EDITORIAL #159: LA MUERTE DE UN DICTADOR

 

VidelaEl jueves pasado el exdictador argentino Jorge Rafael Videla no cenó porque se sentía mal. Unas horas después, en la madrugada del viernes, se levantó y se dirigió al baño de una de las celdas del pabellón de la cárcel federal de Marcos Paz, donde cumplía su condena. Fue ahí donde se desplomó y cayó muerto, como un preso más y sin ningún beneficio militar.

 

Videla pagaba varias condenas, entre ellas una por el robo de más de 400 bebés que nacieron durante su dictadura y que fueron entregados a militares o personas vinculadas al régimen. El exdictador, junto a la cúpula militar que lo había acompañado entre 1976 y 1981 en la más sangrienta dictadura argentina, también fue responsable de la desaparición de más de 30.000 personas. Muchas de ellas, luego de haber sido torturadas, fueron arrojadas vivas en los llamados “vuelos de la muerte” al Río de la Plata o al mar Argentino. Muchos otros fueron fusilados y miles más tuvieron que exiliarse o fueron secuestrados.

 

En 1985, después de un juicio impulsado por el entonces presidente Raúl Alfonsín, Videla y sus compañeros de tiranía fueron condenados a cadena perpetua. Sin embargo, en 1990 y con la llegada del peronista Carlos Menem a la presidencia de Argentina –quien había permanecido años preso durante la dictadura- se indultó a Videla, a los otros militares condenados y también a los jefes guerrilleros de los años 70. Unos pocos años después, debido a que este tipo de crímenes no prescriben por considerarse de lesa humanidad, el juez español Baltazar Garzón reanudó las investigaciones contra Videla  en España. En 2003, al llegar Néstor Kirchner al poder, se impulsó la declaración de inconstitucionalidad de los indultos de Menem y fue así como, en 2010, el exdictador regresó nuevamente a prisión, esta vez hasta el día de su muerte.

 

Videla nunca se arrepintió de nada. Dos días antes de morir, tomó la palabra en otro juicio que se le seguía por el “Plan Cóndor” y se declaró como un “preso político” reivindicando todo lo que hizo.

 

Muchos aún recuerdan el momento en el que, luego de la final del Mundial de Fútbol organizado en Argentina en 1978, donde el país anfitrión se consagró campeón, un todopoderoso Videla le entregaba la copa al capitán de la selección local. Ese día, la sensación de que Videla sería eterno y nunca pagaría por los crímenes que estaba cometiendo arropaba a la Argentina y al mundo. Esa imagen seguramente dista mucho de la que presenciaron quienes encontraron el cuerpo sin vida del exdictador tendido en el piso de un baño de prisión.

 

Así fue la muerte de un dictador. Así es como muere la mayoría de ellos.

 

 

Miguel Velarde

Editor en Jefe

@MiguelVelarde

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