LA ANTIPOLÍTICA

Por Javier Ignacio Alarcón

 

Farsa ElectoralEn la necesidad que la oposición venezolana siente por ser reconocida, se ha visto dispuesta a entrar en el juego que propone el discurso del presidente. Y ya no hablo, o no solamente, de la oposición como élite de dirigente y analistas, sino del grueso de la población que se opone al gobierno. Aún desconfiando de las instituciones (desconfianza, cabe señalar, justificada), las aceptan: juega sus juegos, según sus reglas, dentro de los esquemas que ellas imponen.

 

La paradoja es mucho más profunda. Porque ni siquiera nos atrevemos a cuestionar la democracia o el voto, porque nos han enseñado a creer, casi exclusivamente, en este sistema. Nos han dicho, y lo hemos creído, que es el mejor sistema, la cumbre de nuestra evolución política (al lado, sobra decir, del capitalismo como sistema económico). Así, los opositores se encuentran en la extraña tarea de señalar a un dictador que se mueve dentro de una democracia y cuyas herramientas son, de hecho, democráticas: la retórica empleada magistralmente y las elecciones ejercidas hasta el cansancio, hasta la banalización. Una labor tan extraña y ambigua como la que realizan los oficialistas que quieren construir un socialismo, y eliminar el capitalismo y los monopolios, a través de la construcción de un monopolio estatal.

 

¿Se puede cuestionar el voto? Esta pregunta ha estado vetada por muchísimo tiempo y los pocos que se atrevían a hacerla eran descalificados automáticamente. No es descabellado, sin embargo, plantearse algunas preguntas a la hora de decidir si quiero o no votar. ¿Si el CNE está viciado, si hace trampa, por qué voy a votar? ¿Para qué participar en unas elecciones si siento que todos los candidatos son igualmente incapaces? Ambas preguntas son válidas y aun así, han sido descalificadas ¿Tan poca voluntad tenemos de cuestionar el sistema, de reconstruir nuestra idea de política, de poner en tela de juicio, por lo menos, las ideas preconcebidas que tenemos del mundo y la sociedad?

 

En otro artículo, el último que escribí antes de las elecciones (meses antes), reflexionaba sobre la manera en que el gobierno ha construido, a través de su discurso, una estructura general que engloba y define todo el escenario político. Este esquema general define, también, lo que es “la política”. Quizás, desde este punto de vista, deberíamos repensar y revalorar (por lo menos, reflexionar en torno a) la acción “antipolítica”: ese lugar extraño que se encuentra en la periferia y que nadie se atreve a visitar.

 

Me atrevo a decir, a pesar del absurdo, que la “no acción política” y la acción “antipolítica” son indudablemente políticas, tan válidas y contundentes como cualquier otra. Quien decide no votar, para poner como ejemplo uno de los puntos más inocentes (y, sin embargo, más cuestionados), está ejerciendo una voluntad política.

 

La “inacción política” es, sin lugar a dudas, y con razón, uno de los grandes tabúes del demócrata. Ésto pone en evidencia el rostro tiránico de la democracia: se necesita que todos practiquen la democracia para validarla y, quien no la practica, es excluido y suprimido. ¿Quién no ha dicho “si no votas no te quejes”?  En otras palabras, la única voz (una voz cuestionable) que poseemos en la democracia es el voto y, si no votas, no existes, no eres reconocido.

 

antipolíticaPero la “antipolítica”, o “contra-acción política”, es un lugar mucho más incómodo para el demócrata. Por sólo sugerirla, se me podrá considerar un tirano, un golpista, un incitador. O peor, un “antidemócrata”. Como si no existieran otras formas de hacer “antipolítica”, además de dando un golpe de estado. Por el contrario, la acción “antipolítica”, en tanto que un cuestionamiento del sistema establecido (incluso si este sistema es la democracia), es una forma de actuar genuinamente democrática. Quizás la forma democrática por excelencia.

 

Para quebrar la estructura que se impone sobre el escenario político venezolano (sobre nuestra sociedad en general) debemos cuestionar los axiomas que la sostienen. Sólo si nos situamos en los límites silenciosos de nuestro pensamiento político podremos ver, quizá, sólo quizá, más allá de él: veremos sus límites. Si no, continuaremos jugando según las reglas oficiales, las cuales, tanto opositores y como oficialistas, respetamos y defendemos. Continuaremos, en otras palabras, siendo cómplices ingenuos de los esquemas de poder que se nos han impuesto.

 

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