EDITORIAL #175: LA VULGARIZACIÓN DE LA POLÍTICA

 

Los últimos años nos han permitido ser testigos -por muy mala fortuna- de un nivel de degradación de la política pocas veces visto en el país. Una Asamblea Nacional convertida en un ring de boxeo, el canal del Estado como uno de propaganda partidista, cadenas nacionales vacías de comunicados importantes y llenas de odio y descalificación, y políticos más parecidos a matones de barrio que a estadistas de una nación.

 

Venezuela no era así. Si bien es innegable que muchos problemas no comenzaron hace 14 años y que en esta última década lo único que han hecho ha sido profundizar y enraizar sus vicios. También es incuestionable que la política, con todos sus defectos, tenía una altura mayor a la que tiene hoy. Importantes académicos, empresarios, hombres de letras y de otras especialidades culminaban sus exitosas carreras en algún ministerio o función pública. La Asamblea Nacional era un lugar de debate de ideas en voz de ilustrados personajes y, muy pocas veces, podía uno escuchar de boca de uno de ellos alucinaciones esquizofrénicas como las que hoy allí se vierten sin la menor vergüenza ni pudor.

 

Es difícil recordar que las autoridades con las más altas responsabilidades lanzaran acusaciones de cualquier tipo sin pasar antes por una minuciosa investigación que las sustente. En los últimos años, aquí se ha culpado de las más grandes tragedias a la lluvia, a los rayos, a las iguanas e incluso a armas secretas enemigas que son capaces de inocular enfermedades tan terribles como el cáncer. El sentido de responsabilidad es algo que hoy no existe.

 

Incluso los detalles aparentemente menos importantes, son muestra de que la política en Venezuela vive tiempos difíciles. Los líderes, aquellos que nos representan y quienes deberían ser modelo a emular en todo sentido, se esfuerzan en vulgarizar su lenguaje, sus poses, sus gestos y hasta su forma de vestir. Tan demagogos y populistas pueden llegar a ser, que creen que la mala facha es un activo político, una jugada hábilmente planteada por quienes desde hace unos años nos gobiernan e ingenuamente comprada por un sector de oposición que parece que no tiene interés en dejar de serla. Ahora casi todos creen que la mejor idea es disfrazarse de “pueblo” para ser su mejor líder. Eso, en palabras simples, es mentir: mentirles a ellos y, peor aún, mentirse a sí mismo.

 

Me contaba un conocido empresario líder de la sociedad civil, que hace no mucho tiempo, en una asamblea popular en un pequeño pueblo en el interior del país, había vivido una de las lecciones más importantes de su vida. Algunos dirigentes políticos que lo acompañaban le  sugirieron dejar el traje y la corbata y ponerse un jeans y una franela para el evento por ser más “apropiado”. Él aceptó y al final de su presentación, una mujer del lugar intervino y le dijo: “Mire, doctor, a mí me gusta su discurso, pero hay algo que le quiero decir: yo a usted lo veo siempre en televisión y le digo a mi hijo que quiero que un día llegue a ser como usted y que se vista como usted. Así con esos trajes y corbatas elegantes. No entiendo por qué hoy que viene a nuestra comunidad, es usted el que se vistió como mi hijo.”

 

La prestancia de la política debe ser rescatada en todos sus aspectos, en su lenguaje y en su espíritu. Es la única manera de lograr que ella sea un mundo en el que los mejores ciudadanos aspiren participar y no la cloaca de la que la gente buena se quiera alejar. Si de algo carece hoy Venezuela es de decencia y la mejor manera de recuperarla es buscando en su propia esencia, esa que compartimos la inmensa mayoría de los que aquí vivimos.

 

 

 

Miguel Velarde

Editor en Jefe

@MiguelVelarde

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