CÓMO DESTROZAR UNA OLLA EN POCOS DÍAS

Por Beatriz Calcaño

 

Hay que tener un objetivo legítimo, útil y

dedicarse sin reservas a él.

James Allen

 

cacerolazoYa era demasiado larga la espera por la Junta de rectores de subir a la sala de totalización. No bastaron las películas alquiladas, ni colorear mandalas, ni arreglar los gabinetes de la cocina. Era imposible la simple lectura del periódico del domingo, mucho menos la de un libro.  Pero ya estamos acostumbrados a eso durante estos últimos catorce años saturados de elecciones como hemos estado.

 

Luego de conocer la noticia de la supuesta victoria de Nicolás Maduro, y todos los eventos desafortunados que comenzaron a desarrollarse a partir de ese momento, era inevitable el ayudarme a dormir con cuantiosas tomas de gotas rescate.

 

Despertarse el lunes y recordar de pronto todo lo ocurrido, sentir el deja-vu de otras veces, la miseria del engaño, sentir el peso de tanta injusticia, volver a sacar fuerzas para sobrellevar lo que viene, tareas y sentimientos difíciles de digerir y aceptar hicieron mella en mi y no quise salir en todo el día, pero eso sí, elegir y asignar las cacerolas para cada miembro de la familia fue tarea obligada.

 

Llega el segundo día, hoy no podía dejar de salir. Temía este momento de enfrentar la calle, no tanto eso, si no al sitio al que tenía que ir sin falta, la Farmacia de medicinas de alto costo la cual pertenece al Seguro Social, y a la cual he tenido que ir durante cuatro años a buscar la medicina post-cancer que necesito tomar.

 

Es una farmacia moderna, limpia, con sus pareces pintadas en un relajante color azul, aire acondicionado. El año pasado colgaron dos cuadros el fallecido Presidente Chávez, pero por lo demás la farmacia en cuestión parece un Locatel cualquiera. Siempre la he alabado y recomendado, la he visto como algo positivo que resaltar del pasado gobierno.   Pero había que hacer lo que había que hacer, así que me fui bien preparada, libros, revistas y música para escuchar, no quería tener que hablar con nadie, sólo lo estrictamente necesario. Casi, casi que lo logro pero la desagradable sorpresa no vino de ninguno de los empleados de la Farmacia, si no por una señora mayor quien se veía muy dulce hasta que a manera de secreto se me acercó y me dijo en el oído: “le aseguro que la mitad de la gente que está aquí no votó por Maduro pero vienen a que le den su medicina gratis”. Bueno, allí sí que se me alborotaron los apellidos y le contesté “entre ellas yo”.

 

La muy disgustada señora me dijo que la oposición quemó a una familia entera que estaba en un CDI, y por allí siguió, picó y se extendió. Allí es donde uno comprende que no vale la pena discutir, es un país dividido en dos mitades. Mas, ya antes de rendirme le dije “señora, yo tengo todo el derecho del mundo a buscar mi medicina gratis, soy venezolana, pago mis impuestos y, sobre todo, tengo derecho a pensar como yo quiera”.

 

Volví a mi silla, y entre escuchar a Miriam Makeba y Adele me fui tranquilizando y deseando llegar a casa y la hora del cacerolazo para drenar toda mi rabia e impotencia acumulada durante estos catorce largos y tortuosos años. Ahora el dolor se traduce en el estruendoso ritmo de las cacerolas

 

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