PEPE, EL PAJARITO CANTOR

Por Mariana Castro

@__Marianita_

 

 

 

Todavía recuerdo el día en el que cometí esa travesura, tratar de volar siento tan pequeño ¿en qué estaba pensando? Apenas era un pichón de azulejo con las plumas todavía débiles y grises. Tuve suerte de poder agarrarme a tiempo de esa reja, pero ya después de eso no sabía qué hacer “¿qué será de mí? Ya empieza a hacer frío” lo único que sabía era que no podía soltarme de ese delgado tubito.

 

En ese momento una figura extraña se cruzó en mi campo visual (solo tiempo después comprendí que era de esas criaturas a las que llamamos humanos) tenía la boca y el cabello pintados de rojo. Me atrapó con sus manos, estaban cálidas a decir verdad, y me introdujo en una extraña caja cuadrada de color amarillo. Pasé ahí un tiempo asustado y tratando de entretenerme hasta que sentí algo a mí alrededor: nos estábamos moviendo.

 

Después de un largo rato de escuchar voces agudas repitiendo constantemente las mismas cosas (¡Qué cola tan horrible! ¡Mariana, mira cómo llueve! ¡Menos mal que salvamos al pajarito!) Llegamos a un lugar diferente, donde las dos humanas me sacaron de la caja y me metieron en una casita fabricada con un material parecido al de la reja de la cual me había aferrado. Tenía mucho miedo, no puedo negarlo, las uñas de las manos de la humana que me metió en la caja eran muy largas y pintadas de rojo y la otra humana más pequeña no dejaba de acariciarme la cabeza, solo tiempo después pude sentir una verdadera tranquilidad cuando aquel humano masculino llegó hasta donde estaban las otras dos y me tomó entre sus manos, éstas eran más cálidas y tenían las uñas cortas ¡Cosa que me gustaba! E introdujo de alguna forma en mi pico agua endulzada con una sustancia llamada “azúcar”. A partir de ese día inicié una vida nueva bajo el nombre que la pequeña humana me puso: “Pepe”. Todos los días me acostaba temprano y me levantaba igual, uno de los momentos más divertidos fue cuando mi humano salvador (cuyo nombre por los gritos de la mujer de cabello rojo supe que era Jorge) me llevaba a un cuarto con la niña llamada Mariana, me habrían la jaula y yo ejercitaba mis alas, hubo un momento en el que dejaron de hacerlo, ya que aparentemente volé muy alto y no querían que me fuera, para ser sincero, yo tampoco me hubiese ido.

 

Y así fue como tuve que aprender a hacer algo más que volar por mi jaula y comer pepino para divertirme. Así que aprendí a cantar esa única canción que fui perfeccionando con el tiempo, al parecer a ellos le gustaba ya que conseguía que me diesen más fruta y algo de jamón con solo brincar y cantar por mi casita.

 

Mariana venía de visita de vez en cuando, y repetía “¡qué grande está Pepito!” la verdad es que ella también lucía más grande, no como Jorge mi salvador, pero tampoco como el día en el que me encontraron. Algunas veces me llevaban en una casita más pequeña a un lugar más verde donde pude compartir mi canción con los demás pájaros, pero por supuesto, sin poder volar con ellos; solo en esos momentos me puse a soñar con volar como ellos, pero después caí en cuenta que no tendría lugar a donde volver, ni nadie que me diera jamón.

 

Con el paso de los días y las noches una molestia se alojó en mi garganta, impidiéndome cantar todos los días y creando una mirada de preocupación en Jorge y la humana de cabello rojo llamada Betty. Tiempo después no pude ni cantar, y ya me costaba respirar, Mariana siempre decía que estaba enfermo y en eso Jorge me daba lo que él llamaba “medicina” para tratar de hacerme sentir mejor, pero no resultaba, no podía cantar más. También llegó el momento en el que no pude ser capaz de brincar para pedir jamón, o pedirle hielo a Mariana cuando iba a tomar agua y conversaba conmigo, tenía siempre sueño pero tenía miedo de dormirme.

 

Hubo una noche en la que estaba aún más cansado, y tal como el día en el que me encontraron: hacía frío; solo estaba ocupándome de hacer que el aire pasara por mi obstruida garganta, lo cual ya era una tarea demasiado difícil “Abuelo…” escuché decir a Mariana “Pepe se ve peor”. “Peor” dijo ella, yo me sentía peor que peor, me sentía débil, con frío y la fuerza se estaba escapando de mis patas, ya sentía que no podía aferrarme al palo de madera que adornaba mi casa, pero tenía que hacerlo, no quería simplemente caer en el frío suelo de rejitas plateadas y quedarme ahí para siempre; en ese momento Jorge me tomó entre sus manos examinando nuevamente mi garganta, con mirada triste y frunciendo el ceño. Ya no estaba solo, ya no sentía frío, estaba en las manos de aquel que me dio agua con azúcar, las manos que no picaba tan fuerte cuando las metía en mi casa para ponerme comida nueva, las manos que no tenían esas uñas largas que me asustaban, y entre sus manos salvadoras, de mi pico escapó esa última canción.

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