De la escritura auditable

Hábito de muchos años, escribir es un acto de aprehensión de las realidades que pronto se diluyen, adquieren rápidas versiones, integrándose al arsenal psicológico que también nos  amuralla frente a un constante, contradictorio y feroz asedio. A veces,  convertimos el bolígrafo o el teclado en un oficio inadvertido y gratuito que adquiere madurez, la que sólo el tiempo autoriza por muchas destrezas técnicas que juren reemplazarla.

Y cuando la anormalidad es algo más que un elemento de la vida cotidiana que nos resistimos a asimilar, el tintero de bytes suele reventar por los testimonios que exigen un ejercicio cada vez más urgido: el de la memoria. De esto habla el saldo de muertos que arrojó la llamada II Guerra Mundial, incluyendo el Holocausto y el Stalinicidio que, a pesar de todos los pesares, hay quienes olímpicamente los niegan y, al menor descuido, falsarios consumados, se imponen o tratan de imponerse a la postre.

Padecer el socialismo delictivo del siglo XXI, como ocurre en Venezuela, ha de significar escribirlo y también integrarlo a la tradición oral de cada familia para que no trasmute y, tarde o temprano, una vez superado, repitamos la tragedia. Falta demasiado para fijar esa memoria indispensable, pero vamos avanzando y, no por casualidad, en la era digital, sabemos de un exponencial crecimiento de los columnistas fijos u ocasionales de prensa, a veces, extraordinarios y, otras, por muy serio que se diga un diario que ya no sepa del papel impreso, desechables por sus repetidas necedades.

Sentimos que al abecedario jamás logrará sustituirlo al video y, constatamos, por mucho que éste prolifere, es de una cómoda reedición y desaparición.  Ya es raro conseguir, excepto incurramos en una larga, penosa e incierta minería de datos, la serie íntegra del tristemente célebre “Alo, presidente”, pues, ahora, sólo está en la esfera digital un Chávez Frías ofertado fragmentaria e interesadamente, por escasos minutos y hasta segundos.

Llegará el momento para una auditoría de todo lo que se ha escrito en el presente siglo de manera aparentemente fugaz y, aunque contamos con expertos en la materia, nos permitimos sugerir un viejo título del español Amando de Miguel para iniciar y emprender el largo camino de una evaluación necesaria: “Sociología de las páginas de opinión” (ATE, Barcelona, 1982). Quizá depare las más variadas sorpresas, recorrer los contenidos y continentes, o la mordida caligráfica de las ideas, pero también el contraste entre la autenticidad de las entregas y el tarifado interés colaboracionista de ls supuestos adversarios del régimen. Valga pregunta, ¿qué podremos decir de los medios oficiales y oficiosos?

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