EL DIÁLOGO NECESARIO

Por Javier Ignacio Alarcón

 

 

 

El diálogo no es una necesidad social ni política, es un pilar fundamental del movimiento constante de la historia. La noción herrada de que éste puede dejar de ocurrir, quedar suspendido por la acción de una dictadura o, también, de una democracia impositiva, no deja de ser un argumento falaz que sirve exclusivamente para mantener viva la idea de que solo existe una manera de aproximarse a la historia. Hegel y Marx fueron conscientes de esto y pusieron el acento del devenir histórico en la dialéctica, ideal para el primero, materialista para el segundo. Mucho se ha escrito desde entonces, pero el eje de la reflexión parece mantener su vigencia: en este avanzar caótico del tiempo, el diálogo es el motor que genera y alimenta los cambios.

 

El silencio, desde esta perspectiva, es una respuesta que dice tanto como la palabra; la apatía, una forma de reconocer la ausencia, de subrayar, por negación, la presencia; la ignorancia, una expresión distinta del conocimiento. La negación, la mayor forma de reconocimiento y la supresión es la única afirmación definitiva: el eliminado queda detenido en la historia como un punto ineludible.

 

Es frente a este principio que se hace palpable la vacuidad de la noción de “individuo”: la sola idea de una unidad indivisible, cuantitativa y/o cualitativa, queda negada por la diversidad necesaria del devenir dialéctico de la historia. El hombre se hace en su dialogo con el otro y, por lo tanto, no existe sin la sociedad. El individualismo es la distopía por excelencia: la ficción de una humanidad sin humanos.

 

En nuestra necesidad por crear un molde o, mejor dicho, por adaptarnos al molde que vemos en el extranjero, ese occidente que parece tan ajeno como nuestro, nos olvidamos de que el diálogo que exigen en el llamado primer mundo es solo una de sus muchas formas y que al soñar constantemente con ella, no solo nos olvidamos de construir una modalidad propia, sino que somos incapaces de ver cómo la dialéctica sigue su indetenible avance. El resultado es una sociedad que constantemente está esperando por “un cambio”, que durante quince años se ha cerrado al “dialogo” y ha esperado un giro revolucionario que salve al país o, para algunos, un final apocalíptico para un discurso político que, dicen, nos ha condenado a muerte.

 

Mientras, la realidad sigue su curso y el diálogo entablado por la doble cara de la supresión del otro (la negación-afirmación o supresión-reconocimiento) mantiene el caótico devenir histórico andando. El diálogo, que algunos son incapaces de ver, sigue engendrando ideas, discursos y realidades que no son exclusivamente abstractas, sino que, como todo discurso o idea, tienen un impacto directo sobre la vida de quienes habitamos Venezuela.

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