LA OTRA CARA DEL DISCURSO, POR JAVIER IGNACIO ALARCÓN

Por Javier Ignacio Alarcón

Nota: Es importante señalar que este artículo es, de alguna manera, una continuación del último que publiqué en Guayoyo en letras: El discurso y sus personajes. Muchas de las afirmaciones que realizaré a continuación sólo tendrán un sentido pleno para quien lea previamente dicho artículo.

 

discurso0El discurso del presidente se dibuja como un plano o, mejor, como una base sobre la cual se estructura la escena política venezolana. Este plano general produce unos personajes que se relacionan entre ellos como los protagonistas y antagonistas de una novela y, al igual que estos, inspiran en el lector, en la audiencia del discurso, unos sentimientos determinados. Más allá, el espectador se compromete con los personajes: ríe y llora con ellos, comparte su optimismo y su pesimismo, se identifica con sus ideas y, es evidente, los admira y los compadece.

Los personajes que aparecen en el discurso despliegan sus potencialidades de manera más o menos libre. Ya sea a través de una reestructuración de su accionar o por medio de una absoluta rebeldía frente al discurso, tanto protagonista como antagonista  se desarrollan dentro del terreno, más o menos virgen, que se le ha proporcionado. ¿Esto supone una negación de la omnipresencia del discurso oficial sobre el escenario político? No necesariamente, la mayor virtud de éste es su capacidad de readaptarse: de consumir cualquier nueva actitud que asuman los personajes, de aprehenderla, de hacerla suya.

Esto adquiere una relevancia particular para el personaje opositor, para el “enemigo” o el antagonista. Porque él no desea (o suponemos que no desea) quedar atrapado dentro de la estructura construida por el discurso oficial. En tanto que oposición, está atrapado dentro del juego del gobierno. Pero, en tanto que es un agente político, podemos imaginar que busca romper el molde que lo ubica en un lugar específico dentro del escenario.

Nos vemos obligados a reformular una pregunta que ya habíamos planteado previamente: ¿puede la oposición quebrar la estructura del discurso oficial? Si continuamos con la analogía que hemos establecido entre una novela (o una película) y el discurso, la cuestión es altamente compleja. Unamuno suponía que el Quijote era, a todas luces, más real que su creador, Cervantes. En un tono similar, Sábato ha expresado en más de una ocasión que, para él, una novela se escapa del control de su autor. Ambas afirmaciones, aunque dentro de contextos distintos, con premisas muy diferentes y conclusiones casi opuestas; aún así, las dos ideas nos ponen de lleno en el problema que enfrentamos: ¿qué posibilidades tiene un personaje de escapar a la autoría de su creador?

En un ejemplo, mucho más cercano, el problema se hace más evidente. En Inception, en una de las conversación que sostiene Mr Cobb (interpretado por Leonardo Di Caprio) con la nueva arquitecta, Ariadne (Ellen Page), se realiza un brevísimo comentario sobre la inspiración: se afirma que, cuando diseñas un edificio, a veces sientes como si éste se construyera por sí mismo, como si el arquitecto lo estuviera descubriendo y no creando.

En cuanto a lo que se refiere al arte, este es un problema muy complejo que no pretendo desarrollar. Pero es esa paradoja la que me gustaría plantear antes de retomar el tema del escenario político. Así como podemos preguntarnos si el personaje puede revelarse frente al autor, nos preguntamos si un agente político es capaz de escapar a la estructura de la cual es, de alguna manera, producto (como es el caso de la oposición venezolana, hija del discurso oficial).

discursoCuando traspasamos este problema a un escenario social, nos podemos plantear diferentes preguntas. ¿Qué tan capaz es el individuo de escapar de las determinaciones sociales que, de alguna manera, lo definen? ¿Qué es la individualidad y la libertad? ¿Es posible la originalidad y, si es posible, qué cosa es, cómo podemos definirla? El problema se va tejiendo con preguntas que lo van complejizando. Y dar una respuesta, sin pensar con cuidado la cuestiones a las que nos enfrentamos, es un error evidente.

En el escenario político parece, sin embargo, que podemos decir que sí existe la posibilidad de un cambio. Lo que me otorga cierta seguridad a la hora de realizar esta afirmación es la historia: ya han existido cambios políticos y sociales en el pasado y, en consecuencia, podemos pensar que volverán a ocurrir. La pregunta que nos debemos plantear es, entonces, qué posibilita esos cambios. ¿Es la sociedad o un individuo o una idea? ¿El acontecer histórico y las dinámicas sociales se mueven como un devenir azaroso o dibujan un sentido siempre inconcluso que se proyecta hacia el futuro?

Si quisiéramos plantear estas preguntas de una manera más específica lo haríamos de la siguiente manera: ¿puede la oposición, como agente político, producir el cambio? ¿Puede el candidato que señala “un camino” distinto generar un cambio real en el discurso?

De alguna manera el discurso oficial, con todas sus fuerzas desplegadas, parece consumir la propuesta opositora. Quizás, lo único capaz de generar un cambio en la realidad política del país es una crisis que quiebre, no sólo el plano general que se dibuja en el discurso del presidente, sino todo el terreno que posibilita la aparición de cualquier nueva propuesta política. Habrá quien señale que la crisis la estamos viviendo en la actualidad y, por lo tanto, el cambio ocurrirá necesariamente el siete de octubre. Sin embargo, no podemos olvidar que la crisis que vivimos en la actualidad es generada: está contenida dentro del discurso. Es parte del cambio que supone “la revolución”.

No podemos seguir pensando que las elecciones, sean presidenciales o de cualquier otro tipo, suponen un punto de coyuntura o una crisis.  Por el contrario, me inclino a pensar que las elecciones y las “vías democráticas” han estado tan presentes en los últimos diez años que han dejado de tener un impacto real. La crisis vendrá, probablemente, por otro camino. La pregunta que surge es evidente: ¿cuál?

Sobre el terreno político se ha edificado una estructura que contiene, maneja, controla y ordena todas las propuestas políticas vigentes en la sociedad.  La crisis y la revolución, que en teoría deberían conducirnos a un cambio real, han sido aprehendidas por la maquinaria del discurso y se han hecho monótonas. ¿Cuál será el sismo que derrumbe el edificio, que lo destruya y le otorgué al terreno una nueva potencialidad? Esta es quizás la parte más compleja del problema, aunque todos tienen una respuesta, todas parecen ser modos del discurso y quedar atrapadas en el plano general que ha sido construido por la propuesta política del gobierno.

            

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