ESTA VEZ

Por Mariana Castro

@__Marianita_

 

 

 

Había una vez un hombre sabio, bueno. No sé si es posible llamarle sabio al principio de esta historia, pero era un hombre muy inteligente que tomó muchas decisiones equivocadas. Este hombre solía llevar una vida llena de placeres y gustos sin fin. Conseguía lo que quería con solo pedirlo ya que había nacido en una familia muy adinerada. No sabía el significado de las palabras “por favor”, “gracias” y mucho menos “humildad”, y como es de suponer, con las vueltas que da la vida, de un día para otro se quedó sin nada. Su propia familia lo repudió negándole el dinero y al ver lo que ocurría con su situación económica, sus supuestas amistades se fueron alejando sin mucho disimulo ni miramientos. Todos se fueron dejando a este hombre a su suerte, sin nada más que el dinero suficiente para comer solo una vez a la semana por un mes si acaso, una vieja y astillada guitarra acústica y las ropas que cargaba encima.

 

Dejándose llevar por su desgracia, este hombre se dedicó a vivir escondido en una casucha de madera podrida con una pequeña chimenea en las profundidades de un bosque que quedaba a las afueras de un pueblito no muy lejano a lo que fue su antigua y gigante residencia. Al principio conservaba una actitud muy optimista en cuanto a su situación, diciéndose a sí mismo que no necesitaba de nadie, que consideraba esto como una pequeña aventura, un reto para sí mismo, una especie de descanso de toda esa gente falsa que tenía a su alrededor, pero con el paso del tiempo la luz de sus ojos se fue apagando, sus ropas se ensuciaban y rompían y aprendió lo que fue bajar la cabeza la primera vez que le tocó mendigar un poco de dinero para comer. Si todas estas desgracias le pasaron a un hombre que aparentemente lo merecía ¿por qué dije anteriormente que era inteligente? Porque tenía una mente brillante con ideas innovadoras que revolucionarían al mundo, pero había desperdiciado su talento y ahora se arrepentía de haber sido tan superfluo y no haberle prestado atención a las cosas importantes. Después de un tiempo, lo que fue ese hombre al que todo el mundo admiraba, se había convertido en un sucio ermitaño deambulador de los bosques. Los niños le temían porque pensaban que estaba loco, las personas se alejaban corriendo por su mal olor. Este pobre hombre se encerró en un mundo que solo existía en su cabeza, todo lleno de oscuridad y tristeza. Incluso llegó un momento en el que casi ni salía de las cercanías de su pobre casucha para mendigar a ver si podía conseguir algo de comer.

 

A pesar de que el mundo de este hombre se convirtiese en un oscuro hueco frío, su capacidad de pensamiento se había desarrollado al estar tan solo. Imaginaba situaciones difíciles en las cuales si tuviese la oportunidad nuevamente, resolvería con suma destreza, sería nuevamente aclamado por todos, pero esta vez haría las cosas bien, esta vez no se dejaría llevar por los placeres, esta vez no desperdiciaría su talento.

 

Esta vez, esta vez, esta vez…

 

Había llegado el invierno, y con la poca lástima que logró inspirar en aquellos días navideños logró reunir la suficiente limosna como para comprarse una botella de aguardiente. Él, muy miserable caminó lentamente hacia su podrida casucha a bebérselo hasta la última gota, esperando amanecer muerto. Los efectos del alcohol se vieron disminuidos por el frío, y para su mala suerte no alcanzó el estado de ebriedad que deseaba, pero estaba lo suficientemente borracho como para olvidar que se había convertido en un sucio mendigo y salió al bosque con su vieja guitarra a probarse a sí mismo que no había olvidado como tocarla. Tarareando una y otra vez se las ingenió para componer una melodía bastante triste, que impregnaba el ambiente de una sombría melancolía. Quien la escuchara sentiría una asfixia en el pecho y un sentimiento de desesperación tal, que las lágrimas correrían sin parar, tal cual un grifo de agua. Es en ese entonces que aquel hombre se detiene y agudiza el oído. Algo pasa, un sonido no usual en el bosque, es débil, suena como un sollozo, suena como un lamento, para de tocar y se pone en macha hacia el origen del sonido.

 

—¿Hay alguien ahí? -como respuesta solo obtuvo un débil sollozo, quien quiera que fuera esa persona estaba sufriendo, había que ayudarla.

 

—Sigue hablándome, te encontraré ¿puedes escucharme? -el hombre empezó a correr por entre los árboles, mirando hacia todos los rincones a los que llegaba su campo de visibilidad, agudizando el oído, no vaya a ser que fuese a llegar tarde. Es en ese momento cuando tropieza con algo y cae al piso, estrellando la cara en la nieve. Había golpeado algo, algo que ya estaba sepultado debajo de una no muy delgada capa de nieve, un cuerpo humano.

 

Empezó a sacudir la nieve y se dio cuenta de que gran cantidad estaba manchada de sangre. El origen de la herida estaba en la pantorrilla. Aquella persona había pisado una trampa para osos, los dientes metálicos de la trampa habían atravesado la piel con facilidad y habían llegado al hueso, desgarrando los músculos. Había perdido mucha sangre, aquella persona estaba agonizando.

 

—No te preocupes -dijo el hombre con voz queda- No es nada -mintió- Voy a sacarte.

 

—¿Tú? -dice por fin la persona, con una voz que le resulta muy familiar al hombre- Tú eres el que nos metiste en esto, estamos aquí por tu culpa. Tú fuiste el que desperdiciaste todo nuestro potencial y ahora estamos atrapados en este maldito bosque por tu culpa.

 

—¿Nosotros? ¿A qué te refieres? -con cuidado volteó a la persona que yacía en la nieve y con terror se observó a sí mismo, su imagen de hace meses atrás, cuando fue recién echado de su casa. Todavía conservaba su rostro libre de barba y sus ropas estaban limpias y no olía a rancio.

 

—¿Cómo es esto posible? -musitó el hombre anonadado.

 

—Esta trampa, -dijo su otro yo, sacudiendo la pierna con violencia- es en la que caímos al ser tan patéticos y superficiales. Nosotros nos hicimos esto y ahora estamos muriendo, y lo peor es que a nadie le importa.

 

—No morirás, yo pienso sacarte -dice el hombre haciendo un ademán de liberar a su otro yo de la trampa.

 

—¿A quién quieres engañar? Estás débil, sucio, hueles mal, nadie se preocupará.

 

—Te equivocas. Debe haber una forma de mejorar, de cambiar las cosas.

 

—Estás atrapado aquí conmigo porque eres el responsable de lo que nos pasó -justo en ese instante el hombre sintió un dolor desgarrador en su pierna a la altura de la pantorrilla. Tenía una trampa también- No hay forma de cambiar las cosas. Si se te volviese a dar una oportunidad, volverías a hacerlo todo de la misma manera y terminaríamos aquí nuevamente, eres un infeliz.

 

El hombre llorando trata de liberarse. Se va sintiendo cada vez más débil por la pérdida de sangre y por la hipotermia. Cae de espaldas en la nieve y dice lentamente:

—Quiero hacerlo mejor esta vez, quiero ser una mejor persona. Ya no gastaré mi vida en estupideces, valoraré a las únicas personas que me han querido siempre, que son mi familia antes de que se hartaran de mí por mi desfachatez. Me liberaré de todos aquellos que solo están conmigo por mis bienes materiales, solo quisiera otra oportunidad para hacerlo mejor esta vez.

 

Lentamente cierra los ojos y al abrirlos, el hombre se encuentra nuevamente en su cama, todo había sido una pesadilla.

 

Es en este punto de la historia donde se puede decir que es verdaderamente un hombre sabio. Según los testimonios de su familia, desde esa mañana que se levantó agitado, empezó a cambiar su vida de manera positiva desprendiéndose de todo aquello que lo había hecho ser un egoísta. Avanzando poco a poco, enfrentándose a las adversidades como un hombre hecho y derecho. También quienes lo conocen en verdad pueden notar que cuando este hombre siente que no puede lograr lo que se propone y está a punto de caer en depresión, se hace una ligera caricia en la pantorrilla, donde algunos han afirmado ver una cicatriz muy curiosa, parecida a una trampa de esas con las que suelen cazar animales de gran tamaño, como un oso.

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