HUÉRFANOS

Por Javier Ignacio Alarcón

 

 

 

Afirmar que la oposición es producto del discurso chavista resulta una obviedad. Quizá esta es la gran tragedia del grupo político, depender del contrincante del cual quieren a toda costa desprenderse. Pero el maniqueísmo adoptado por el ex presidente Chávez necesitaba un enemigo, un “otro” que por oposición definiera lo que supuestamente es correcto: un “malo” que por contraste hiciera más clara la noción de bondad.

 

Esta condición de dependencia era (y es) alimentada por otras particulares de la oposición. Su carácter heterogéneo, del cual hace alarde constantemente, y que se refleja en un discurso que carece de sustancia ideológica. Sus intenciones de “unidad” más allá de cualquier diferencia política (representadas en frases como “somos Venezuela”) que no dejan de ser un mecanismo de encubrimiento ideológico, altamente sospechoso. En resumen, la debilidad discursiva de un grupo político que sólo es capaz de conseguir fuerza en la negación del opuesto, beneficiario original de esta dialéctica.

 

Una consecuencia de esta dinámica es la Mesa de la unidad. Irónicamente, la mayor victoria de la oposición es, en el fondo, el producto más perfecto del discurso revolucionario. Antes de la MUD, la oposición era realmente heterogénea y su carácter unitario aparecía solo en la voz de Chávez, que afirmaba que todos sus contrincantes eran lo mismo: el enemigo. Cuando apareció la alianza que eliminaba las diferencias entre los sectores de la oposición, este discurso adquirió un carácter real.

 

Este escenario se vio obligado a cambiar en el momento en que uno de sus elementos esenciales desapareció: la muerte de Chávez hizo menester una reconfiguración de este diálogo que subyace a la vida política del país. La primera consecuencia es que el chavismo ha perdido su fuerza ideológica. Sin embargo, no se puede obviar el hecho de que la estructura que soporta el poder que ejerce sobre el país sigue siendo relativamente sólida, sea por conveniencia o por verdadera convicción política. La maquinaria que fue construida para mantener al gobierno revolucionario en el poder sigue funcionando y sus piezas, los políticos y funcionarios que viven de ella, aún son lo suficientemente inteligentes como para no dejar que se venga abajo. Es difícil saber cuánto tiempo pasará para que aparezca la primera traición, pero la efectividad de la estructura se hace obvia en el hecho de que Maduro, tan cuestionado las primeras semanas, parece cada vez más tranquilo en la silla presidencial.

 

Para la oposición el problema ha sido mucho más complejo. Sin su enemigo natural, han pasado por una verdadera crisis existencial. Primero se creyeron invencibles y, después, pareció que realmente habían alcanzado su punto más álgido en una casi-victoria electoral. A pesar de que el resultado de abril debería ser leído como una auto derrota del chavismo y no como una victoria de la oposición, es incuestionable que pareció un avance para un grupo político que había permanecido subyugado por su padre político durante catorce años, solo la muerte del progenitor pudo liberar al hijo, o eso pensamos hace unos meses.

 

Sin embargo, con el tiempo el discurso político de la oposición ha mostrado su vacuidad. Sin su contra parte, que le daba fuerza y sentido, este grupo ha sido incapaz de reconfigurarse según las exigencias del nuevo escenario. No encontraron la fuerza ideológica que buscaban en la muerte de Chávez, porque nunca existió. Igual que el chavismo, sin el eje fundamental de la estructura, los opositores han perdido vida. Con la diferencia de que no tienen la estructura de poder que el ex presidente construyó para los revolucionarios. Además, y para complicar más el problema, no pueden alimentarse del mito de Chávez.

 

La oposición ha quedado huérfana y como un hijo que ha sido incapaz de reconciliarse con su padre, parece obligada a luchar con sus fantasmas internos, que le consumen los intestinos y que merman su imagen pública. La MUD, como producto del discurso de Chávez, ha quedado vacía sin su productor, no tiene un camino ni un sentido. Concluir llamando a una nueva política, a un nuevo discurso o, peor todavía, a un nuevo líder (ya hemos tenido suficiente con el seudo-líder que los encabeza ahora) resulta un tópico aún peor que el que encabeza este artículo. El escenario político venezolano ha perdido vitalidad y, en consecuencia, parece que las estructuras políticas que construyó el chavismo se mantienen intactas, desnudas de su fuerza ideológica, sin un contrincante capaz de desmontarlas y condenadas a sobrevivir hasta que las columnas y las vigas que las soportan sean incapaces de mantenerlas en pie.

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