NOS VOLVEREMOS A VER


Por Javier Ignacio Alarcón

 

Para todos los que se sientan caraqueños,

dentro y fuera de Caracas.

Especialmente a Sofía y Marisabel

 

Fe que no duda es fe muerta

Miguel de Unamuno

La agonía del cristianismo

 

Las-Navidades-epoca-de-melancoMe siento y escribo. En la plaza de Cerdanyolla del Valle. Entre una iglesia y el Ayuntamiento, al lado de una feria navideña que reproduce música navideña en catalán. Hace frío, ya es invierno. El reflejo del sol no me deja ver lo que estoy escribiendo. Y yo sólo sigo tipiando en mi computadora, esperando que no se acabe la batería y que pueda, por lo menos, escribir esta cuartilla y media. Yo sé que soy ingenuo y que a veces llego a ser ridículo.

 

Recientemente, alguien me dijo que yo nunca dejaba morir al niño que hay en mí. Porque así soy yo, siempre jugando a los lugares comunes y a las imágenes prefabricadas. Siempre queriendo formar parte del mito, de ese espíritu que llena los corazones de las personas (disculpe lo tópico de la expresión). Quizá por eso me encanta decir que el hombre es un animal melancólico y, más que melancólico, nostálgico: porque yo mismo puedo ser definido de esa manera.

 

De niño disfrutaba muchísimo la navidad. Y yo sé que todos disfrutamos la navidad de niños (y de adultos, por qué no). Yo sé, lo que estoy diciendo no tiene nada de nuevo ni de original. He continuado viviendo y desengañándome, como quien dice; me he dado cuenta de lo común de los lugares que visito, de lo prefabricado de las imágenes que me gustan; he deconstruido el mito en el que creí tan ciegamente cuando era pequeño y me pregunto por lo ilusorio de ese “espíritu” que “llenó mi corazón” (con comillas y todo). Creo que todos lo hemos hecho, todos nos hemos comprometido con la vida, todos hemos renunciado a la fe que alguna vez vivimos. Pero no ha sido de gratis, la fe se nos ha mostrado vacía y ¿quién va a creer en una fe vacía?

 

Parecerá estúpido, entonces, que hoy me siente a escribir estas palabras. Más estúpido todavía que me siente a decirle a cualquier lector que yo me aferro a seguir creyendo en lo que sé que es falso, que, aunque ya no vivo la navidad como un niño, quiero desesperadamente hacerlo: juego a hacerlo. Como un niño que sigue creyendo en Santa Claus, de manera obstinada, aunque todos sus amigos le han dicho que no existe, aunque ha visto cómo sus padres ponen los regalos bajo el árbol el veinticinco por la madrugada. Alguien que sigue creyendo aunque no cree. “¡Contradicción!, ¡naturalmente! Como que sólo vivimos de contradicciones y por ellas (…)” (Unamuno, M., Del sentimiento trágico de la vida).

 

Dejo de escribir y miro a mi alrededor: una calle se extiende ante mí, enmarcada por bancos de madera y arboles a medio deshojar, no hace sol, todo se ve gris. Siguen las canciones de navidad catalanas y hace cada vez más frío. La imagen raya el lugar común (yo no lo rozo, me sumerjo en él, lo destruyo tratando de encontrar algo que me haga sentir como hace quince años). Quizá esto es la navidad, quizá la melancolía, la nostalgia y todas las estupideces que hacemos y sentimos los unos por los otros: por que no somos sino estúpidos sentimentales. Pero no pasa nada, porque me gusta ser así. Tengo fe: yo sé que nos volveremos a ver pronto.

 

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