IMAGINANDO A PATRICIA
Por Juan Rondón
Imagino a Patricia diciendo “sí, esta es la casa que soñé” y yo respondiéndole “yo la soñé primero para ti y aquí la tienes, es de nosotros”. Luego, mientras sostengo la única llave, levanto a Patricia en mis brazos y caminamos por el pórtico, o mejor dicho, yo camino porque la estoy cargando. Es tan liviana que no la siento. Abro la puerta sin tantear la llave; empujo la puerta, cruzamos el umbral riendo, y se hacen más grandes nuestras sonrisas mientras entramos a la casa. Ella se alegra más aún y dice “es nuestra casa”, y yo digo “sí, sí es nuestra casa”.
Por ahora los cuartos están vacíos. La casa es de un sólo piso y de suficiente tamaño para los dos y el futuro. Digo futuro porque hay un cuarto para un bebé, un estudio para mis trabajos y también una sala amplia donde Patricia puede realizar sus poemas y pinturas. Esta casa es la promesa, es el sueño que tuve hace años y ahora lo encuentro; como si yo hubiese llegado mucho antes de haber llegado de verdad. Aparte, es mi ofrenda a Patricia. El símbolo del nuevo comienzo después de lo mal que la he tratado.
Nuestra vieja casa está manchada por peleas y enfrentamientos. Debo admitir que esa decoración indeseable la monté a punta de rabietas. Solía tener problemas para controlar mi ira. De un tiempo para acá he mejorado, me controlo más. Aun así ambos tenemos frescas en la mente las escenas de cuando yo llegaba molesto, pagando mis rabias con ella. Cuando lograba tranquilizarme la veía asustada; corría al baño a buscarle alcohol y colocarle pomadas en las heridas que yo le había hecho, pero ella se alejaba. Eso hacía que me molestara nuevamente. Su cara de ratón asustado hacía que saliera de nuevo el demonio en mí y comenzara a gritarle, a humillarla y a decirle que si yo de verdad quisiera hacerle algo malo se lo haría, y no habría llanto ni cara de niña triste que me lo impidiera.
Lo importante es que he cambiado. Esta casa es prueba sincera de mi mejora. Comenzaremos de cero, aquí no habrá ningún rastro del pasado. Tantas son mis ganas de hacer las cosas bien que yo mismo levanté las paredes y coloqué los cimientos. Debió ser trabajo de años pero siento que todo lo hice en un día. Coloqué el piso de madera, ventanas grandes para que entre el sol, un móvil en los que suenan campanitas cuando sopla el viento y hasta unos comedores de aromas dulces que tienen agua con azúcar para que vengan mariposas y colibríes. Todo ha salido tan bien que lo siento irreal.
Lo que queda por ahora es pintar la casa, lo hago solo porque no quiero que nadie arruine la sorpresa y mucho menos la idea que se me ocurrió. (Patricia escribe poemas, después de terminarlos pinta sobre ellos. Inspirado en esto dejaré en blanco la habitación matrimonial, como si fuese una de sus hojas. Cuando venga, la cama va a estar junto con sus recipientes de acuarela. Le diré para mancharnos las manos; azul y verde en las mías, rojo y amarillo en las de ella. Haremos el amor, para luego ver los patrones de pintura de nuestros cuerpos, olvidándonos del cuarto totalmente blanco, haciendo nuevas mezclas de colores, como en sus poemas, mientras nos abrazamos y besamos; una mano roja clavel en mi pecho y varias palmas verdiazules en todo el cuerpo de ella, como peces nadando en una inmensa laguna. Después a la ducha, las capas de pintura y las viejas cicatrices se desharían, yéndose en un remolino acuoso. Regresaríamos a la cama, detallando todos los colores en las paredes, en el suelo y en la cobija que lanzamos al piso para no volvernos a manchar.)
Patricia espera a que la busque. Estoy emocionado, imagino su inmedible alegría. No tendremos que ver más las habitaciones que han servido de escenario de los errores. Ella, en la nueva casa, no tendrá nada que le recuerde los ataques de tristeza. Al fin dejaremos la guarida de aquel monstruo en quién me convertía para atacarla.
Me acerco a la puerta para salir y buscarla. Por una de las ventanas veo como llega un carro, ella se baja y me pregunto cómo es que sabe de este lugar. Me asombro al ver que alguien idéntico a mí la acompaña. Veo como lo abraza y besa. El otro yo comienza a tomar posesión de mí.
Patricia le dice algo y él responde, sonríen. Veo como él saca algo de su bolsillo, reviso el mío, y mi llave, la única llave, no está. Él levanta a Patricia en sus brazos y camina al pórtico. Decido esperarlos detrás de la puerta, vengarme de ambos por engañarme. Siento como pasan la llave y empujan. Cuando estoy listo para lanzarme sobre ellos me doy cuenta que ya no estoy dentro de la casa. Estoy viendo desde afuera como entran y cierran la puerta. No logro explicarme como llegué hasta acá. Desde el pórtico escucho como él, con mi voz, con mi rostro y mis gestos, comienza a decir que aquí irá el cuarto del bebé, que el estudio estará por allá y ella pintará sus poemas por acá. Que los colibríes se alimentarán junto con las mariposas, que en esta casa no entran monstruos y que las campanitas de viento estarán al lado de cada ventana. Mientras ella se alegra y dice “es nuestra casa”, y él responde “sí, sí es nuestra casa”, yo me apoyo contra la puerta, esperando el momento en que alguno de los dos me deje entrar.
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