EVOQUEMOS LAS MUSAS
Por Raquel Ferreira
“Prefiero hacer nada y ser feliz, que hacer algo que no amo”. Recuerdo haber escuchado esa frase en alguna película de domingo por la tarde, de esas para pasar el rato; a pesar de mi pésima memoria, se me quedó grabada. Al momento pensé estar completamente de acuerdo con ella, hasta que me tocó ponerla en práctica. Ahí es donde vienen las irremediables dudas, en la práctica.
Hace seis meses comencé en un trabajo que aunque me permitía escribir para una revista, ejercicio que evidentemente me gusta hacer, el resto era completamente opuesto a la mención de mi carrera (audiovisual) que elegí con convicción. A pesar de que decidí intentarlo con todo el entusiasmo posible, ya presenté mi renuncia.
Mientras decidía si renunciar o no, recordé la frase con la que comencé este texto, lo que me llevó a pensar en todo a lo que debía renunciar; para resumir, el dinero. Me di cuenta que estaba ignorando lo más importante, estaba dejando de lado lo que realmente nos mueve, lo que nos hace levantarnos con un sonrisa todas las mañanas sin importar lo poco que dormiste y el sueño que tengas: hacer lo que amas y en este caso, no viceversa.
¿Qué sería del mundo si todos hiciéramos lo que amamos?
Partiendo de esta pregunta, hice el ejercicio mental de imaginar situaciones cualquieras bajo ese contexto, donde todos hiciéramos lo que amamos:
Despertaría feliz, sabiendo que tengo mucho por hacer y muchas ganas de hacerlo bien; extrañamente no iría tarde, sino todo lo contrario. Una vez en la acostumbrada cola caraqueña, seguramente habría un poco menos de ruido, menos cornetas sonando (incluyendo la mía, pues no tendría apuro), la gente cediendo el paso, (¿entenderían que no los hace menos persona?), menos gente coleándosele a los que con respeto están haciendo su cola (quizás ellos también iban temprano) y mucha gente asumiendo el verdadero significado de la luz amarilla del semáforo. Cuando me montara en el ascensor para subir a la oficina, muchos me regresarían con ánimo mis “¡buenos días!”
Una vez en mi puesto de trabajo, comenzaría mis respectivos quehaceres casi sin distracción; el día me parecería que pasa volando y que no alcanza para tanto (en vez de ver constantemente el reloj esperando mi hora de salida). Aunque tuviera que quedarme en mi hora de almuerzo a adelantar algunas cosas, lo haría con gusto. Probablemente, si me tocara ir al banco, la atención al cliente sería realmente una atención y no lo que ahora parece, una molestia.
(A veces se puede tener nostalgia hasta de lo que no se tiene).
Estoy segura de que parezco estar tocando un tema secundario, pero en realidad es primordial. ¡Cuánto no cambiaría! Cuando se hace lo que se ama, no cabe la posibilidad de dejar un trabajo incompleto, no existe el desdén, se agota hasta la última gota de interés, dedicación y esfuerzo, se es feliz y libre por sobre todas las cosas.
No me refiero a una libertad profesional, sino personal; me refiero a desprenderse de las órdenes, del “tienes que hacer” al “quiero hacer”. Libre porque lo que se hace por vocación y con convicción, suma, llena y da paz. ¿Y acaso no es eso lo que todos buscamos? Como dice Sabina: “Se trata sólo de poder dormir sin discutir con la almohada”.
Lo que piensas, lo que atraes
Como el universo nunca deja de sorprenderme, mientras consideraba escribir este texto, me topé con un señor que tenía 18 años trabajando en la misma empresa; justo ese día había renunciado. Le pregunté por qué y me respondió: “porque lo que no te hace feliz te desgasta, y yo no quiero ser débil”. Siempre se agradecen las palabras de un extraño.
Sin duda, muchos pasan la vida descifrando qué aman hacer y aunque no todos lo descubren, para mí, la clave está en la búsqueda. En no parar hasta encontrarlo; en aceptar que siempre habrá algo que no nos guste, pero hacer el sacrificio te dará impulso; en asumir los errores; agradecer las experiencias y sobretodo, en armarse de coraje para tomar la decisión de ser feliz.
¡Evoquemos las musas!
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