EDITORIAL #144: VIOLENZUELA
Hoy nadie puede negar, ni siquiera haciendo uso del cinismo más grande, que Venezuela es un país que ha sido secuestrado por la violencia. Solo el 2012, según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), más de 21.600 personas fallecieron a causa de ella, lo que da una tasa de 73 por cada 100 mil habitantes, la más alta de toda la región y una de las más altas del mundo. Lo más preocupante de esta realidad no es solamente nuestra situación actual, sino que con estas magnitudes, según el OVV, Venezuela “se mantiene como uno de los pocos países en América Latina donde se incrementa el delito violento”.
Adicionalmente, encontramos que otras formas de violencia también se han incrementado. Hace un par de días, la reyerta en Uribana -que dejó más de 60 muertos y casi un centenar de heridos- fue solo el ejemplo más reciente del drama que se vive en las cárceles de Venezuela. El secuestro, quizás una de las formas más crueles de violencia, no solamente ha aumentado en cifras, sino que incluso ha venido adoptando nuevas formas y ahora no solo afecta a los ricos, sino también a la clase media y trabajadora. Todos los que hacemos vida en este país, con nuestras grandes diferencias de pensamiento y creencias, compartimos un común denominador: el miedo.
Para nadie es una novedad que la violencia ha sido desde hace décadas uno de los problemas más importantes en muchos países de la región que, además, está asociado a los índices de impunidad, pobreza, falta de educación y oportunidades. Sin embargo, países como Brasil, Colombia y México, que en algún momento no muy lejano eran más inseguros que Venezuela, hoy celebran un avance en su seguridad y desarrollo.
La pregunta que nos hacemos es por qué ellos pudieron y nosotros no. La respuesta es tan simple que parece ingenua: voluntad. Es indispensable que quienes nos gobiernan tengan la convicción de derrotar a la violencia en todas sus formas. Es por eso que nos preocupa aún más el observar ciertas actitudes de algunas de nuestras autoridades que parecieran desear todo lo contrario.
Algunos de los líderes de oposición, que dicen estar dispuestos a combatirla y derrotarla, terminan doblegándose ante las actitudes abusivas de los otros. Se equivocan quienes piensan que la manera de derrotar a la violencia y al abuso es poniendo la otra mejilla, porque solamente tenemos dos. La única manera de derrotar al miedo es mirarlo a los ojos y no bajar la cabeza.
Es comprensible que algunos de nuestro lado hagan concesiones y se pongan de rodillas por cuidar las migajas que reciben. Sin embargo, con esa actitud lo único que han logrado ha sido perder espacios de manera permanente hasta quedar arrinconados en una esquina. Es momento de ponernos de pie con dignidad y sin miedo y luchar por lo que creemos y merecemos: una Venezuela en paz.
Miguel Velarde
Editor en Jefe
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