DE NADA SIRVIÓ PRETENDER QUE NO EXISTÍAN
Por Betina Barrios Ayala
Aún tengo fresca la imagen de la Señora en el baño del Centro Comercial atestado en navidad. Usando el típico atuendo muy ajustado con el cual parece que no puede respirar, exhibiendo una fisionomía que no escatima en dejar ver la mala alimentación con su hinchazón característica. Se alzó la camisa frente al lavamanos e introdujo entre la liga del pantalón y su cintura una paca gorda de billetes de cien. Tomó de los brazos a su hija y la sentó sobre el lavamanos para enjuagarle las manos empalagadas de dulce. Yo sólo las observaba mientras esperaba mi turno, como no puedo evitar hacer cuando estoy sola por ahí cazando historias.
Recuerdo ese momento porque aún está presente en mi cabeza:
“Van a eliminar tres ceros porque ya no caben las cifras en las computadoras, ni en los cheques, telecajeros, ni bolsillos”
Pero de nada sirvió pretender que no existían. Ya regresaron los enormes fardos de billetes de cien y cincuenta ajustados con ligas. A las colas de los bancos llegan a depositar los dueños de los negocios, con sus bolsas de papel discretas disimulando la grosera cantidad de efectivo que producen, y desfilan miles de billetes sin parar que no valen nada y sólo están por cumplir cinco años circulando como la gran novedad. Decretada en gaceta oficial en marzo de 2007, la llegada del “Bolívar Fuerte”, para una economía fuerte y un país fuerte, era la solución para la inflación y para facilitar el sistema de pagos nacionales, tomando como referencia los estándares internacionales respecto a las cifras y al número de billetes que debe portar cada persona[1].
Ya se acabó la sorpresa al verlos y la timidez para usarlos. Ahora necesitas tener siempre encima al menos cinco de esos billetes de cien con la cara de “Bolívar Fuerte” para no sentirte desnudo, “limpio”, indefenso. Nuestro país nos da la bienvenida a esta nueva era de todo a 1000, esa misma de la que nos despedimos hace pocos años. No ha dado tiempo de olvidarse de esos ceros escondidos. Sin pudor ni dolor todo vale aproximadamente lo mismo y las cifras son cada vez más grandes.
La economía se la llevó el mismo cáncer que tiene secuestrado al presidente en Cuba. Gobernados por una silla presidencial vacía, que recibe cada día un trasero nuevo, y que cuando está llena sólo se sienta en ella un representante irresponsable, caprichoso y malcriado que por cuestiones de “lealtad” y conveniencia no se busca unos buenos asesores porque quizás lo “maten”. Sólo gente de confianza, no importa que no esté capacitada, y manejan la banca del país como si estuviesen aprendiendo a jugar monopolio los amiguitos de la cuadra. No intento hacer de la desgracia un chiste, realmente quisiera ser sólo un espectador, pero no es así. Estamos hundidos con el barro hasta las rodillas. Todo cuesta tanto que en las mesas de los restaurantes la gente come pan y mantequilla desesperadamente.
Las imágenes son claras, y no necesito irme a sentar en Caricuao o en La Baralt para observar la miseria. La miseria está aquí en las casas de todos. En las tarjetas de crédito, en los carros viejos, en la ropa gastada, en la nevera casi vacía y en las viejas fotografías de los años de abundancia. La miseria está en esos padres primerizos que se asustan al ver el eco de una criatura que se acerca a este territorio sin posibilidades de planificación, a la “tierra de lo posible”. La miseria está en lo difícil que es imaginar el futuro.
Atrás quedó el “bolívar fuerte”, nunca tuvo tiempo de hacerle honor a su nombre. En su quinto aniversario ya se vienen de regalo todos esos ceros reclamando el lugar que les quitaron.
[1]http://venciclopedia.com/index.php?title=Bol%C3%ADvar_Fuerte
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