EL SÍMBOLO

Por Javier Ignacio Alarcón

 

¿Y si Dios mismo puede ser simulado,

es decir reducido a los signos que dan fe de él?

Entonces, todo el sistema queda flotando

convertido en un gigantesco simulacro

J. Baudrillard

Cultura y simulacro

 

yo soy chavez2Vivimos una extraña paradoja en Venezuela: tenemos un personalismo sin persona. Sin embargo, las reflexiones de quienes se oponen al gobierno siguen girando en torno a las mismas cuestiones de siempre. Irónicamente, quienes acusan con mayor entusiasmo la ausencia del presidente, son quienes más parecen ignorarla. No quiero decir que literalmente desconozcan el vacío que ha dejado el presidente los dos últimos meses. Pero su forma de pensamiento, anclada en estructuras caducas, proyecta a un presidente que, por los momentos, no se hace tangible.

 

Los oficialistas, en cambio, sí han enfrentado la desaparición (temporal) de Chávez. Por risible que pueda parecer a algunos la juramentación del pueblo que vimos el diez de enero, es incuestionable la fuerza que el acto tiene en un nivel simbólico. En este sentido, los oficialistas tienen razón al afirmar que la constitucionalidad o inconstitucionalidad del acto es irrelevante. La paradoja, el personalismo sin persona, es asumida por el discurso oficial y, mientras lo digiere, se transforma. El presidente ya no es el agente que gobierna, sino el mito que otorga legitimidad al discurso. El mito se hace autónomo de la persona que lo “originó”.

 

Esta ruptura entre el presidente “real” y el presidente “mito” resulta interesante y debe ser analizada con cuidado. ¿Qué pasará cuando Chávez regrese al país, si regresa, y se enfrente con el mito que han construido a partir de él? ¿El primero morirá simbólicamente frente al mito (quizá esto ya ha ocurrido) o será rejuvenecido? ¿Se anularan mutuamente?

 

Intentar responder estas preguntas nos llevaría a la pura especulación. Centrémonos en la aparición del mito “todos somos Chávez”. La ideología suele ser entendida como una  máscara que utiliza la sociedad burguesa para esconder sus defectos y, al mismo tiempo, para justificarse. Se construye una moral, una legalidad, una idea de justicia y una forma de hacer política para justificar el sistema económico impuesto: se construye una “verdad falsa” que cubre la explotación burguesa del proletariado. Esta manera de entender la ideología resulta relativamente cómoda, tanto para los partidarios de la izquierda como para los de la derecha. Pues mantiene intacta la noción de verdad. Si creemos que existe una ideología “falsa”, lógicamente debe existir algo verdadero en contraposición. La dicotomía que aparece entre ambos polos políticos se puede reducir a la pregunta: ¿quién tiene la verdad?

 

Nos enfrentamos a un problema mucho más complejo cuando deja de existir una “verdad” a la cual apelar en nuestras discusiones. Si soy comunista, abogo por una sociedad donde la falsa ideología sea abolida. Si creo en el capitalismo, afirmo que no hay una falsa ideología, sino que el sistema existente es el mejor (esta es la verdad). En cambio, si no hay verdad, ambas posiciones son igualmente ciertas y falsas. ¿Cómo sabemos, entonces, quién está en lo correcto?

 

yo soy chavez1Asumiendo que existe una verdad, un mito puede ser entendido como una deformación, es parte de una falsa ideología. En este sentido, el Chávez simbólico que se hizo tangible en la campaña electoral (“Chávez corazón del pueblo”) sería una deformación del real. Pero, si el símbolo se hace autónomo y se separa del “original”, no existe deformación. La verdad ha mostrado su plasticidad, ha quedado vaciada. No necesitamos un referente para el signo, éste es capaz de sostenerse por sí mismo. He aquí la fuerza del mito “todos somos Chávez”.

 

¿Qué consecuencia va a tener esta transformación del discurso oficial sobre su propio futuro y sobre la vida política de Venezuela? Es difícil saberlo. Pero, en este momento, la política venezolana se ha convertido, utilizando la expresión de Baudrillard, en un simulacro: “no [es] algo irreal, sino [que es] simulacro, es decir, no pudiendo trocarse por lo real pero dándose a cambio de sí mismo dentro de un circuito ininterrumpido donde la referencia no existe”.

 

Mientras el mito se constituye, el discurso opositor pierde fuerza: sigue señalando a una verdad que ha sido desmontada. Esta atrapada dentro de su propio círculo vicioso que se ve reflejado en la paradoja que señalamos al iniciar: existe un personalismo sin persona. La oposición muere lentamente y, si quiere transformarse, debe reconstruir su discurso. Ser “oposición” la obliga a existir como un agregado del presidente. Pero, si no hay presidente, su fuerza discursiva, ya bastante roída, probablemente terminará de desaparecer. Al mismo tiempo, la política oficialista parece quedar estéril frente al mito que se hace autónomo. Una monja que “se casa con Dios” no tiene hijos. Si el Chávez simbólico es el nuevo dios al cual se consagran las monjas revolucionarias, ¿podemos esperar que produzcan algo nuevo? La autosuficiencia del mito, que se alimenta de sus propias entrañas, y que no necesita de un referente real, vacía una verdad que seguimos buscando y en la cual queremos creer, desesperadamente.

 

 

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