LA MAGIA DEL COLUMPIO

Por Marie Lépinoux

 

columpio-1Sé que el columpio es un elemento completamente dionisíaco. Y debe ser por esa razón que tanto me gustan. Cada vez que veo uno desocupado, aun siendo adulta, tengo una imperiosa necesidad por subirme a él. Desde que soy niña ha sido así. De hecho, tengo numerosos recuerdos de mi niñez, pero el más plácido y agradable es cuando me columpiaba por horas.

 

El columpio es mágico. Te transporta y tiene la posibilidad de hacerte captar una diversidad de puntos de vista en cuestión de segundos. Otro efecto que causa el columpio, es la abstracción. Al menos en mi caso, cuando yo me columpio, me abstraigo del mundo exterior. Ello me hace capaz de pensar cosas que jamás había pensado, cosas que hasta podrían ser perversiones. El columpio es pues como un alcaloide. Creo que es por ello que es un elemento dionisíaco.

 

De niña odiaba mi colegio. No como todos los niños lo hacen, sino que ese colegio era de monjas. Sí, ya lo sé, una mierda. No tuve muchos momentos felices en ese colegio, a menos que me columpiara en el parquecito, que estaba debajo de cuatro tamarindos haciendo una de las sombras más deliciosas que he experimentado. Lo último que supe fue que esos árboles los habían cortado; ya no le queda nada de mágico a ese colegio.

 

Aun cuando era adolescente y era una vergüenza cualquier cosa que recordara a la niñez, yo seguía disfrutando de esos columpios. Aunque los mejores momentos que tuve ahí fue cuando no había nadie. Esto sólo era posible conseguir cuando una profesora faltaba a clases, porque en los recreos estaba atestado de carajitas que no entendían la magia del columpio. En una de esas ocasiones, con tan sólo 13 años, me puse a pensar en la existencia del universo. Un pensamiento digno de cualquier presocrático. Me llevaron a otros más existencialistas. En pocos segundos ya había abarcado una gran parte de preguntas de la historia de la filosofía. Hasta que llegué a la miseria humana e inmediatamente recordé a mis compañeras de clase. Todas me odiaban y molestaban la mayor parte del tiempo. Siempre me decían cosas ofensivas, porque pensaba diferente que ellas; por supuesto, mientras a los 13 años yo me hacía preguntas existenciales, ellas solamente pensaban en el nuevo disco de Salserín o de Fey. En ese momento, recuerdo que un sentimiento de impotencia inundó mi ser. Quería justicia. Así que comencé a idear formas posibles de hacer justicia, pero ninguna era viable, pues todas las que me odiaban gozaban de las dádivas de las profesoras. Inmediatamente mi alma estaba siendo dominada por el odio y la venganza. Comencé a pensar que sería muy placentero llevar una metralleta al colegio y matarlas a todas. Sin darme cuenta, en segundos me convertí en la precursora de la masacre de Columbine. Me pregunté, en efecto, si mi papá podría conseguirme una. Descarté esa idea. Mi papá tenía una ballesta en la casa. Sí, era una mejor idea, es más, era más medieval, como me gustaba en ese momento… De pronto unos gritos me sacaron de mis pensamientos. Era una compañera que me llamaba. La profesora ya había llegado al colegio. En vista de las circunstancias, me bajé del columpio, abandoné la magia y me dirigí al salón de clase.

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