MUJERES DEFENDIENDO EL MISS VENEZUELA

Por Javier Ignacio Alarcón

 

 

 

Recientemente he leído distintos artículos escritos por mujeres, criticando el nuevo formato del Miss Venezuela (el reality show), el cual, adelanto al lector, no me he molestado en ver. Sin embargo, mi indiferencia no es una señal de protesta frente a los cambios que ha sufrido el venezolanísimo certamen. Tampoco de desinterés, no exclusivamente. Hace algunos años unos amigos me invitaron a una de las galas en el Poliedro y ya entonces me negué a asistir: no solo porque no me entretiene el evento, sino también, y más importante, porque me parece altamente cuestionable que nuestra sociedad sea definida, en parte, por el Miss Venezuela, como muchas de las articulistas han señalado (acertadamente).

 

El problema no se limita a la frivolidad, a resaltar la belleza externa en vez de la interna. Para empezar, porque no creo en este tipo de argumentos superficiales que buscan dividir a las personas en cuerpo y alma, especialmente en temas de belleza (que intentaré evitar por complejos), porque una persona es una unidad y su belleza se define en la totalidad. El problema, en mi opinión, es que nos quieren hacer pensar que solo hay un tipo de “exterioridad” válida.

 

Ese, probablemente, es el centro de la cuestión: la representación de la identidad femenina a través de un concurso que es, desde el comienzo y en todas sus formas, una simulación. En pocas palabras, el problema es que estamos hablando de una representación ideológica y es el discurso que subyace el que es y debe ser criticado. El mensaje del certamen es bastante claro: la más bonita gana y ser mujer, especialmente en Venezuela, significa ser bonita. Nuevamente, bonita significa adaptarse a un molde: es un método de exclusión y regulación de la identidad. Cuestión que se hace evidente en el hecho de que todas las participantes son operadas (como los organizadores del evento, en distintas entrevistas, han afirmado). No tengo nada en contra de las cirugías estéticas, sí me opongo, en cambio, a que se nos diga que la belleza “natural” de las venezolanas queda demostrada por las misses que nos representan en el mundo y que irónicamente poco tiene que ver con la belleza real de las venezolanas.

           

Quiero insistir, no es un problema de belleza, sino de imposición ideológica. No se trata de la “superficialidad” del certamen, sino de la reconstrucción de un ideal femenino machista que exige que la mujer devenga ornamento a través de un show que todos los años se asegura de implantar el discurso en las nuevas generaciones.

           

Siguiendo esta línea, aunque alejándome del punto –después de todo, estas son simples divagaciones-, recientemente leí otro artículo (en Guayoyo en letras) en el que una mujer protestaba ante la falta de caballerosidad de la cual se es testigo en Venezuela. Le parecía terrible que una mujer tenga que ir parada en el bus, abrirse la puerta, cargar las bolsas y pagar cuentas. Hay que dejar, concluía, que el hombre sea hombre y que la mujer, por supuesto, sea una dama. Dicho de otro modo, es necesario que se siga tildando a la mujer de débil e incapaz, que siga dependiendo, porque es una bonita costumbre del hombre.

           

¿Debemos renunciar a la caballerosidad solo porque es una expresión (bastante clara, en mi opinión) de un discurso opresivo? Discutir este punto exigiría otro ensayo, pero puedo adelantar una opinión personal: no hay acciones ingenuas, aunque la persona caballerosa ignore la manera cómo está denigrando a la mujer, no deja de mantener vigente una estructura social altamente nociva.

           

El artículo, para cerrar este desvío, adquiría un tono irónico cuando lo contrastábamos con la edición de la semana anterior de la revista, repleta de artículos sobre la homofobia (a propósito de los comentarios de un diputado de la AN). Señalar la relación que existe entre la expresión “que el hombre sea hombre” y el rechazo a la homosexualidad, como una desviación de la “masculinidad” –el homosexual como ejemplo de un hombre que “no es hombre”-, resulta, a mi parecer, una obviedad.

           

A veces fallamos en darnos cuenta de cómo el machismo es una estructura que oprime a todos los miembros de una sociedad: no solo que se le exige a la mujer que sea una miss, también se esperan ciertos patrones del hombre (como se puede apreciar en el artículo del que hablamos). Así mismo, no podemos perder de vista que el machismo es un discurso ideológico que, muchas veces, es defendido por mujeres, incluso más que por los mismos hombres. No hablo de tratar mal a la mujer, sino de apreciarla como igual. Creo que entre un caballero que denigre inconscientemente (e incluso con una consciencia ingenua) a su novia y un hombre que la trate como a un igual en la diferencia –aceptando siempre la heterogeneidad-, es el segundo el que realmente está valorando a la mujer.

           

Nadie puede negar que Venezuela es un país en el cual se maltrata a la mujer, psicológica y físicamente. Pero la solución a este problema no la encontraremos volviendo a tradiciones discursivas que son las que produjeron, en un primer lugar, la aparición de estos abusos. Por el contrario, se trata de buscar nuevas formas de entendernos como personas, dentro de una heterogeneidad que no busque esencialismos y que acepte la diversidad.

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Guayoyo en Letras