EL ABISMO

Por Mariana Betancourt Castro

 

 

ABISMO 1Ella sólo quería ser feliz, sólo quería dejar de sentirse miserable todos los días al levantarse, quería dormir bien, quería que él se preocupara por ella, pero eso no pasaba.

 

¿Acaso era tan imposible que la quisiera un poco más? ¿Ya había dejado de ser aquella persona especial con la cual se reía y compartía? Aquella chica había pasado de estar en el país del amor al abismo de las lágrimas, del cual sólo él podía sacarla, pero no aparecía, no venía, todo era oscuridad. En ocasiones ella miraba hacia arriba sólo para ver su silueta en aquella luz brillante por un momento, lo veía feliz, eso hacía que su corazón se fuera endureciendo poco a poco, como si estuviese anestesiado, luego se iba y volvía a dejarla sola en aquella oscuridad.

 

En el país del amor todo su cuerpo emitía luz propia y hermosos colores, sin embargo en el abismo su toda esa luz se había opacado hasta desaparecer, su cabello había perdido la vida, sus ojos la alegría y sus piernas la fuerza para caminar. Sin embargo entre tanta depresión todavía había algo que brillaba débilmente: su corazón  y lo que lo hacía brillar era la esperanza.

 

Así aferrándose a la esperanza la chica quiso empezar a escalar el abismo para poder volver a reunirse con él, pero siempre resbalaba y caía desde mucha altura lo cual la dañaba y la volvía débil, había días en los que ni siquiera quería levantarse a examinar las maneras de salir de ahí, no le importaba que el resto de su cuerpo sintiese frío, sólo le importaba proteger su corazón para que no se apagara, porque muy en el fondo sabía que si eso pasaba, moriría al instante.

 

Lloró tantas lágrimas que sus ojos se hincharon, dio tantos golpes a las paredes que sus nudillos se rompieron y sólo en estos momentos de ira pensaba y gritaba “¿Por qué me dejó caer aquí? Yo no lo merezco, yo merezco estar arriba y ser feliz, no quiero estar aquí, estoy cansada y tengo sueño, tantas noches sin dormir me afectan y me quitan la fuerza, no sé cuánto tiempo más podré aguantar acá abajo”  sin embargo cada noche por mucho tiempo aguantó las pesadillas, cada día soportó el ardor de las heridas y con cada golpe que se daba al intentar escalar se volvía más fuerte y veía que ella también tenía que esforzarse por subir.

 

Un día después de haber escalado durante meses, se detuvo en un piso que se veía seguro y miró hacia arriba, sólo para sentir una punzada en su corazón y que su luz de esperanza se disminuía: la luz de la salida se veía incluso más lejana, se arrodilló y le gritó al Dios en el que no creía “¿Por qué no me matas? Me harías un favor” y abrazándose para mantenerse caliente lloró hasta dormirse, sintiendo como a su alrededor se agrupaban las piedras para hacerles una armadura, una armadura que no permitiera que le volviesen a dañar, que le permitiese sonreír cuando por dentro moría, que no le permitiera sentir todo tan intensamente ya que eso era lo que le dañaba, y ahí se abandonó durante un tiempo, sin querer seguir subiendo pero al mismo tiempo sin querer volver a bajar.

 

Un día, después de mucho mucho tiempo, él bajó a buscarla desesperado, pensando en que de verdad la había perdido para siempre porque se había tardado demasiado, por no acudir a tiempo cuando ella gritaba y lloraba desde el abismo. Bajó hasta el fondo y no encontró nada y lo invadió el miedo “¿cómo es posible que fuese tan estúpido como para dejarla aquí, sin esperanza, sin ayuda? Estoy perdido” cuando súbitamente una tenue luz llamó la atención a la altura de la mitad del abismo, al subir sólo se encontró con un montón de piedras que por más que intentó, no logró apartar para ver que era la tenue luz que dentro brillaba, luego de un rato se dio cuenta que desde dentro de las piedras se escuchaban sollozos y volvió a intentar apartar las piedras con aún más fuerza hasta que al quitar una, unos ojos que no reconoció a primera vista le devolvieron una mirada llena de odio y tristeza.

 

-¿Qué haces aquí?-

-¿Quién eres?-

-¿Ya no me reconoces? Me dejaste caer al abismo del dolor y sufrimiento, por tu culpa estoy aquí, sabías que sólo tu podías venir a buscarme y de igual manera me dejaste aquí, sola, sin nada a lo que aferrarme para no morir-

-¿cómo es que no estás muerta entonces?-

-Por esto- dijo la chica señalando su corazón, que latía débilmente y titilaba: su luz estaba a punto de agotarse- Llegas demasiado tarde-

-No es verdad, todavía puedo salvarte, sólo falta la mitad del camino para salir-

-¿Tú crees? Mira hacia arriba-

 

Al alzar la cabeza y ver, se dio cuenta de que lo que él había visto como “la mitad del camino” se había alargado hasta hacer uno completo.

 

-No aguantarás cargar conmigo de aquí hasta arriba, mejor ahórrate las molestias y termina de dejarme morir aquí, total, ya me falta muy poco-

-No te dejaré- dijo armándose de valor y cargando con ella y su armadura, sentía que estaba cargando una montaña, pero de igual manera subió: ahora el calvario le tocaba a él.

 

ABISMO 2Cada día que pasaba él la subía en subía en su espalda y escalaba, ella sólo decía cosas para desalentarlo, para hacerle perder la esperanza, como la estaba perdiendo ella.

 

-Yo no estaría aquí cargando contigo y tus penas si no estuviese dispuesto a salir de aquí y quedarme contigo para siempre-

-¿Qué me garantiza que te quedarás conmigo para siempre?-

-Lo mucho que te amo y lo que estoy haciendo para sacarte de aquí-

 

La chica empezó entonces a recobrar la fuerza con cada día que pasaba, las piedras caían ya que mientras más recobraba sus ganas de seguir, menos necesitaba esa armadura, y sólo hasta que el muchacho escaló la última piedra con ella en su espalda su corazón pudo empezar a brillar como normalmente lo hacía, y poco a poco, a la luz del sol, su semblante se fue recuperando.

 

-¿Por qué te tardaste?- le preguntó con voz seria- ¿cómo pudiste hacerme eso?

-Fui estúpido- respondió el muchacho cayendo de rodillas agotado, sus ojos estaban cansados, sus manos rojas y amoratadas y así como estaba empezó a llorar- lo lamento tanto, nunca quise hacerte ese daño, debí sufrirlo yo, tu si me hubieses buscado lo más rápido que podías, no como yo-

 

Sin perder la severidad de sus ojos, se agachó y lo consoló diciendo.

-Yo no perdí la esperanza, estuve a punto de perderla cuando tú me buscaste y sin embargo, aún en esas condiciones, no había muerto del todo-

-¿podrás perdonarme?-

-Siempre que me demuestres que vales la pena-

-Lo haré, tú siempre lo has valido-

-Demuestra entonces que te importa-

-Lo haré, cada día de mi vida-

 

Y así, poco a poco, se fueron encaminando nuevamente a un mundo nuevo: el del amor incondicional que ha pasado por tantas pruebas que ya ninguna tontería podrá separar a los que en verdad están destinados a trabajar para estar juntos siempre.

 

 

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