¿Se acerca el final?

Basta mirar en torno nuestro para tener la certeza de que pronto la pesadilla llegará a su final. Y que al despertar, ¡aleluya!, el dinosaurio no seguirá allí donde ha estado desde hace años. ¿O no?

En este punto crucial de nuestra historia, la convicción que se impone dentro y fuera del país es que vivir en Venezuela bajo las condiciones actuales pasa necesariamente por aceptar que a pesar de todo lo que hacemos para eludirla, la muerte, individual y colectiva de los venezolanos, nos aguarda a la vuelta de la esquina. Y aunque bien sabemos que nadie se muere la víspera, también sabemos que haga el régimen lo que haga para impedirlo, la Presidencia de Nicolás Maduro tiene los días contados.

En el plano doméstico, las miserias que devastan a Venezuela, hasta el día de ayer espejo político y económico en el que los latinoamericanos se miraban con justificada envidia, nos han convertido en una nación que parece estar a punto de desaparecer. La escasez de todo lo esencial para la vida humana, desde alimentos y medicamentos hasta billetes de banco, desde el colapso de todos los servicios públicos hasta el hecho inaudito de que Venezuela sea una nación secuestrada por el hampa, sin suministro normal de electricidad y agua, sin libertad de prensa ni contrapesos institucionales que garanticen los más elementales derechos del ciudadano, nos obligan a pensar que lo que tenemos entre manos no es siquiera una dictadura de ideología implacable, la del comunismo estalinista en su versión cubana, sino un cataclismo político sin precedentes. Una realidad que es el sórdido producto de la suma de un gobierno que a pesar de operar según el más riguroso modelo del ordeno y mando cuartelario no gobierna y de una oposición que siempre ha preferido mirar hacia otra parte para no correr el riesgo de ser expulsada de un juego en el que en definitiva jamás ha logrado participar.

Dígase lo que se quiera, sobre todo si lo dice esa oposición claudicante, la crisis venezolana es la consecuencia más cabal de esa alianza de cúpulas políticas incapaces y corruptas que con absoluta impunidad hace, deshace y legitima los antojos más viles del régimen, como acaba de suceder en el hospital infantil J. M. de los Ríos. El efecto más visible de esta gran tragedia nacional es que buena parte de la población escape o trate de escapar de Venezuela, o se desespere aún más porque no puede hacerlo. Incluyendo en ese lote de ciudadanos descorazonados a numerosos miembros de esa supuesta dirigencia política de oposición, que en las últimas semanas, con la falsa excusa de explicarle al mundo las coordenadas de una catástrofe que ningún gobierno necesita que le expliquen porque la conocen hasta en sus más mínimos detalles, se han incorporado a la desbandada de un pueblo que ya no resiste los efectos generados por el desmoronamiento sistemático de Venezuela como nación democrática y relativamente feliz.

En el plano internacional, las recientes decisiones tomadas por un país siempre tan neutral en todo como Suiza, por Panamá y por las naciones del continente agrupadas en el llamado Grupo de Lima para cerrarle a Nicolás Maduro las puertas de la VIII Cumbre de las Américas por impresentable, son pruebas indiscutibles de que el mundo observa con creciente malestar la tragedia venezolana y enjuicia severamente al régimen chavista por las consecuencias demoledores de su gestión sin atenuante alguna.

En el marco de esta penosa encrucijada, Jorge Rodríguez hace pocos días nos sorprendió al declarar que él se niega “a aceptar que la situación de Venezuela sea catastrófica.” Y uno no puede sino preguntarse: ¿Simple expresión retórica de un siquiatra arrogante y nada más? ¿O insinuación, como la que hizo Luiz Inácio Lula da Silva instantes antes de ingresar a prisión, cuando sostuvo  que “la muerte de un combatiente no para la revolución”, de que la única manera de salvar a un régimen que agoniza inexorablemente es que él sustituya a Maduro, como tercer presidente del régimen chavista, antes de que sea demasiado tarde? ¿Será este final negociado lo que en verdad discuten los representantes del régimen y de la alianza MUD-Frente Amplio, teledirigidos por Washington y La Habana con la mediación de José Luis Rodríguez Zapatero?

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