LA MUD Y TWITTERZUELA
Por Andrés F. Guevara B.
@AndresFGuevaraB
La Mesa de la Unidad (MUD) constituyó un importante logro para la oposición venezolana. Por la cantidad de intereses que convergen, por la multiplicidad de ideas que en ella se combinan, por el reto que implica construir una opción democrática y pacífica en un país cuya práctica política está signada por la violencia y el conflicto.
La MUD le otorgó a la oposición una brújula y un destino. Para quienes adversan al gobierno venezolano significó un espacio en el cual se asentaron liderazgos y se constituyó una carta de navegación para surcar los mares del socialismo bolivariano.
Estos aportes de la MUD son inobjetables. A nuestro entender, sin embargo, la razón de ser de la MUD se encuentra incompleta: conquistar el poder y sustituir el sistema socialista que hoy día impera en Venezuela.
Desde luego, se dirá que es muy fácil criticar por criticar. Máximo cuando se ven los toros desde la barrera y no desde el seno interno de la MUD. Pero del mismo modo se pudiera asegurar que es muy sencillo desechar las críticas sin más porque afectan nuestros intereses o porque simplemente no estamos dispuestos a cambiar.
Estimo que un sector importante de quienes se sienten representados por la MUD se hallan a su vez sumidos en un sentimiento de orfandad. Porque creyeron en sus líderes, en sus promesas de un país distinto, y hoy observan con desasosiego el letargo de su propia dirigencia mientras el gobierno profundiza más y más esa forma de esclavitud llamada socialismo.
Bien es sabido que los tiempos en política a menudo difieren del transcurrir común de la existencia humana. Pero es cuando menos irresponsable -por no decir mezquino- jugar al cálculo político mientras millones de personas en nuestro país mueren y sufren como consecuencia de decisiones gubernamentales a las cuales incluso se mira con cierta simpatía.
Es peligroso asentar una suerte de colaboracionismo bajo la excusa de que la lucha democrática es una «carrera de resitencia». Incluso los maratones tienen una meta bien marcada y quienes los corren tienen un plan de entrenamiento que debe seguirse con apego irrestricto. Apostar al desgaste político-económico del gobierno tampoco asegura la eliminación del sistema socialista: cuanto más se acostumbra a vivir la gente con cadenas más difícil se torna alcanzar los eslabones de la libertad.
No se trata aquí de quemar sabanas y de subvertir el orden público en nombre de acciones, consignas e ideales que pocos están dispuestos a asumir personalmente. Adicionalmente, y dados nuestros antecedentes, está más que demostrada la indolencia de buena parte de nuestra dirigencia política ante la pérdida de vidas humanas de quienes luchan por una causa política. Lamentablemente, ante la ausencia de Estado de Derecho la mortandad en Venezuela solo es una estadística.
Ante esta circunstancia, la alternativa opositora corre un riesgo: que sus seguidores desborden su liderazgo amodorrado. Carente de referente, prescindiendo del farol que arroje la luz de la cordura, las pasiones desatadas de una ciudadanía que exige respuestas pueden conducir a resultados inesperados. Desenlace que puede distar de la paz y democracia que tanto se pregona.
No basta con llamar al ciudadano incorforme a participar activamente. Ciertamente, y por aquello de que el hombre es un animal político, la inclusión del insatisfecho es un paso importante y constructivo. Pero el hecho de que todos los ciudadanos sean animales políticos no implica que hayan elegido la política como profesión y modo de ganarse la vida. De allí que el compromiso ciudadano no pueda servir de excusa para aquellos que sí eligieron la política como profesión, con las responsabilidades que ello implica. De allí también el fundamento de la democracia representativa hoy convertida en reliquia.
El liderazgo de la MUD debe sincerar cuáles son sus objetivos. Su capital político estriba en la esperanza. Millones de ciudadanos aferrados a la convicción de que son mayoría y de que en Venezuela es posible el ejercicio del poder a través del respeto a la dignidad humana.
Convivencia cómplice con el oprobio o el establecimiento de las bases para una sociedad abierta. He allí el dilema.
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