Una ruta de certezas

Es responsabilidad del análisis un compromiso inexpugnable con la realidad. Para bien o para mal debemos tener plena conciencia de nuestro acontecer histórico, única forma de saber si tenemos o no tenemos razones para mantener la esperanza en el sentido que propuso Juan Pablo II a saber, «una actitud fundamental que nos debe mover a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a nuestra entera existencia y, por otra, ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad con el fin de hacerla conforme al proyecto de Dios». Y porque la verdad es una condición de la libertad. 

 

  • El grupo de partidos, conocido como el G4 es la base de sustentación del gobierno interino de Juan Guaidó. Tal vez la mejor forma de llamarlo la ha aportado Diego Arria cuando lo designa como gobierno colegiado. El ser respaldado por Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Primero Justicia y Voluntad Popular, hace que la presidencia sea también expresión de un conjunto de formas de proceder y compromisos asumidos con el dinero sucio, al margen de lo que esperan los ciudadanos. Esa unidad que proclaman es realmente una coalición sectaria y excluyente, con intereses propios y un proyecto de país empeñado en replicar el estatismo y las relaciones clientelares y corruptas que se derivan naturalmente de un gobierno sin límites. 
  • Este grupo de sustentación tiene como interés fundamental el legitimar un proceso de negociación blanda que conduzca a unas votaciones que solamente servirán para legitimar el actual orden de cosas. Pero no nos equivoquemos, para esa trama de intereses en acción y en posición tiene especial importancia que no haya cese de la usurpación, un ecosistema perfecto para el saqueo de los recursos y la impunidad de los que son sus principales patrocinantes y benefactores. 
  • La mentira se ha convertido en elemento esencial del actual ejercicio de la política. Cada cierto tiempo el sistema perverso se estrella contra la realidad y provoca esos fiascos que hemos visto con estupor. Tenemos la desgracia de sufrir una dirigencia que practica la mentira con contumacia. Son los campeones del “sí, pero no”, del “yo no voy, pero ya estoy”, “el quiebre ya está listo” y otras versiones de los descalabros políticos. Comenzaron mintiendo sobre el rol de la ayuda humanitaria. Se desbarrancaron en Cúcuta con el “si o si”. Volvieron a estrellarse el 30 de abril, han mentido descaradamente sobre los diálogos tutelados por Noruega, y han engañado a sus interlocutores internacionales, no una vez sino unas cuantas veces. 
  • La única estrategia consistente de la presidencia interina es ir a unas elecciones. Por lo tanto, están dispuestos a violar el estatuto que define el espíritu y propósito del interinato y a mentir u ocultar la verdad tantas veces como haga falta. Ya no creen necesario el cese de la usurpación, tampoco la necesidad de un gobierno de transición que estatuya el estado de derecho y garantice las condiciones para unas elecciones competitivas. Por alguna razón, el presidente Juan Guaidó se cree candidato imbatible y unánime en unas elecciones donde no importen ni los contextos, ni los contendientes. 
  • La mejor forma de practicar la política es dándole la debida importancia a las máximas morales y a las obligaciones jurídicas. Esto debería obligar a nuestros dirigentes al respeto de las instituciones, al cumplimiento de las reglas que ellos han jurado respetar y defender, sin abrirse al turbulento espacio de la arbitrariedad. El gran desafío de la presidencia interina es precisamente ese, el sentar las bases de una práctica republicana que se ha perdido, el respetar y el volver a dotar de esa respetabilidad y creencia en la validez de la Asamblea Nacional como reducto de legitimidad que puede convertirse en el último y eficaz bastión frente a las arremetidas del régimen usurpador, devenido en ecosistema criminal. El contraste debería ser radical entre unos y otros. Por eso la desgracia de tener que ver como se igualan en un “todo vale”, en un “sentarnos a conversar porque podemos convivir”, en una cerrazón a la justicia que incluso los hace sacrificar el TSJ legítimo para congraciarse con el otro, funesta y patética guillotina de todas las libertades. La misma levedad inaceptable que los hace asiduos del canal Globovisión, como si todo valiera lo mismo, y no fuera importante el viejo apotegma que sentencia “dime con quién andas y te diré quien eres en realidad”. 
  • El dinero sucio, la corrupción y todas las formas de explotación y saqueo de los recursos del país convergen en una agenda de mantenimiento del statu quo. Que nada cambie dentro del sistema perverso de relaciones es su mejor apuesta. Y como ocurre siempre, están dispuestos a movilizar todos sus recursos para que esto sea así. Por eso somos espectadores algo sorprendidos que en la agenda del presidente interino lo fundamental sea ratificar que su coalición es imbatible, más allá de lo que se diga sobre la integridad de sus miembros. Como hemos visto en los días recientes, la corrupción partidista tiene una condición inmunológica fundada en el compadrazgo imbatible, los endosos automáticos propios de la costra en la que se ha convertido el grupo de poder, la primacía cultural del amiguismo y las logias y la defensa a ultranza de una corriente de intelectuales y supuestos influencers.  
  • El argumento más usado para defender el particularismo vernáculo es que hay dos raseros. Con uno juzgan al régimen, y con otro muy diferente a los suyos. Por eso hay dos tipos de corrupción, la mala, practicada por el socialismo del siglo XXI, y la perdonable, e incluso justificada, practicada por esa oposición institucional con la que juegan pingpong. Una es condenada y con la otra se practica una indulgencia que los convierte en amorales y con la que atan una inmensa piedra de molino al futuro del país. El sistema inmunológico de la corrupción opera dándole un manto de impunidad a unos y otros, por eso aquí “de eso no se habla”, llegándose a decir que Odebrecht (la corrupción que afecta a los propios) es nada con la que ha operadas desde PDVSA (la que beneficia a los ajenos, pero también a los propios). 
  • Hay una preocupante prioridad por ponerle la mano a los activos del país. No solamente CITGO, los bonos, la refinanciación de la deuda, también empresas de menos renombre, pero con flujo de caja más libre, como es el caso de Monómeros Colombo-Venezolano, filial de Pequiven, ahora bajo en control de la presidencia interina. Sin embargo, no hay contralor especial, ni rendición de cuentas, ni de responsabilidad política sobre las decisiones que se toman. Nada más peligrosa que la falta de transparencia y el ejercicio del poder sin check and balances. Nada más distante de la pretensión de volver a la república civil que el uso, disfrute y disposición de esos bienes del país al margen del escrutinio ciudadano. 
  •  Todos los desplantes del régimen de Nicolás Maduro son una extensión de su debilidad. Un reconocimiento de que son muchos los vencidos por una ideología y una forma de hacer gobierno que está condenada al fracaso. El fracaso no tiene solamente indicadores cuantitativos sino ese envilecimiento espiritual de aquel que ha perdido el alma y por lo tanto llega a la convicción de que no tiene nada que perder, y por lo tanto está dispuesto a que los demás lo pierdan todo. La gran mentira alrededor del socialismo del siglo XXI es sobre el cálculo de su fuerza real, lo que no implica que no tenga recursos a la mano, y que los quiera y pueda usar. 
  • El seguir embarcado en unas negociaciones imposibles es, sobre todas las cosas, un imperdonable error de cálculo. Todas las veces que se comete un error de cálculo político es porque se supone indebida e irreflexivamente que los interlocutores o adversarios están practicando la realpolitik con las mismas convicciones, semejantes estructuras valorativas y el mismo compromiso. La ingenuidad de esos actores políticos los encalla en una interacción de la que salen escaldados. De no ser así no tendríamos a buena parte de los parlamentarios en el exilio luego de haber intentado un contacto que advertimos era peligroso e inútil. Los improvisados negociadores no entienden que sus contrincantes practican la mala fe con la misma frialdad que aplican que se aprecia en los otros ámbitos de la vida política y social venezolana. El gran fracaso de nuestros dirigentes es porque desechan los precedentes y son improvisados e irreflexivos en la composición de tiempo y lugar, asumiendo que el otro ha incurrido en algún proceso de conversión que los transforma en pacifistas y los deja fuera del espacio de crimen y violaciones que hasta ahora ha sido su guarida. 
  • Nadie se ha paseado hasta el momento en una pregunta crucial. En cuanto a las negociaciones con el régimen, su aceptabilidad o no, depende no solamente de las condiciones oprobiosas en las que se han puesto al margen todos los ciudadanos sometidos al secreto autoritario y a la designación también implacablemente autoritaria de unos negociadores que no cuentan con el respaldo, la simpatía o la respetabilidad de un país que simplemente desconfía de ellos. Pero es que hay algo más, ¿cuál es el tipo de mundo futuro que se esboza para los venezolanos? ¿El de Stalin González? ¿El de Martínez Motola? ¿El de quién? No lo sabemos, porque ¿cuál es el significado preciso de esas condiciones que no conocemos pero que deben existir? Por cierto, frente a ese atropello a nuestros derechos ciudadanos salió, como cabía esperar, el endoso automático, el “confío plenamente y pongo mis manos en el fuego por…”. ¿Sabían ustedes que en la comisión está también el antiguo rector del CNE que juraba que teníamos un sistema electoral blindado? ¿Por qué debemos confiar ahora en él?
  • Henry Kissinger señalaba que cuando los estadistas desean ganar tiempo, ofrecen negociaciones. Esto tiene que extenderse incluso a los que no lo son, pero que juegan en la política, como es el caso que nos atañe. Y hay tres preguntas que se hace Kissinger sobre diplomacia que yo quiero plantear en ocasión de lo que estamos viviendo: ¿Puede la presidencia interina de Guaidó efectuar una negociación importante con el régimen sin pagar el costo de fragmentarse y volverse añicos? ¿Usará el régimen de Maduro esta nueva serie de negociaciones para recomponerse y tratar de sobrevivir? ¿Podría Nicolás Maduro hacer concesiones importantes sin perder dominancia? En esas tres preguntas está la repuesta que anteriormente hemos dado. Para ninguna de las partes hay incentivos reales de llegar a un resultado, a menos que cualquiera de las partes esté alucinando, seamos víctimas de la ingenuidad más peligrosa, estemos en manos de improvisados o, la peor de todas las situaciones, unos y otros son el mismo bando desempeñando una coreografía previamente ensayada.
  • Konrad Adenauer advertía a todos sus visitantes que su gran aprendizaje como estadista había sido no confundir los arrebatos de energía con la fuerza. Y bien que lo dijera porque ni en física significan lo mismo. En todo caso el estadista alemán se refería a los “arrebatos calisténicos”, puestas en escena y manifestaciones catárticas cuyo momento siguiente siempre es depresivo, y que no acumulan fortaleza, que es otra cosa. Porque tal y como algunos deben sentir en la médula, existe en negociaciones políticas ciertos experimentos que no se pueden intentar, porque su fracaso entraña un riesgo irremediable, y el peligro de un desplome de todo lo construido. Hay algunos que tienen como tónico universal y piedra filosofal eso que llaman “la calle”, piedra contra la cual se han estrellado al no conseguir nada de lo que ofrecen. Eso es energía derrochada si no hay propósito e incentivos racionales. La fuerza es otra cosa. En nuestro caso tiene que ver con el cuarteto de condiciones en donde se articulan la relevancia moral, alineación institucional, respaldo internacional y resiliencia ciudadana que permitiría el sereno propósito de la liberación del país. Y ese cuarteto de condiciones, que en algún momento estuvieron presentes y disponibles para la acción política, ahora lucen más efímeros. 
  • El problema de fondo es el aprendizaje  desestructurante y desinstitucionalizado de una dirigencia política que ha crecido al descampado, que solo ha conocido y experimentado el terrible y arbitrario socialismo del siglo XXI, y sus contrapartes igualmente desestructuradas y viciosas de las que han formado parte sin contrariar sus bases filosóficas. El país que está representado en esa oposición tiene poco acervo político y una muy escasa reflexión diferente a querer tomar por asalto el país para reconstruir las ruinas de un estado fallido y volver al imposible petroestado que nos trajo hasta aquí. Esa oposición no quiere un estado diferente. Quieren montarse sobre él para seguir practicando los mismos vicios y las mismas recetas. 
  • Solamente una ruptura radical determinada para construir las bases de una república liberal, con todos sus límites bien delineados, podría ser una alternativa que nos saque del abismo de imposibilidades y frustraciones que nos tiene paralizados. Podríamos tener libertad, oportunidades y compasión con los menos favorecidos si ideamos un sistema político diferente a la lógica del minero, su saqueo, su cobardía histórica y su reproducción de la pobreza. 
  • Finalmente, algunos se preguntan por qué, si todo está tan mal para el régimen, no hay indicios de que ceda en algo. La respuesta la da Tocqueville y la saben los regímenes despóticos: “El momento más peligroso para un mal gobierno es cuando comienza a reformarse… Los sufrimientos que se habían soportado por parecer inevitables se vuelven intolerables cuando aparece un escape…”. Ellos nunca cederán en nada. 

 

Juan Pablo II hablaba del deber de escoger entre la verdad y la mentira, entre el bien que significaba la primera y el mal que se expresaba con la segunda. Se trata de plantear una esperanza que no desilusione, que sea la compañera de nuestro difícil camino y el calor que abrigue nuestros corazones cuando sintamos esa desolación tan propia de los malos tiempos. Recordemos que solamente la verdad nos hará libres. 

Víctor Maldonado
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