SÓLO QUERÍA ACABAR CON SU SUFRIMIENTO

 Por Marie Lépinoux

 

 

Hacía años que mi mamá sufría terribles dolores a causa de una enfermedad en sus huesos. Con el paso del tiempo, la enfermedad sólo empeoraba su condición. Ella nunca moriría de esa enfermedad, solamente le daría una existencia llena de dolores, de tortura. La causa tal vez se debió a algún crimen que cometió en su juventud, que el universo tenía que cobrárselo en vida. Pero era demasiado. No creo que ella haya perpetrado un acto tan terrible como para que la vida se lo cobrara de esa forma. Los dolores que tenía, sólo eran posibles de comprender si se sufren.

 

Yo me sentía impotente. La veía sufrir, llorar, retorcerse del dolor. Entendía su dolor, pero nunca fui capaz de comprender enteramente lo que padecía. Me sentía inútil. No podía ayudarla, solamente debía estar ahí. ¡Pero qué forma tan idiota de ayudar a alguien! No me complacía con ello. Quería sentir lo mismo que ella sentía. Quería que ella sintiera que alguien compartía con ella su carga. No quería que se sintiera sola. El dolor es así. Es un recordatorio constante de la buena salud, como bien decía Heráclito. Pero el sufrimiento es la forma más triste que tiene la vida de hacernos entender que estamos solos con nuestra existencia, con nuestros sentidos.

 

Un día llegué del trabajo. Mi mamá estaba retorciéndose del dolor en la cama. El dolor era tan fuerte que no terminaba de llorar. Sus facciones faciales expresaban el dolor que sentía. Su expresión se situaba entre el llanto y una risa tétrica. Mi reacción fue abrazarla fuertemente para que supiera que yo estaba ahí, para ella. Eso no aliviaba su dolor, como es natural. Le rodeé el cuello con mis brazos y comencé a abrazarla con fuerza. Cada vez que la apretaba más fuerte, entendí que conseguía tranquilizarse, así que la apreté más fuerte… hasta que escuché un crujido que provenía de su cuello. En ese momento dejó de sufrir.

 

Sólo quería acabar con su sufrimiento.

 

Ahora yo era la que sufría.