vida, cometió el genocidio más recordado de la historia: el Holodomor, comparable con el holocausto judío.

El Holodomor, es una mancha que no pudo lavar la Unión Soviética, ni con todo el sistema de ocultamientos que usualmente practican este tipo de regímenes. Cientos de miles de ciudadanos ucranianos murieron de hambre cuando Stalin, mandó a expropiar cosechas, paralizar silos a la brava y prácticamente recoger todas las semillas del mayor granero de Europa: Ucrania; para someter a los campesinos a la triste dependencia del Estado Comunista, en el mejor de los casos, porque en el peor, los campesinos fueron asesinados por las fuerzas de seguridad del Estado cuando buscaban comida en la ciudad.  

El Holodomor no es una película de ciencia ficción, ni de terror, es una amenaza latente;  ahora le tocó a Venezuela transitar por ese campo minado de la hiperinflación y el desabastecimiento con su consecuencia: el hambre. Pero no podemos ser tontos y  pensar que es por ineptitud o incapacidad del gobierno, al contrario, la eficiencia con que se ha llevado a cabo el plan de destrucción y desmantelamiento del país, es admirable.

Pero lo más asombroso es que un sector de la población todavía no ha entendido que los  aumentos de sueldo que cada dos meses anuncian con bombos y platillos, trae más inflación, más pobreza y más hambre. Cuando Ricardo Hausmann  osó pronosticar que en noviembre de 2017, el sueldo mínimo alcanzaría para 2740 calorías diarias, los defensores del hambre se escandalizaron calificando  a Hausmann de conspirador, hoy, a solo cuatro meses de ese pronóstico, estamos literalmente comiéndonos un cable.

Tenemos que pensar el hambre como estrategia de dominación,  y para ello, hay que hacer memoria: expropiaciones de fincas y haciendas productivas, clausura de la importadora de semillas más grande del país, estatización de las empresas, control de cambio, etc.,  ¿Quién en su sano juicio iba a creer que con esa avalancha de desafueros un país iba camino al desarrollo y la productividad? Nadie, solo los que aplauden las demencias comunistas, a ver si les cae algo, aunque sea fallo.

Una hambruna es la consecuencia natural de la NO producción, pero algunos no lo creen, y  continúan repitiendo como autómatas: si no trabajo, no como, pero de lo que no se han dado cuenta es que si trabajan, tampoco comen, y esto, es lo verdaderamente incomprensible. La mayoría de quienes enuncian ese ritornelo están sufriendo en carne propia el hambre  y la pobreza, pero la justifican con frases como: es que nos merecemos esto,  éramos malos y botábamos comida. Dios nos está castigando y un sinfín de frases seudoreligiosas  y autoflagelantes para exculpar a los responsables; comportamiento que nos lleva a pensar en la necesidad de un estudio psiquiátrico colectivo.

Lo cierto es que cada día, la violencia contra nuestros cuerpos es mayor; ingerimos menos calorías, menos vitaminas, menos proteínas, y a la puerta esperan la descalcificación, los problemas cardiacos, renales, entre otros, sólo queda huir o resignarse.  Hambre u Holomodor , son palabras con un mismo destino: la muerte.

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