¡MAMI, VOLTEA PA’ QUE TE ENAMORES!

Por Valentina Issa

Crónica de un día de piropos Venezolanos

 

 

 DSC5503Janneli se levanta tempranito para ir a trabajar. Debe salir de su casa a las 7am, por eso se levanta a las 5:30am o, cuando la flojera ataca, a las 6am, sacrificando el desayuno. Pero NUNCA el maquillaje. Se recoge el pelo, se pone el gorro de baño (no puede mojarse el cabello y dañarse el secado y planchado que le hizo su vecina peluquera hace tres días), y se baña con un jabón de rosas que huele riquísimo. Lo consiguió en combo con la crema para el cuerpo del mismo aroma por 30 Bolívares en Quinta Crespo. Ahí, en el kiosquito donde venden los ganchitos de colores, el rímel Valmi®, y las pinturas de uña de los colores brillantes que están de moda. Un día de estos va a dejar el sueldo entero en el kiosquito, piensa. Pero vale la pena porque las mujeres venezolanas disfrutamos ser y estar bellas. A eso no renunciamos nunca. Además, Douglas, el chamo que le gusta, siempre le comenta lo bellas que se ven sus manos con las uñas pintaditas de colores y un piropo de él le hace el día, la semana, el mes!

 

Se pone sus jeans pegaditos y le cuesta un poco cerrárselos pero la figura escultural que refleja el espejo hace merecedor el esfuerzo (tendrá que tratar de no comer mucho hoy, porque el rollito de la cintura se le pone más grande y no puede perder el glamour). Se maquilla con cuidado sin saltarse un sólo paso, escoge una sombra verde que le combina con la camisa y los zarcillos. Finalmente, se pasa la plancha una vez más por la pollina (medio rebelde hoy! Ojalá no llueva), se rocía de perfume, se monta en los tacones, y se echa brillito en los labios carnosos. Sale por la puerta y se arma de valor para subir las escaleras que llevan a la vía principal de Las Minas de Baruta (en Caracas), pues seguramente estarán los chamos aquellos que se paran a los lados a ver a las mujeres pasar. Va caminando y va dejando la estela del olor a rosas y del perfume, y uno en la escalera le dice “mamita, quien fuera pantalón!”. Janneli amarra la cara, como le enseñó su mamá, y sigue caminando.

 

Llega a la avenida principal y están los motorizados echándose los cuentos de la noche anterior. Son unos 10 o 12 y ella necesita pasar al lado de ellos para llegar a la cola de la parada. Por un segundo se pregunta si será mejor cambiarse de acera, pero la calle está muy rota y la otra acera está llena de basura, no se va a ensuciar los zapatos. Así que respira hondo y camina con seguridad (a fin de cuentas, pasa por ahí todos los días) y eso parece estimular aún más la atención y la creatividad verbal de sus espectadores. Hay un silencio repentino y comienza una competencia entre los motorizados por ver quién hace el comentario más extraordinario (y no por ver quién se gana una sonrisa de Janneli, extrañamente).

Dice uno: 

–          “Si así como caminas cocinas, yo me como hasta la lata”,

Janneli piensa para sí “ay mijo, por favor! Que poco original, eso ya me lo habían dicho”.

Motorizado número 2 se aventura a comentar sobre sus labios:

–          “Uy, pero que ricos esos labios, y más con esa trompita de bravita, así es que me gustan a mi!”

Todos se ríen y Janneli apura el paso. Viene otro, y acercándose a su oreja le dice:

–          “Mami, estás apurada? Pero ven acá, cómo te llamas tú? Dame tu pin pa’ chatear”

Janneli siente un escalofrío desagradable en la parte de atrás del brazo por la cercanía física de su piropeador. Apura más aún el paso deseando llegar ya a la parada donde seguro estará su amiga Melany esperándola. Por un momento se arrepiente de haber salido a la callecon pantalones tan pegados, pero la mujer Venezolana bella que tiene por dentro, la que como todas en algún momento de su niñez quiso ser Miss Venezuela, le prohíbe hacerlo y le dice “déjate de vainas! Ser bella no es un crimen. Y, ultimadamente, lo que no se muestra no se vende.”

De repente, Motorizado número 4 suelta:

–          “Pero bueno, vale, ustedes no respetan? No ven que del cielo cayó un ángel justo en esta acera?”

Janneli se sonroja e inevitablemente sonríe, sin que el motorizado la vea por supuesto, no vaya a creer que quiere algo con él y después cómo se lo quita de encima. Piensa “Tan fácil que era sacarme una sonrisa!”. Inmediatamente aparece Melany que viene saliendo de la panadería. Janneli se detiene a saludarla y el Motorizado número 5 mira a Melany de arriba abajo y le dice:

–          “Adiós, suegrita.”

 

 DSC5411La verdad sea dicha, Melany es tan bonita y llamativa como Janneli. Es un par de años mayor, pero juntas siempre han arrasado en las fiestas, han parado el tráfico al cruzar la calle y han provocado piropos de todo tipo. La verdad es que el comentario le echó a perder el día a Melany, tuvo ganas de cachetear al grosero que se atrevió a insinuar que ella pudiera ser la mamá de su amiga. Pero Motorizado número 5 al final logró su único y muy efímero objetivo: llamar su atención.

 

Las dos amigas finalmente se alejan del paredón de motorizados y se dicen la una a la otra que es mejor no pararle a los babosos que solamente quieren «incomodarla a una». Llegando a la cola de la parada ven a los motorizados hacerle comentarios a una exuberante mujer con escote y lentes de sol de unos cuarenta y tantos años, y ahí mismo la oyen a ella responder con firmeza:

–          “Pero bueno chico, ¿qué es lo que te pasa, es que tú no has visto mujer en tu vida?”

Silencio absoluto en la acera. A Motorizado número 4 se le sale el chicle de la boca cuando su quijada cae sola en reacción a lo que acaba de escuchar. La mujer exuberante con escote sigue su camino erguida y orgullosa, y Janneli y Melany, sorprendidas, por primera vez desde que tienen edad para recibir piropos (desde los 11 o 12 , cuando ni siquiera tenían consciencia de que podían atraer al sexo opuesto)se sienten reivindicadas.

Al llegar al supermercado donde trabaja, Janneli se encuentra a Douglas. Él la ve y le dice a un compañero que tiene al lado:

–          “Si le ponen un lacito, me la llevo de regalo”

Janneli le regala la mejor de sus sonrisas, y hasta una carcajada complacida. Piensa para sí “Dios mío, con este me caso!”

 

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