CONSECUENCIAS DE UN LIDERAZGO NARCISISTA
Por Valentina Issa
Lo que Chávez dejó atrás
Generalizadamente el narcisismo tiene mala fama. De entrada a nadie le gusta la idea de relacionarse con personas que muestren exagerados aires de grandeza y amor ciego por el espejo; los egocéntricos en términos abstractos le caen mal a todo el mundo. Pero lo cierto es que, tal y como lo reconocen los teóricos y estudiosos de la psicología y el psicoanálisis, todos los seres humanos tenemos (casi instintivamente) algún grado de narcisismo, y (prepárense…), buena parte los líderes políticos y espirituales (por no decir prácticamente todos) que inspiran al mundo y ponen a soñar a la gente con su visión de futuro, son de personalidad narcisista. Y es que las personalidades narcisistas tienen características y fortalezas útiles e incluso necesarias, por ejemplo, extraordinaria visión, creatividad innovadora, y habilidad para atraer seguidores y partidarios a través de la palabra (y de una personalidad aparentemente carismática y arrolladora).[1] Sin embargo, la mala reputación del narcisismo no es un estereotipo injustificado ni es en vano. El liderazgo narcisista de su cuenta y mal orientado tiene muchos riesgos, sobre todo cuando de él dependen naciones y sociedades enteras.
Antes de continuar, vale la pena caracterizar al liderazgo y la personalidad narcisistas. En términos muy sencillos (y que no buscan adentrarse en análisis psicológico profundo de este complejo tipo de personalidad), los narcisistas son personas con claros aires de grandiosidad y auto-importancia. Se consideran a sí mismos únicos, especiales y superiores, y por lo tanto merecedores de atenciones, tratos exclusivos y beneficios. Son sumamente sensibles a la crítica y reacios a revisar su proceder y sus emociones. Toman riesgos y apuestan sin reservas a su visión innovadora, son sumamente competitivos, y en posiciones de liderazgo tienden más a la instrucción que a la enseñanza de sus seguidores. Son inspiradores, persuasivos y desarrollan un fuerte magnetismo, pero carecen de capacidad para empatizar con los sentimientos de los demás.
Todas estas características generan en ellos una serie de necesidades que dependiendo del grado de narcisismo (y su capacidad de controlarlo) son más o menos urgentes, pero lo cierto es que para los narcisistas la admiración y el reconocimiento de los otros son como el aire que respiran, viven de ellos.
Narcisismo Productivo Vs. Narcisismo Improductivo
Ya mencionamos que las personalidades narcisistas tienen importantes potencialidades. Históricamente han sido impulsoras de grandes cambios e innovaciones de la humanidad y cuando son sanas, bien conducidas y productivas son capaces de dejar tras su actuar un legado evidenciable y útil para muchos.
Pero como dos caras de una misma moneda, pueden tener un lado oscuro y riesgoso: la baja tolerancia a la crítica puede devenir en un estado permanente de auto-defensa, paranoia, y llevar a los líderes narcisos a considerar a cualquier miembro de su equipo o seguidor con pensamiento independiente una amenaza o un problema; su falta de empatía hacia los demás puede convertirse en habilidad aguda para detectar de quién pueden valerse y a quién pueden utilizar para satisfacer sus propios objetivos; su incapacidad para enseñar o formar a otros los aísla y los hace desconfiados e indispensables (alimentando más aún su narcisismo); su marcada competitividad casi siempre ocasiona competitividad interna negativa en las organizaciones que conducen, donde la sobrevivencia depende de estar o no de acuerdo con el líder; y su carisma y habilidad para amasar seguidores puede hacer que se crean invencibles. Con la simpatía de sus seguidores no sienten la necesidad de escuchar a nadie y no consideran importante convencer a quienes están en desacuerdo con su visión.
Caer en estos extremos es muy seductor para un narcisista y es el riesgo de su liderazgo. Lo cierto es que el narcisista productivo utiliza su personalidad como un medio para alcanzar metas que finalmente benefician a muchos, mientras que los narcisistas improductivos viven sólo para satisfacer y alimentar sus necesidades de admiración y superioridad y todo lo que construyen está dirigido a eso estrictamente.
El liderazgo de Hugo Chávez: El narcisismo como fin
Sin dudas Chávez fue un líder de carisma arrollador y mucho magnetismo (desarrollados y perfeccionados con el paso del tiempo) que gozó, en momentos específicos de sus 14 años en el poder, de aprobación y popularidad envidiables, del tipo que muchos líderes quisieran tener a la hora implementar políticas innovadoras y arriesgadas.
Ese carisma y magnetismo le permitieron salirse con la suya en momentos de crisis, y daños a la reputación del gobierno que lideraba, en los que cualquier presidente del mundo democrático habría puesto su renuncia ante los ojos todos. Pero no Hugo Chávez, él siempre se consideró indispensable para Venezuela y no cedió jamás el liderazgo de su revolución, ni siquiera por motivos urgentes de salud.
Creerse invencible le llevó a hacer una campaña por la reelección a una presidencia que humanamente no podía ejercer, y basta releer con lupa sus palabras del 8 de diciembre de 2012 (día de su última aparición pública) para confirmar su carácter: enfáticamente dejó claro que el presidente seguía siendo ÉL, y que en el supuesto negado de que ÉL faltase, la opción era votar por “el encargado” del gobierno en su ausencia. Chávez se murió presidente aunque su ejercicio real del cargo se detuvo meses antes de su fallecimiento.
Por otra parte, constituyó y organizó todo de forma tal que pudiese gobernar a su buen saber y entender sin que otros poderes públicos y los mandos militares superiores le llevasen la contraria (dentro de la FANB movió cuidadosamente y pacientemente las piezas para que no quedase ningún militar activo con ascendencia ni jerarquía sobre él). El surgimiento de nuevos liderazgos con mérito y arrastre propios dentro de su movimiento estuvo intencionalmente trucado, y ejemplo de ello es el caso de Henri Falcón. Toda buena idea que tuvo para mejorar las condiciones de vida de su localidad le fue suprimida por el gobierno nacional (y tristemente nunca ejecutada), y en lo que su éxito como gerente público empezó a cobrar relevancia e independencia, pasó a ser un enemigo del régimen y un traidor.
Lo anterior va de la mano con el hecho de que nunca se ocupó de formar nuevos líderes de relevo a los cuáles pasarle el testigo en su ausencia. Para nadie es un secreto cómo cada elección regional, municipal y parlamentaria fue en los últimos 14 años un reto plebiscitario para Hugo Chávez quien organizaba las listas y los espacios regionales y locales como un tablero de colocación y movimiento de fichas. Fichas grises y relativamente anónimas que utilizaba para preservar SU presencia territorial, y que llegaban al poder sólo si ÉL les levantaba la mano. ¿Qué mejor ejemplo que el de la tristemente célebre Nancy Ascencio, hoy conocida como la agresora de María Corina Machado? ¿Era ella conocida por su trayectoria política y su labor legislativa antes de la golpiza del 30 de abril?
Ninguna decisión para la solución de problemas específicos se tomaba en ningún ministerio, u otra instancia de gobierno, sin la aprobación de Chávez. Más de una vez en cadenas nacionales ciudadanos comunes y corrientes rompieron protocolos y cercos de seguridad para manifestarle directamente su problema específico al líder, que ningún otro de los miles de miembros del gobierno pudo solucionar (como la falta de vivienda de los habitantes de los refugios). Sólo cuando ese ciudadano logró llegar al propio Chávez, su problema se solucionó por orden directa de él.
Todo lo anterior evidencia que Chávez no formó un equipo capaz de trabajar sin él a la cabeza, y que sus esfuerzos durante 14 años estuvieron realmente dedicados a acumular y alimentar simpatías y admiraciones halagadoras a su ser narcisista, dentro y fuera de Venezuela. Lo cierto es que Chávez fue bueno para las dádivas y concesiones perecederas, el discurso carismático sin fin, las amistades y personalismos en su política exterior, y las actitudes pendencieras discursivas contra imperialistas y enemigos simbólicos. Pero eso, aunque haya enamorado a muchos venezolanos realmente excluidos (y que por primera vez en años se sintieron tomados en cuenta), endulzado los oídos de los románticos izquierdosos del mundo, y atraído a los chulos ávidos de dinero y petróleo a cambio de amistad incondicional, no es propiamente un legado evidenciable. Son los esfuerzos de un hombre por estar bajo los reflectores siempre.
Es por eso que luego de 14 años Maduro tiene que hacer malabares para ofrecer como una meta alcanzable en el futuro vencer la inseguridad, como si se tratara de un nuevo gobierno. Un líder extraordinariamente carismático y apoyado tuvo 14 años para hacerlo, pero sus necesidades narcisistas lamentablemente pudieron más.
Lo cierto es que hoy todos padecemos las consecuencias de lo que Chávez nos dejó: un grupo de gente muy desorientada, sin mucha idea sobre cómo solucionar problemas urgentes que no han podido solucionar en años, aferrada a sus cuotas de poder, y sin ningún arraigo ni apoyo genuino en los ciudadanos Venezolanos porque el comandante supremo pensó que sería inmortal y no lo permitió.
[1]En la elaboración de este artículo se consultaron varias fuentes siendo la más orientadora el artículo en inglés “Narcisistic Leaders: The Incredible Pros, the Inevitable Cons” del autor Michael Maccoby, publicado en The Harvard Business Review, enero-febrero de 2000.
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