EDITORIAL #164: ¡MEU DEUS!

 

 

brasil1No estamos seguros de que haya pronunciado exactamente estas palabras, pero podemos tener la certeza de que la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, por lo menos las pensó el pasado martes, cuando se enteró de que más de 240.000 personas estaban protestando en las calles de 18 ciudades. Para su gobierno, y para todos en general, el nivel que la protesta alcanzó fue totalmente inesperado.

  

La mano que tendió ese mismo día Rousseff a los protestantes no fue suficiente para calmarlos. Tampoco lo fue que, al día siguiente, 14 capitales y decenas de municipios echaran para atrás el incremento en 20 centavos de Real en el transporte público. El jueves, Brasil fue testigo de la movilización más grande en 20 años, cuando 300.000 personas salieron a las calles de Rio de Janeiro, 110.000 en Sao Paulo, 52.000 en Recife, y más de un millón en todo el país.

 

El problema es que, si bien el detonante de las protestas fue el incremento en el transporte, las demandas son muchas y muy diversas. Van desde el respeto por las minorías hasta la oposición al millonario gasto que se está haciendo en la organización del Mundial de Fútbol del próximo año. Otro común denominador es el hastío de los niveles de corrupción que existen en el país y de la violencia por la que se ha caracterizado desde siempre la policía de Brasil.

 

El fenómeno que se está dando en el país de la samba es, además de sorprendente, inspirador. En las marchas se leía un cartel que decía: “No son los céntimos, son los derechos” y otro que anunciaba: “Salimos de Facebook, estamos en la calle”.  Ambos dibujaban la esencia de la protesta: una lucha por algo superior a unos centavos que se da donde y como debe darse.

  

Pero lo que es aún más fascinante es que la gente que puso de rodillas a la hija prodigio de Lula –cuya popularidad hasta antes de la protesta ya había descendido 8 puntos- no son los brasileños que aún se encuentran en la pobreza, sino muchos de los 30 millones que salieron de ella en los últimos 10 años habiéndose beneficiado de las políticas del gobierno. Este es el más claro ejemplo de que las demandas de las personas no acaban, se transforman, y de que cuando la gente deja de sobrevivir empieza a luchar por vivir dignamente. Quienes aún creen que repartiendo bolsas de comida la gente estará eternamente feliz, están totalmente equivocados.

 

Una protesta como la de Brasil, ya de dimensiones históricas, sin ningún liderazgo visible y por las causas más nobles, demuestra que cuando un país tiene ciudadanos y no solo habitantes, no necesita mendigar el llamado de un líder para salir a reclamar por sus derechos.

  

Nadie puede saber en qué terminará lo que algunos se han animado a denominar como la “Primavera Carioca”. Lo que queda claro es que el mito de Lula, Dilma y su socialismo a la brasileña han sido gravemente heridos. 

 

Para bien de sus compatriotas y del resto del mundo.

 

 

 

Miguel Velarde

Editor en Jefe

@MiguelVelarde

mvelarde@guayoyoenletras.com

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