MANIQUÍES

Por Juan Rondón

 

maniquiLa Vieja siempre nos recordaba que éramos abandonados, que ni siquiera nuestros padres nos quisieron. Yo no le hacía caso, mi hermano menor sí. Yo siempre trataba de calmarlo. Él me preguntaba si era cierto lo que ella decía, le contestaba que no. Que nada de lo que ella dijera era importante.

 

Siempre nos ponía a trabajar en su tienda, la limpiábamos, hacíamos mandados, lo que ella necesitara. Era un lugar de costura, hacía vestidos que colocaba en maniquíes que se veían desde afuera del local.

 

Mi hermano jugaba entre estas figuras, sin querer tumbó una al suelo. La Vieja se enfureció, lo agarró por el brazo y  en vez de regañarlo, lo llevó a un depósito oscuro y pequeño. Él pudo zafarse y se escondió detrás de un armario de madera. La Vieja no pudo moverlo debido al gran peso, así que con una escoba sacó a mi hermano a palazos y lo arrojó dentro del depósito. Lo encerró allí por horas sin prestarle atención a sus llantos.

 

Al momento en que lo sacó, La Vieja había arreglado el maniquí y se preparaba para dormir (las habitaciones quedaban en la trastienda). Vi a mi hermano caminar derrotado. Él no me podía ver, y si lo hacía tampoco me hubiese prestado atención. Se sentó al lado del mismo maniquí que tumbó. Muchas veces lo había visto hacer esto, sin embargo esta fue la primera vez en que inclinó su rostro hacia arriba y comenzó a hablarle. Yo no podía escuchar lo que decía, aunque me pareció que se desahogaba. En la oscuridad -era de noche y todos estábamos por dormir- le vi una sonrisa, hasta una pequeña carcajada en su conversación con la figura vestida de mujer.

 

En la mañana siguiente me desperté al mismo tiempo que la Vieja. Salimos de la trastienda y conseguimos a mi hermano sosteniendo la mano del maniquí. Ella le gritó que si no había aprendido nada. Mi hermanito se asustó, la Vieja lo fue a jalar por el brazo y él se mantuvo aferrado a la figura de mujer, tumbándola nuevamente. Esto desató la ira de la anciana, lo arrastraba por el suelo y él gritaba. No pude aguantar y tomé la escoba, con el palo golpeé a la vieja por la espalda. No hice más que llamar su atención. Mi hermano volvió a esconderse detrás del armario.

 

La Vieja me quitó el palo y comenzó a golpearme con él. Sentí los impactos en el rostro y en las costillas. Ella gritó que no merecíamos estar vivos, malditos muchachos. Seguía con sus palabras y golpes cuando sonó un rechinar de madera que se acrecentó en pocos segundos, pude ver el armario que caía sobre nosotros. Logré quitarme, la Vieja fue victima de todo el peso del armario que golpeó su cabeza, desmayándola al lado de éste. Mi hermano, apoyando su espalda e impulsándose con sus pies, pudo tumbarlo.

 

Le dije que teníamos que irnos. La Vieja estaba agonizando, la vi e imaginé ese armario como su propio ataúd, el maniquí mujer también yacía en el piso. Salimos de la tienda, cuando pasamos al frente de la vitrina mi hermano se detuvo, dijo que no podíamos dejarla así. Le dije que no nos interesaba. Él respondió que sí. Entró corriendo a la tienda. Me quedé congelado, sabiendo que no podía dejarlo pero sin la valentía de volver a entrar. Esperándolo frente a la vitrina vi una figura humana, que con ayuda, volvía a levantarse.

 

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