YO, EL PRESIDENTE

Por Andrés Volpe

 

gobierno

 

 

 

 

 

 

 

 

La figura presidencial cuando degenera en personalismo es dañina para el desarrollo de la vida democrática y económica de un país. Se confunde país con Presidente y Presidente con país.

 

El art. 4 de la Constitución de 1999 establece que la República de Venezuela es un Estado Federal y descentralizado, pero la práctica ha demostrado que el poder político y económico de Venezuela está centralizado en el Poder Ejecutivo. Específicamente, en una forma muy personalista y paternalista, en el Presidente de la República.

 

Hemos confundido la noción de Estado y de Gobierno, siendo ellas tan diferentes. El hecho de entender que el Presidente es el Estado es un vicio que debería subsanarse. El Presidente no es el Estado, porque el Estado trasciende al líder político. Venezuela no es un Presidente. Por el contrario, Venezuela somos todos y, todos por medio del sufragio, hemos elegido un Gobierno que está dirigido por un Presidente. Por ello, resultaría innecesario, incluso incongruente, el discurso del Presidente actual, porque sería iluso pretender ser la expresión absoluta de patria cuando solo se es un jefe de Gobierno, expresión de un
momento electoral determinado.

 

Debido a esta situación, a esta costumbre presidencialista, hemos fomentado una fatal arrogancia en los poderes públicos. El Estado venezolano es entendido como un ente político que limita la libre acción humana y no como un servidor del poder soberano que reside en la sociedad.

 

Poniendo como ejemplo una Ley Habilitante para la solución de una emergencia causada por desastre natural, una ley para controlar los precios por medio de una ecuación de justicia decretada desde el poder central, una Ley de arrendamientos que pone en duda los derechos de propiedad, entre otras, podemos afirmar que el poder central busca controlar a la sociedad con órdenes verticales que han perjudicado la actividad económica y el bienestar social. Son ordenes verticales que buscan moldear el orden social de una manera restrictiva sin dejar espacio a un orden espontáneo.

 

A razón de ello, quisiéramos resaltar que la realización de políticas públicas bajo un régimen presidencialista que termina en personalismo y paternalismo incurrirá en una ineficiencia política y económica. La razón del legislador y del Presidente-legislador es limitada y no puede recabar ni administrar toda la información producida por la sociedad en función de la elaboración de políticas que satisfagan las necesidades de ella.

 

221662 1Es allí donde ocurre la necesidad de escoger entre abandonar los intentos de planificación centralizada y recurrir a mecanismos de libre mercado, o restringir la libre acción humana para realizar un control más efectivo sobre la sociedad. Se termina en libertad o se instaura el control autoritario.

 

En consecuencia, la planificación centralizada y el presidencialismo desvirtuado creará siempre una deficiencia para la sociedad en su conjunto, como establecía Friedrich von Hayek. El mejor camino para la elaboración de políticas públicas siempre ha sido el de la libertad, la garantía de los derechos de propiedad y la garantía de un Estado de Derecho firme. Cada ciudadano conoce mejor su propia necesidad y es más feliz cuando es dueño de su libertad. La libertad y el orden espontáneo que surge de ella en la sociedad es preferible a cualquier intento de planificación centralizada, de cualquier intento de personificar el poder en una persona. Normalmente, la planificación centralizada termina en autoritarismos ciegos que solo producen una crisis de identidad nacional, porque los ciudadanos paulatinamente dejan de identificarse con el Estado y el Estado deja de identificarlos como ciudadanos para catalogarlos como súbditos. “El Estado soy yo”, yo, el Presidente.

 

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