LA CONSTRUCCIÓN MESIÁNICA DEL LÍDER Y EL PAPEL DE LA ESPERANZA

Por María Teresa Urreiztieta 

 

En los años 90, realicé un estudio en el que pude constatar que la actitud básica frente a la vida, la comprensión de la vida de pobreza, injusticia y marginación que vivía la mayoría de nuestra gente, estaba dominada por una visión fatalista de la existencia. Esta visión comprende la vida como un destino que ya está trazado, en el que ya todo está predeterminado y todo hecho ocurre de modo ineludible. La vida la controlan otros –está en manos de Dios o de los políticos de turno-. Dominaba entonces una forma de conformismo masivo expresándose en comportamientos de dependencia, pasividad y sumisión, de resignación ante las circunstancias de vida más negativas.

 

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Jesús, Simón Bolívar y Chávez en algún lugar de Caracas. Fuente: Noticias 24 29-02-2012

 

 

Dado este caldo de cultivo, lo que faltaba, apareció. Chávez irrumpe en el sistema esclerotizado y pronto se da cuenta, mucho más allá de lo que hubiese creído o calculado, que su aventura se convierte en un símbolo de  esperanza  y redención. El Presidente comenzó a encarnar la esperanza, y poco a poco fue construyendo un discurso en el que se va significando –él con su revolución-, como salvador de los pobres, de los abandonados por la democracia representativa; expresando incansablemente la intención de continuar la gesta histórica que dejó inacabada Simón Bolívar, la cual adereza con la gracia de contar con la bendición de Cristo, presentándolo como el primer socialista y revolucionario: “Para mí, el más grande socialista de nuestra era se llama: Jesús de Nazaret”; “El Reino de Cristo es el reino del amor, de paz, el reino de la justicia, de solidaridad, de hermandad, el reino del socialismo. Este es el reino del futuro de Venezuela”. De esta manera va dotando a la revolución de un aura divina, la sacraliza, afirma que está inspirada  por  Dios, capitaneada por Cristo. Por lo tanto, es el nuevo destino ineludible: “el socialismo irreversible” (¿a la cubana? Esta frase es de Fidel). De este modo ata lo político con lo religioso, con la divinidad, con la idea de eternidad basada en la esperanza del paraíso que nos vendrá. Esta construcción mesiánica de la revolución, del líder como el nuevo redentor, se aprovecha de los imaginarios épicos heredados, de las tradiciones religiosas populares y del sincretismo que configuran nuestra idiosincrasia buscando que la gente interprete que el líder fue escogido, iluminado, nació para salvarnos –de las injusticias, de los ricos, de los políticos traidores, de la burguesía, del imperio norteamericano-; que fue enviado de lo alto, por lo tanto, es invencible. La respuesta de la gente no se ha hecho esperar.

 

Esto ha puesto en evidencia un giro psicosocial muy importante en la subjetividad colectiva de nuestro pueblo: El paso de la visión fatalista de la existencia, a una visión esperanzada por una vida mejor, de agradecimiento a Dios por habernos enviado a este líder redentor. Con ello, la vida vuelve a ponerse en manos del nuevo Otro y no bajo la propia responsabilidad o control.  Por lo que tenemos una nueva expresión de la cultura de la dependencia rehabilitada, aunque no tengas casa o no tengas trabajo… lo que importa es consolidar la revolución, es decir, la esperanza en un mundo futuro mejor. Esta esperanza, así concebida (¡atención!), emociona de nuevo, da alegría; ofrece perspectivas, construye sentido, articula las fuerzas abandonadas, atenúa desesperanzas; potencia las posibilidades de imaginarse en otro mundo, desplaza –de nuevo-, la pesada responsabilidad de hacernos cargo de nuestra vida, es decir, es un alivio; propone un camino a seguir pastoreado por el nuevo profeta.  Y, según Anatole France “nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas”. Es precisamente esta esperanza la que mantiene vivo al proyecto cívico-militar del Presidente.

 

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Pancarta de seguidores del Presidente Chávez expuesta durante su visita al estado Guárico durante la campaña electoral. Fuente: VTV, 19-07-2012

 

Nota final: Para el pueblo que sigue al Presidente, la lucha durante la campaña electoral no era de David contra Goliat. Para sus seguidores, el Presidente representa el bien, un inmenso bien, no sólo material sino psicológico-existencial, político. Chávez no es interpretado como malo, dañino o destructor, o como un gigante insensato (¿a quién se le ocurrió que fuese así para los que le apoyan?); al contrario: es “el Presidente del Amor” como declararía una señora de manera arrebatada. A Chávez se le sitúa junto a Cristo, José Gregorio Hernández, María Lionza, Simón Bolívar en los altares de muchos ranchitos y sitios de culto popular. Su imagen forma parte del santuario–esperanza de la gente que lo sigue y dice amarlo. Para ellos, los Goliat están en otro lado. 

 

 

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