DESTINO DEMOCRÁTICO

Por Andrés F. Guevara B.

 

destino democraticoEn un país en el que el olvido y la simplificación son consignas diarias, abordar el tema del Estado Comunal constituye una tarea azarosa.  Menos de dos meses atrás Venezuela se jugaba su “destino democrático”. El 16 de diciembre Venezuela se volverá a jugar su “destino democrático” y, no lo pongan en duda, con la imposición del Estado Comunal los voceros que se oponen a dicha medida asegurarán que Venezuela se estará jugando de nuevo su “destino democrático”.

 

No se requiere de mucha inteligencia para concluir que de un tiempo para acá, para algunos Venezuela se está jugando su “destino democrático” cada vez que el socialismo bolivariano da un paso hacia adelante en su proyecto político. Sin embargo, a estas alturas, atestiguados casi catorce años de socialismo, es necesario reflexionar sobre si el problema real versa sobre “destinos democráticos” o causas mucho más profundas.

 

En Venezuela existe una democracia. Muy participativa además. Tan cierta es esta afirmación que incluso quienes adversan al socialismo bolivariano no dudan en calificar cada elección como una “fiesta democrática”, como si todos los votantes estuvieran en Amsterdam esperando el clímax de un Sensation con Armin van Buuren. Luego, existe democracia. Y esta se celebra con pitos y trompetas.

 

Quienes se oponen al Estado Comunal sostienen con firmeza que esta propuesta es contraria a la Constitución de 1999. Que el Estado Comunal es antidemocrático y contrario al espíritu pluralista que guía la carta magna. No compartimos dicha posición. En esencia, creemos que la Constitución de 1999 es tan difusa, contradictoria y ambigua que su interpretación puede prestarse para el asentamiento de un sistema comunal. Son los pesares de concebir como destino de la nación un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia.

 

No se pone en duda que puedan existir mecanismos constitucionales para frenar el Estado Comunal. Como tampoco se duda de que existan dispositivos que permitan su establecimiento. Es un juego de suma cero en el que la respuesta final la tienen quienes ejecutan el texto constitucional. Lejos está la democracia de ser la solución al problema. De hecho, la misma Constitución de 1999 nació al privar la democracia (soberanía popular) sobre la supremacía constitucional (Constitución de 1961). Los resultados están a la vista.

 

Los argumentos esgrimidos hasta ahora nos llevan a nuestra reflexión central sobre el tema: el Estado Comunal no viene a socavar el proyecto de nación establecido en nuestra Constitución ni concebido por nuestras élites. Tampoco destruye la “tradición democrática” venezolana. La pérdida del Estado de Derecho, del proyecto republicano, se extravió hace mucho. Lejos está  nuestra visión de país de aquella que idearon los arquitectos de la independencia.

 

Const. federalResulta esclarecedor leer las primeras líneas de la Constitución Federal para los Estados de Venezuela de 1811. En ellas los representantes de Margarita, Mérida, Cumaná, Barinas, Barcelona, Trujillo y Caracas, valga decir, los Estados de Venezuela (no la “República Bolivariana”) justifican la existencia del texto constitucional con el objeto de administrar justicia, procurar el bien general (no común), asegurar la tranquilidad interior, defensa exterior, sostener la libertad y la independencia política.

 

¿Son estos los valores que salvaguarda Venezuela hoy día? Rotundamente, no. ¿La razón? Quienes sentaron las bases para la existencia independiente de Venezuela eran hombres que proponían fundamentalmente un modelo de república liberal para el país y fue con base en estas ideas que se entregaron a la construcción de la nación. Lejos estamos de estos ideales. El Estado Comunal no hace sino reafirmar ese alejamiento que tanto políticos como ciudadanos sienten hacia el liberalismo y todo lo que ello implica.

 

El Estado Comunal consuma una tradición sostenida contraria al Estado limitado, al apego irrestricto a un gobierno de leyes y no de hombres. Afianza esa idea ingenua de que la democracia y la participación soberana se sobreponen a la demagogia, inmunes de cualquier tentación totalitaria. El pueblo decide. En medio de todo este meollo nos preguntamos: ¿Dónde quedó la libertad?

 

 

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