CAUDILLISMO SIN EL «CAUDILLO»
Por Luis Rodríguez
“Su popularidad suele ser enorme, irracional, pero también efímera”
Mario Vargas Llosa, La muerte del caudillo
Durante años hemos escuchado cómo se acuña el término “caudillista” a muchos regímenes, sobre todo en Latinoamérica. Pero ¿qué es realmente el caudillo? De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española es un «Hombre que, como cabeza guía y manda la gente de guerra». Mientras que en el argot político se interpreta como «(…) cabecilla o líder ya sea político, militar o ideológico».
El caudillismo tuvo su auge en América Latina en el siglo XIX, y continuó fuerte hasta la primera mitad del siglo XX, de la mano del uruguayo José Gersavio Artigas; Jorge Eliécer Gaitán en Colombia; Juan Manuel de Rosas en Argentina; del mexicano Francisco Villa y en Venezuela con figuras como José Tadeo Monagas y Antonio Guzmán Blanco. Europa también ha tenido sus caudillos -desde los inicios de sus naciones- entre los que destaca Hitler con su nacionalsocialismo en Alemania y Mussolini, con su proyecto facho en Italia. Todos los anteriores han sido líderes sociales indiscutibles que nacieron como figuras políticas a partir de revoluciones -de las cuales son completos protagonistas- en contra de los gobiernos de turno, altamente personalistas, carismáticos y autoritarios.
El caudillo es capaz de generar amor en sus seguidores y temor en sus oponentes. En el primer caso, conoce las necesidades de sus partidarios y promete satisfacerlas, promesa que -dependiendo del poder que este tenga en las masas- pueden volverse en su contra si no son satisfechas; su autoritarismo y seguridad en sí mismo como parte central de un proyecto, persuade a los colectivos y se hace ver de forma casi sobrehumana. Para el segundo caso, la mayoría de los caudillos utilizan la represión para quien se oponga, como muestra de poder que termina intimidando. Ese carisma también viene acompañado de propuestas de cambio, en la mayoría de los casos a modelos populistas o nacionalistas.
Pero es, precisamente, el carácter personalista de los caudillos lo que dificulta que sus proyectos políticos sigan adelante; el fin del caudillismo no reconoce si el ideal es democrático, como el de Simón Bolívar, o dictatorial, como el de Juan Vicente Gómez. Sin el líder, no existe cohesión entre sus seguidores.
José Tomás Boves, quien fue un militar español y comandante del Ejercito Real de Barlovento, es ejemplar del modelo caudillista: luego de ser asesinado en la batalla de Urica, sus seguidores se separan de su modelo para apoyar a José Antonio Páez. Juan Domingo Perón, fallecido ex presidente argentino, es otro ejemplo de caudillo en América latina: luego de su muerte en el año 1974, su esposa y vicepresidente del momento, Isabel de Perón, asume la presidencia de Argentina, pero es derrocada con un golpe de Estado. En ambos casos, los seguidores abandonaron la causa luego de la muerte del líder principal.
Cuando el caudillo tiene sucesor, a este último le toca vivir a la sombra del carisma de la figura a quien sucede. Además, este tipo de líderes convence a las masas de que él es la única forma de poder alcanzar las metas, bloqueando a quienes presenten ideas distintas pero también a los estás a su alrededor. Así, se dificulta que el nuevo personaje alcance el mismo nivel de conexión con los seguidores de la figura original. Muchos tienden a imitar a su predecesor, intento siempre fracasado porque ese líder nato -para bien o para mal- que es el caudillo, se vuelve irremplazable.
En la mayoría de los casos, el caudillismo es el liderazgo de un modelo temporal que se desvanece tan rápido desaparece la pieza central, el caudillo.
Twitter: @Luisert
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