LISA Y LA DEMOCRACIA
Por Andrés F. Guevara B.
Al momento que se escriben estas líneas, el proceso electoral del 14 de abril ha concluido. Sus repercusiones en la política nacional, sin embargo, apenas comienzan a vislumbrarse. El Consejo Nacional Electoral (CNE) declaró como ganador al candidato oficialista Nicolás Maduro. El candidato opositor, Henrique Capriles, no reconoce los resultados y ha calificado de “ilegítima” la presidencia de Maduro hasta tanto no se satisfagan sus demandas post electorales.
Independientemente de cuáles sean los resultados de los reclamos esgrimidos por la oposición, el centro de nuestra reflexión es otro: la democracia sin Estado de Derecho no es un elemento suficiente que garantice las libertades fundamentales.
No es casualidad que von Mises en su obra Socialismo declare que la “omnipotencia del Estado democrático en nada difiere, en el fondo, del autócrata absoluto”. De este modo, se hace necesario imponer ciertos límites a la soberanía popular. En este sentido, prosigue von Mises, la importancia del sistema democrático radica en su capacidad de establecer la paz y evitar la violencia.
Las pasadas elecciones han sido marcadas por la violencia. Violencia que trasciende a la mera coacción física y llega hasta lo más profundo de nuestras conciencias. ¿Se votó sin miedo? ¿Fuimos realmente libres de elegir? ¿Podemos declarar abiertamente que la expresión democrática en Venezuela transcurrió sin percances que arañen el corazón de la república?
La realidad, por dura que sea, nos demuestra que Venezuela es el país campeón de las elecciones, pero una nación huérfana de orden y respeto a la ley. Podrá proclamarse a diestra y siniestra la realización de decenas de procesos electorales pero los ciudadanos venezolanos a duras penas respetan la luz roja de un semáforo.
¿Qué sucede cuando el irrespeto de la norma no afecta el tráfico citadino sino la elección del principal representante de la ciudadanía en el Estado? La desconfianza. Y con ella, el caos y la ilegitimidad. Difícilmente puede sostenerse un gobierno en pie cuando las bases sobre las que este se yergue están fundamentas en la incertidumbre. La claridad y la transparencia se imponen como guías para el camino de la paz. En la oscuridad solo reina el miedo.
Aún y cuando la democracia puede conducir a la demagogia, como acertadamente nos lo recuerda Platón, pareciera que, hasta ahora, este sistema de gobierno ha sido el que mayor paz le ha brindado a los individuos para dirimir sus conflictos políticos.
La historia moderna de Venezuela se ha cifrado en la conquista de la democracia. No es casual que a algunos personajes del siglo XX criollo se les endilgue el calificativo de “padres de la democracia”. Ese es al menos el caso de Rómulo Betancourt. Sin embargo, ¿tenemos en los anales de nuestra historia algún “padre del Estado de Derecho”?
Puesto que no existe una cultura de respeto hacia el Estado de Derecho, a la existencia de normas mínimas que controlen las distorsiones y abusos a las cuales se ven tentados todos los gobiernos en el ejercicio del juego democrático, creemos (esperamos equivocarnos) que al final el gobierno venezolano se impondrá por encima de cualquier clamor de la oposición.
Una vez calmada la efervescencia y la indignación opositora, el gobierno continuará imponiendo su agenda empleando todo el poder coactivo que tiene a su alcance. La única solución para que esto no suceda reside en la propia ciudadanía, aferrándose no ya a sus convicciones democráticas, que las ha demostrado con creces, sino a su convicción de querer vivir el resto de sus vidas en libertad.
Algunos años atrás, en la tercera temporada de la serie de televisión Los Simpsons, Lisa viaja a Washington con toda la familia al ganar un concurso se ensayos. Ahí, en la capital de Estados Unidos de América, la pequeña niña observa un acto de corrupción de un político que le hace perder su fe en la democracia. Las alarmas se prenden inmediatamente entre los personajes de la historia para que Lisa recupere su creencia perdida. ¿Estaríamos nosotros dispuestos a hacer lo mismo para que la democracia nuevamente tenga sentido para Venezuela?
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