“ALTO, TORPE, CANADIENSE, ACTOR, BATERISTA, PERSONA…”[1]


Por Valentina Issa

@Valen_Issa

EL LEGADO DE CORY MONTEITH/FINN HUDSON

 

“Soy afortunado en muchos sentidos. Tengo suerte de estar vivo.[2]

Cuando comenzaron las promociones del estreno de Glee en Venezuela en 2009 supe inmediatamente que me iba a gustar. Recuerdo en especial la cuña de Fox en la que Amber Riley, la actriz que interpreta a Mercedes Jones en Glee, cantaba a capela “Respect” de Aretha Franklin porque me erizaba la piel. Me refiero a esa sensación de “pelos parados” o “piel de gallina” que es capaz de producir en el cuerpo una canción o una melodía. Esperé con inquietud el primer capítulo y no me tomó mucho convencerme ni convertirme en una fanática –bastante obstinada, debo reconocer-, de la serie considerada hoy un movimiento capaz de cambiar la vida de miles de jóvenes y adultos en todo el mundo. Sus actores han sido incluidos en listas de las personas más influyentes del planeta, pero no por sus contactos o sus riquezas, sino por la personificación de sus personajes. Soy una gran consumidora de productos televisivos, y puedo decirles con total convicción, y sin vergüenza alguna, que Glee es una serie realmente extraordinaria.

 

Lo es porque es una mezcla de muchas cosas buenas y positivas, y porque cuenta con un elenco del tipo “amenaza triple”: buenos actores, buenos cantantes, y –la mayoría de ellos- buenos bailarines. Un elemento insustituible de esa fórmula ha sido el recientemente fallecido actor canadiense Cory Monteith, de quien cuesta mucho referirse en tiempo pasado. Con su principesco, y a la vez tremendamente humano, personaje de Finn Hudson le dio sentido al maravilloso argumento de un mundo en el que las diferencias y la diversidad son normales, y los prejuicios se trabajan y se desmontan desde temprana edad en el ejercicio de la convivencia y la tolerancia.

 

 

Glee es una serie sobre minorías en la que afro-descendientes, blancos, latinos, judíos, cristianos, gays, lesbianas, personas con discapacidad física y mental, personas con sobrepeso, asiáticos, jóvenes con problemas de aprendizaje y trastornos alimenticios, madres adolescentes, y nerds (entre otras categorías) están representados y se acompañan unos a otros en su difícil tránsito hacia la adultez. Tienen un refugio común: la música y la alegría de cantar y bailar. Y en el Club Glee, tienen un lugar seguro donde descubren lo talentosos y especiales que son. Suena bonito, lo sé, pero los miembros del Club Glee, al igual que todos los que son diferentes en el mundo, enfrentan duros rechazos, burlas, acosos, intimidaciones, y deben luchar todos los días por aceptarse a sí mismos y seguir adelante a pesar de los golpes y empujones que les ofrece el mundo (no sólo por diferentes, sino por pertenecer al club de canto también).

 

Lo cierto es que cada capítulo de Glee es una lección de humanidad, compasión, tolerancia y civismo, y en medio de todo, el aparente cliché de Finn Hudson, uno de los muchachos más altos y guapos del liceo McKinley High de Ohio (donde se desarrolla la serie), popular capitán del equipo de fútbol americano, y novio de la capitana del escuadrón de porristas, es chantajeado por un profesor para unirse al Club Glee donde descubre que le gusta cantar y bailar (aunque es un poco torpe en sus movimientos), y que eso no tiene por chocar con el fútbol y su popularidad. Finn es uno de esos líderes puestos en la posición de liderazgo por la vida más a la fuerza que por voluntad propia, y en su descubrimiento le dice al entrenador de fútbol americano que él imagina un mundo en el que es chévere pertenecer al Club Glee, en el que se puede jugar fútbol, bailar y cantar y nadie te considera menos por eso, y en el que mientras más diferentes eres, es mejor. Finn también se da cuenta de que ser amigo de alguien gay o nerd, y empatizar con ellos, no tiene nada de malo ni le hace daño, sólo lo sensibiliza y humaniza más, y son justamente los miembros del Club Glee quienes lo apoyan a él y a su novia porrista cuando ésta sale embarazada (aunque no realmente de él) y se ve en el apuro de ser padre adolescente. Finn Hudson interpretado por Cory Monteith termina convirtiéndose, con el proceso de desmontaje de sus prejuicios, en el mayor ejemplo de tolerancia de la serie al tener la extraordinaria valentía de darle una oportunidad a quienes son diferentes a él.

 

Eventualmente, Finn estudia para ser profesor, se convierte en el director del Club Glee, y se hace novio de Rachel Berry una de las chicas más talentosas en el Club pero menos populares en la escuela.

 

“Frankenteen”

O “Frankenstein adolescente”, fue el apodo cruel que se ganó Finn Hudson en MicKinley High por su altura y su torpeza al bailar, y también fue el primer nombre de la cuenta de Twitter de Cory Monteith. Siempre dijo que él y Finn eran completamente diferentes, pues Finn es muy optimista y él no lo tanto era a esa edad (Monteith empezó a interpretar a Finn de 16 años a los 27 años de edad) debido a las dificultades que le tocó enfrentar desde la infancia hasta que Glee llegó a su vida. Nació el 11 de mayo de 1982 en Calgary, Canadá, pero vivió casi toda su vida en la ciudad de Victoria del mismo país. Sus padres se divorciaron cuando él tenía 7 años y se mantuvo distanciado de su padre hasta que se reencontraron ya casi a sus 30 años. A pesar de contar con una inteligencia superior al promedio que le permitió tener un nivel de lectura de 4to grado en el preescolar, Cory encontró difícil mantenerse en la escuela, pasando por 16 diferentes instituciones hasta retirarse definitivamente de la educación formal a los 16 años. Fue en 2011, a los 29 años, que recibió finalmente su título de bachiller.

 

Luego de su fama por Glee, nunca tuvo tapujos para hablar de sus años difíciles y tratar públicamente con abrumadora honestidad y apertura su problema de adicción a las drogas y al alcohol en la adolescencia. A los 12 años comenzó a consumir marihuana y alcohol, y a los 19 tuvo que recluirse en un centro de rehabilitación por exigencia de sus familiares, de quienes había comenzado a hurtar dinero para pagar su adicción. Después de la rehabilitación tuvo que trabajar en distintos oficios para sobrevivir, incluyendo el de taxista, conductor de un autobús escolar y constructor. Alrededor de esa época también apareció, como una suerte de salvación en su mundo conflictivo, la actuación. Nunca cantó profesionalmente, ni tuvo entrenamiento musical, sólo descubrió que podía cantar bien cuando lo forzaron a hacerlo en la audición para Glee. Sin embargo, tocaba la batería y es famoso por el video que su representante artístico envió a los productores de la serie de él “tocando batería” con palitos chinos sobre envases plásticos y vasos de vidrio.

 

Para Cory, Glee fue un regalo por el que siempre estuvo agradecido y que recibió con humildad y responsabilidad. No compró casas lujosas ni asumió la opulencia de Hollywood, de hecho vivía en una casa compartida con otras personas. Le preocupaba constituir un mal ejemplo en la vida de niños y adolescentes que pudiesen querer seguir sus pasos, por haberse retirado de la escuela. No les decía que debían quedarse, pero sí los invitaba a tener un plan de vida y a explorar sus talentos. También se esforzó por mantenerse cercano a sus orígenes canadienses y nunca se alejó por completo de sus raíces, como lo hacen la mayoría de los artistas provenientes de ese país.

 

Glee también le regaló una historia de amor importante en su vida, la relación con su coprotagonista Lea Michelle (Rachel Berry en la serie), quien se convirtió en su “ángel guardián” cuando se mudó a los Estados Unidos.

 

A principios de 2013, Monteith reconoció que había recaído en sus adicciones y decidió ingresar voluntariamente a rehabilitación con el apoyo de Lea Michelle y sus compañeros de trabajo, en quienes dejó una huella indeleble por su bondad. Sus últimas entrevistas y sus manifiestos planes para el futuro indicaban que tenía ganas inmensas de vivir, continuar actuando, casarse con Lea Michelle (en la realidad y en Glee), y tener hijos. Su muerte por combinación de heroína y alcohol fue un desafortunado y muy lamentable accidente. Lo cierto es que su corta vida tuvo inmenso sentido y logró inspirar a muchos. La gente como Cory Monteith y el personaje que protagonizó en Glee es intemporal, no pierde vigencia nunca, y vive para siempre en el video, la música y el recuerdo de sus seguidores.

 

El video de “Don’t Stop Believing” de Journey versionada por el Glee Club, e interpretada a dúo por Cory Monteith y Lea Michelle, no dejará nunca de producirnos “piel de gallina” a los fanáticos de Glee. Los invito a verlo aquí: http://www.youtube.com/embed/5WxPyUzWSPA

 

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[1] Bio de Cory Monteith en su cuenta de twitter @CoryMonteith

[2] Cory Monteith en una entrevista con Parade Magazine en 2011

 

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