ROJO DISFRAZADO
Por María José Castro
“Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletariados, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto” decían Marx y Engels en el Capítulo II del Manifiesto del Partido Comunista (1848).
Para algunas personas, los términos socialismo y comunismo son equivalentes. En la ideología marxista, el socialismo sólo es una fase transitoria en el camino hacia el ideal comunista: “una sociedad sin clases sociales, donde no exista la propiedad privada”. Grandes movimientos se han gestado sobre la idea de liberar al pueblo, oponerse a los sistemas capitalistas y a las ideologías burguesas: Corea del Norte, URSS, Revolución China, Revolución Cubana. En muchos de los países socialistas, el partido dominante se llama a sí mismo comunista, pero el comunismo sigue siendo un objetivo utópico en todas las sociedades del mundo.
La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases, decían Marx y Engels. Y si algo se ha demostrado con el pasar de las décadas, es que la estratificación social tiene que ver con diferencias de poder y no sólo de riqueza. Las sociedades socialistas han conseguido reducir los desequilibrios económicos a costa de la expansión burocrática y de someter a la población a un estricto control estatal.
Marx construye su sistema aplicando la dialéctica hegeliana sobre el ideal filosófico alemán y la economía inglesa-francesa, siempre intentando asentar el pensamiento socialista que le antecede (libertad, igualdad, fraternidad). Indudablemente, desde la Revolución Francesa (1789) hasta hoy, el socialismo ha pasado de la “incubación” de la idea, el ideal y de la organización rudimentaria, a la proliferación de sus expresiones históricas y a la permanencia de éstas. De Babeuf a Marx y Engels, de éstos a Lenin y la Revolución de Octubre (1917), y de aquí a Brezhnev (Rusia), Mao (China), Tito (Yugoslavia), Castro (Cuba), Cunhal (Portugal), Marchais (Francia), Allende (Chile) y Guevara. Con las formas o experiencias específicas que les han estado ligadas, el socialismo, a través de la historia ha adquirido un carácter doctrinal.
“El marxismo-leninismo –decía Marx- es el suspiro de la creatura apabullada por la desgracia, el alma de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una época sin espíritu. Es el opio del pueblo…” En 1793, Jacques Roux proclama que “La libertad es un fantasma vano cuando una clase de hombres puede hambrear a otros impunemente. La igualdad es un fantasma vano cuando el rico, por medio de su monopolio, ejerce el derecho de vida y muerte sobre su semejante. La república no es otra cosa que un fantasma vano cuando opera la contra revolución, día tras día, a través del precio de los alimentos, a los cuales las tres cuartas partes de los ciudadanos no puede acceder sin derramar lágrimas”. Más tarde, en 1796, los herederos del jacobinismo, Grocchus Babeuf, Filippo Buonarrotti, Sylvain Maréchal y otros, en el Manifiesto de los Iguales exigen la abolición de la propiedad de la tierra en cuanto a propiedad individual y privada: “La tierra no pertenece a nadie… los frutos de la tierra pertenecen a todos… no podemos seguir soportando el que la gran mayoría de hombres trabaje y sude para felicidad de la extrema minoría… no debe haber otra diferencia entre los hombres que la edad y el sexo”.
Otra adherencia a la historia social-comunista es el color rojo. Si se analiza su psicología, se puede concluir que es un color magnético y cálido, conocido como el espíritu de la vida y su escasez. Simboliza sangre, fuego, calor, revolución, acción, pasión, fuerza, disputa, desconfianza, destrucción e impulso, así mismo crueldad y rabia. Es el color de los maniáticos y de Marte, y también el de los generales y los emperadores romanos, dicen que evoca la guerra, el diablo y el mal.
En 1791 se izó la Bandera Roja en París, los manifestantes con Luis XVI la adoptaron como propia en recuerdo de los mártires, convirtiéndola en una bandera revolucionaria. En el Siglo XIX es el color rojo quien protagoniza los símbolos de los movimientos revolucionarios, entre ellos, los procedentes a la Revolución Industrial y al Movimiento Obrero. En 1917, luego la Revolución de Octubre, primera revolución socialista declarada del siglo XX, se crea la Unión Soviética, y es identificada con la bandera de color rojo y los símbolos de la hoz y el martillo. En 1964 se publicó el “Libro rojo de Mao” donde se recogen citas y discursos pronunciados por Mao Tse Tung, que en aquel momento era el presidente del país y del Partido Comunista de China, quien prestó la mayor atención al gran poder creador de las masas revolucionarias, probando, en la forma más amplia, la exactitud del Marxismo-Leninismo y demostró su grandeza, su dinámica, su fuerza revolucionaria.
Desde hace más de 10 años, Venezuela se viste de rojo. A mediados del año 2006, Hugo Chávez expresó «hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del siglo XXI que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la libertad y en la igualdad». A partir de este momento, se comienza a hablar de un concepto que Heinz Dieterich esbozó en el año 1996, y estuvo inspirado en la filosofía y la economía marxista.
Hoy muchos comparten el deseo de ese Borges que describe Barrera Tyszka (2005): “Vivir en un país donde nadie supiera cómo se llamaba el Presidente”. Venezuela perdió esa posibilidad cuando olvidó hablar otros temas que no sean políticos, cuando su día a día se convirtió en analizar discursos y procederes políticos. Las políticas improvisadas son el pan nuestro de cada día, la inseguridad marca un disimulado toque de queda, mientras que la intolerancia comienza a ser el bien más común y la concentración de poder la única vocación del gobierno. En una situación como ésta, ese Borges opinaría “que los políticos fueran personajes secretos. Este Estado que no se nota es posible. Sólo es cuestión de esperar doscientos o trescientos años. Y, mientras tanto, jodernos».
@MJ_Castro
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